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Educación de primera y de segunda en España

Juan Francisco Martín del Castillo
Doctor en Historia y profesor de Filosofía
17 de noviembre de 2020
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© NATTAPOL_SRITONGCOM

Cuando se habla de Educación se la suele asociar al llamado ascensor social. En los años 60 del siglo pasado, muchas familias hicieron que esta imagen fuera incuestionable y, en torno suyo, se generó un consenso que ha perdurado en el tiempo. Sin embargo, las leyes progresistas, quién lo iba a decir, son las que van a dar el definitivo carpetazo a esta exitosa convicción de la España reciente. Los que nacimos en aquella década, e incluso en anteriores, fuimos educados en el prestigio de la inteligencia y en la cultura del esfuerzo como motores del desarrollo individual. En la actualidad, el hiperproteccionismo institucional, el delirio pedagógico y el sectarismo ideológico son las claves que ayudan a entender el final de un ciclo y el comienzo de otro, del que sólo se sabe que rechaza el valor de la excelencia y apuesta descaradamente por el paternalismo y la mediocridad.

Las iniciativas legislativas auspiciadas por el progresismo, desde la Logse hasta la inminente Lomloe o “ley Celaá”, son la viva muestra de la contradicción, la hipocresía y la negación del propio sentido de una instrucción universal. La escuela de la izquierda piensa falsamente que el conocimiento crea desigualdades sociales y, en su consecuencia, desactiva el prestigio de la inteligencia, el esfuerzo y el talento personal. Y a fe que lo han conseguido en estos últimos treinta años, siendo la principal perjudicada, aparte de la enseñanza, cosa más que evidente, la equidad del sistema. Con las medidas políticas y la complicidad del universo chiripitifláutico de los pedagogos han saltado por los aires los consensos sobre Educación logrados por nuestros abuelos. Me apena tener que decir esto, pero, de continuar con el descabalamiento, llegaremos a un punto sin retorno que, en cierto modo, recordará a épocas pasadas, y no precisamente por su bonanza.

"La escuela de la izquierda piensa falsamente que el conocimiento crea desigualdades sociales y, en su consecuencia, desactiva el prestigio de la inteligencia"

En este sentido, es útil echar mano de la historia para visualizar de dónde venimos y adónde queremos llegar. En Canarias, un territorio secularmente deprimido, la Educación ha sido un anhelo del que no todos podían disfrutar. En una narración popular de la isla de Gran Canaria, un abuelo le describe a su nieto lo que era ir a la escuela e intentar progresar en la escala social: “cuando tenía mi edad vivía en Arucas, iba al colegio descalzo y tenía que caminar cuatro kilómetros cuatro veces al día” (tomado de Cuentos antiguos de Gran Canaria recogidos por los niños, Madrid, Libros de las Malas Compañías, 2015). Aunque lo parezca, no hace tanto tiempo de esta anécdota, ni siquiera del ambiente descrito. Sin problema alguno, se podía situar a mediados de los 40 o principios de los 50, en una atmósfera que, dicho sea de paso, nos habla a las claras del esfuerzo que entrañaba dar a los más pequeños una instrucción básica. Los progresistas arguyen que, precisamente por estas circunstancias, habría que universalizar la enseñanza. Y uno concluye en un completo acuerdo con la apreciación, pero, de ahí, al facilismo y el aprobado general hay un trecho que aquel abuelo, ni su nieto, ni este que firma entienden.

Lo que se pretende con el modelo educativo de los falsos progresistas es la aniquilación del principio de igualdad y, por el camino, la supresión de la mejora social de las clases desfavorecidas. Con el vaivén legislativo, el relativismo pedagógico y la paulatina desautorización de la figura docente se llega a una Educación de primera, segunda y hasta de tercera. Los que hayan nacido en un entorno privilegiado dispondrán de una enseñanza exquisita, mientras que el resto, aunque promocione y obtenga un título acreditativo de su formación, experimentará el desprestigio de unos diplomas conseguidos a base de desvirtuar la calidad de la Educación. Tendremos tantos titulados como analfabetos funcionales, si bien, en el famoso informe PISA, resulte que nuestros alumnos sean los más simpáticos del mundo. Justo lo que quieren los pueblos del Norte, que los del Sur sean los camareros que les atienden con una sonrisa en la boca. Y este será el fruto del progresismo, una doctrina que confunde un objetivo social con uno académico.

En el recuerdo, los días en los que las solicitudes de facultativos incluían esta dichosa frase final: “absténganse los médicos titulados por la Universidad de La Laguna”. Si no se pone el remedio oportuno, si no se recapacita a tiempo, también serán los andaluces, los extremeños, los murcianos y hasta los valencianos. Media España contará con una Educación de primera, según los criterios internacionales, y la otra se contentará con que sus hijos tengan un diploma en la mano que no valdrá ni el papel en que se ha redactado.

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