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A ver si sacas la Lengua

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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No es una frase necesariamente del médico, en muchas
casas no es extraño escuchar: » a ver si por fin sacas la
Lengua». Lengua es una de las materias que más difíciles
resultan de estudiar. ¿No es extraño? ¿Cómo se puede
suspender en algo que se habla todo los días?

Autor: RAFAEL GÓMEZ PÉREZ

El error inicial de cierta pedagogía, es retrasar la edad de aprender a leer. La gente más despierta en todos los tiempos ha aprendido muy pronto las letras. Quintiliano, un romano del siglo I experto en lenguas, ya se refería a que en su tiempo había gente que aconsejaba lo que era un despropósito: retrasar el tiempo de aprender las primeras letras.
Hay que aprender a leer como en un juego, a una edad en la que se juega con todo. Es muy importante que los niños y niñas vean las letras y su combinación como uno más de esos juegos que poco a poco ha empezado a descubrir desde que tienen poco más de un año. Es bueno aprender a leer como en un juego y no cuando, siendo el niño o la niña ya más listillos, empiezan a ver cualquier estudio como un trabajo y un aburrimiento.
Aprender pronto a leer lleva a leer más, a tomarle gusto a la lectura. El niño o la niña que ha aprendido pronto a leer y ha leído habitualmente está ya en muy buenas condiciones de estudiar la lengua. Se descubre –y de un modo a veces fantástico–, en los maravillosos cuentos que el mundo no está limitado a lo que ya se conoce, al camino del colegio a casa y de casa al colegio; que el mundo está lleno de mundos y que leyendo, se puede ir al país de Nunca Jamás, al País de las Maravillas y a mil y un universos más.

  HABLANDO EN PROSA 
Julio, profesor de lengua en un colegio de un barrio lleno de inmigrantes, me habla de su método: “Les cuento aquello del personaje de Molière que al cabo del tiempo descubre que ‘ha estado hablando en prosa sin saberlo’. Les digo: ‘Ya domináis casi todo lo que es la Lengua, porque la habláis. Sólo tenéis que aprender a poner nombres. Entonces reparto bocaditos de Lengua entre los alumnos: a uno le doy el sujeto, a otro el predicado, a otro las preposiciones, a otro el objeto directo… Un día organizo en clase una competición de trivial, con preguntas de lengua, incluidas las que he repartido entre todos…. Otro día hago una especie de belén viviente, con los alumnos y alumnas formando frases, porque cada uno se identifica con una palabra…”
El juego es más complejo y no es el momento de dar todo los detalles, pero el núcleo es claro: ya se sabe, con la Lengua se construyen continuamente con oraciones simples, compuestas, subordinadas… Sólo falta aprender a poner nombres y a descubrir desde dentro el juego del lenguaje. O mejor: los juegos del lenguaje, porque son muchos. Le estaba contando yo estas cosas a Adrián, catorce años, hermano de un amigo.

  PERO, ¿PARA QUÉ? 
“¿Y para qué sirve todo eso? Si ya hablamos la lengua, ¿qué más da?” me preguntaba extrañadoante tanta explicación.
“Si sólo quieres decir las cosas corrientes, vale. Pero si quieres hablar un poco mejor, si deseas escribir bien, entonces los conocimientos de lengua son básicos”. “Es que yo quiero ser informático…”
¡Pobre Informática, que sin culpa alguna es entendida como una excusa para la ignorancia!
“No sé qué clase de informático quieres ser. Pero el informático tiene que dominar un lenguaje más artificial y por eso más engorroso que el lenguaje natural”.
Pero Adrián ya no me seguía, aunque dijo que sí.
Yo estaba glosando una frase de un filósofo francés del siglo XVIII, Condillac: “¿Queréis aprender las ciencias con facilidad? Empezad por aprender vuestra lengua.”

  LENGUA Y MATEMÁTICAS 
Me comentaba un profesor de universidad: “¿Por qué quienes van mal en Matemáticas suelen ir también mal en Lengua? Porque son dos lenguajes, dos sistemas con leyes propias, con implicaciones teóricas que luego resultan muy prácticas”.
El lenguaje –el usual, el matemático, etc.– es siempre lo que tenemos más a mano. Todo o casi todo se puede expresar con el lenguaje, pero, si no se tiene una cierta maestría en él, puede resultar que lo expresado sea malentendido, mal interpretado o, simplemente, que no llegue.
No basta hablar, hay que hablar bien. Pero, dirá alguien, lo importante no es tanto la labia sino las obras, los hechos. Lo importante son las palabras y los hechos, y que las palabras se acomoden a los hechos. Eso sin tener en cuenta que, muchas veces, el hecho que se pide es precisamente una palabra. “¿Quieres casarte conmigo?” Se puede asentir con la cabeza, poner una sonrisa radiante, fundirse en un beso apasionado… Pero hay que decir “sí”, hay que hablar. Los compromisos requieren palabras como vehículos de la seriedad.

CÓMO PUEDEN AYUDAR LOS PADRES
– Aristóteles, filósofo griego del siglo IV a.C., observó que los niños aprenden por imitación. Es difícil que los hijos lean si ven que sus padres no leen nunca o casi nunca. Cuando lo hacen, tampoco es seguro que ellos los imiten, pero por lo menos aquello les suena. Y habrá algunos que se contagiarán. Y, al contrario, si el niño o la niña no han visto ni por el forro un libro en casa, asociarán libro a colegio, a deberes, a rollo, en definitiva.

– No basta con ese leer de los padres. Hay que hablar de vez en cuando y, con entusiasmo, de los libros leídos y que han gustado. Contarles el principio, urdir la historia y ante la curiosidad, decirles que vayan al libro, allí está todo.

– Es bueno también contagiar el aprecio por la Lengua, haciendo ver de vez en cuando la exactitud y propiedad de una palabra. Por ejemplo, responsable, que viene de responder.

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