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Currículo, cultura escolar y capacidad inclusiva del sistema

Avanzar hacia un currículo inclusivo y competencial supone un cambio estructural de calado, que afecta a los cimientos del sistema educativo y remueve toda la cultura escolar, un cambio que solo puede darse con los docentes.
Daniel Turienzo (MEFP) y Nuria Manzano-Soto (UNED)
16 de diciembre de 2020
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© SYAHRIR

En la actualidad existe un amplio consenso académico sobre el carácter enciclopédico, sobrecargado y rígido de nuestro currículo que obliga a un aprendizaje superficial y poco duradero. Este se relaciona con los grandes males del sistema educativo: fracaso, abandono, repetición y no titulación. Los decretos de enseñanzas mínimas en la práctica son decretos de máximos con un carácter centralista (nacional o autonómico) que impiden una evaluación personalizada, el ejercicio de la autonomía pedagógica (por parte de centros y docentes) y un liderazgo pedagógico compartido.

El carácter altamente academicista del currículo dificulta una Educación inclusiva y se aleja de los aprendizajes esenciales, creando desafección y dificultad para afrontar las necesidades del S.XXI. En la actualidad, el acceso a la información no es lineal y la escuela ha perdido el monopolio del conocimiento en favor de otros canales y espacios en los que el alumnado realiza continuos aprendizajes. Estos han de integrarse en la Educación para facilitar el contraste de información y evitar que se conviertan en un factor (más) de inequidad. El desigual capital cultural de las familias influye no solo en el acceso a la tecnología, sino también en el uso, utilidad, valor y transferencia de conocimiento que hace el alumnado.

Los aprendizajes han de integrarse en la Educación para facilitar el contraste de información y evitar que se conviertan en un factor (más) de inequidad.

La sociedad de la información origina conocimientos con un alto nivel de obsolescencia y que se reproducen de forma exponencial cada cierto tiempo. Por ello, debe ponerse el foco en las competencias para aprender a aprender y para el aprendizaje permanente a lo largo de la vida. La escuela tiene que enseñar a pensar y estructurar el pensamiento con el fin de lograr progresivamente mayor autonomía en el aprendizaje. Dotar al alumnado de herramientas para hacer frente a sus necesidades de conocimiento futuras supone asumir la Educación como una herramienta para su desarrollo integral y vital.

Dotar al alumnado de herramientas para hacer frente a sus necesidades de conocimiento futuras supone asumir la Educación como una herramienta para su desarrollo integral y vital

Asimismo, existe un amplio consenso internacional sobre la necesidad de abordar políticas educativas de corte competencial. Se asume la importancia de integrar los aprendizajes con actitudes y destrezas, superando la atomización de las materias y avanzando hacia la interdisciplinariedad y transdiscipliraniedad. En la práctica supone trabajar las habilidades metacognitivas, introducir el aprendizaje situado y profundo que permita la comprensión, generalización, transferencia y aplicación de los aprendizajes para la vida. En este proceso, las competencias clave de la Unión Europea han de ser el marco de referencia más inmediato que permitirá no solo avanzar en la armonización europea (Espacio Europeo de Educación 2025) y seguir las recomendaciones realizadas por la CE en 2018, sino también beneficiarse de toda una estructura, evidencias y arquitectura ya existente.

A la hora de establecer el rumbo de la reforma curricular es necesario preguntarse no solo qué tipo de estudiante formamos, sino a qué modelo de ciudadano aspiramos. Un modelo que promueva la formación reflexiva, que conecte con las necesidades sociales de nuestro entorno cercano y más lejano, que promueva la conciencia cívica, la participación social ya desde la escuela (que se escuche la voz de la escuela), y que genere un compromiso cívico en nuestros estudiantes. En definitiva, aprendizaje desde, en y para la vida. Solo así lograremos altos niveles de capital social.

Parece claro que es necesario reducir el currículo evitando solapamientos y reiteraciones. Pero más que de cambio curricular en términos de cantidad, extensión o profundidad es conveniente hablar de revolución curricular ya que debe implicar importantes modificaciones no sólo en lo que se enseña sino en cómo se enseña y cómo se evalúa. El currículo es la piedra angular del sistema educativo que influye al resto de elementos. Esto obliga a replantearse cuestiones como a) el nivel desde el que acceden los alumnos, b) la importancia de desarrollar las habilidades cognitivas y no cognitivas, c) la organización de los tiempos dedicados a los contenidos, d) los métodos de enseñanza, e) el seguimiento y acompañamiento del alumnado, f) los métodos de evaluación, g) la coordinación del profesorado en los momentos de transición de sus alumnos entre etapas y ciclos, h) nuevas fórmulas de docencia… No se puede olvidar que el currículo definirá cuestiones de vital importancia como el perfil docente (y por ende la cuestión docente) o la capacidad inclusiva y trasformadora del sistema.

Pasar de un aprendizaje memorístico centrado en la información a un aprendizaje activo y centrado en el desarrollo de conocimiento, su aplicación y su transferencia a distintas situaciones es un reto supremo porque obliga a replantear qué y cómo enseñar. Esta revolución se enfrenta a la normal reticencia al cambio que presenta cualquier sistema, la falta de consenso y los discursos paralelos que superan el ámbito pedagógico. Avanzar hacia un currículo inclusivo y competencial que aspire al éxito de todos requiere clarificar el horizonte hacia el que avanzamos y establecer submetas, pasos y fórmulas de participación. Un cambio estructural de este calado (que afecte a los cimientos del sistema educativo y remueva la cultura escolar), requiere una participación innovadora, amplia, activa y comprometida de todos los agentes implicados en la Educación. Porque si algo es evidente, es que el cambio en el paradigma educativo se dará con los docentes o no se dará.

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