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Alabado sea septiembre (o mejor, ¡octubre!)

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Por Madre Imperfecta

 

Existen familias, siempre más estupendas que la mía, en las que al llegar junio todo son parabienes. Todo es júbilo. Todo es algarabía. Los horarios de algunos coles (por lo menos el que a mí me afecta) se contraen por aquello del calorazo, y a algunos parece no alterarles el biorritmo. Qué envidia me dan, porca miseria.

En mi casa, en cambio, que los niños salgan un poco antes, aunque sólo sea un ratito, nos desquicia por completo. La realidad es que dilapida todos nuestros esfuerzos para conciliar y nos deja las meninges hechas fosfatina. Evidentemente, esto nos pasa porque tenemos los minutos contados para llegar a la puerta del cole y salimos del trabajo haciendo ruedas, como si hubiésemos robado un peluco de oro en el Corte Inglés. Cada día corremos como esos atletas que meten la cabeza al llegar a la meta y que se desploman al cruzar la línea. Por eso, un semáforo de más, una avería en el tren o que te llame el jefe a última hora nos hacen sudar tinta de lo lindo. Aviso: no hay desodorante que lo contenga. Otra vez, poca miseria.

Así que empezamos a hacer cábalas justo el 31 de mayo (suspensos clarísimos en previsión) sobre quién puede recoger a los niños. Después de repasar todos los contactos del móvil, al filo de la medianoche, sin pudor ni recato, asaltamos el Whatsapp de alguien al azar para pedirle que nos los aguanten un pelín mientras llegamos. Y al día siguiente, repetimos operación. Así hasta que llega el festival dichoso donde todos hacen sus monerías y acaba el curso.

Después, claro, todo es peor, porque llega un verano eternísimo imposible de cubrir con las vacaciones laborales de los mortales corrientes. Ojo, no digo que sean pocas (que lo son), digo que necesito el triple. Y esos, los de las familias estupendas, ríen sin parar en Instagram: comen helados, se tiran a bomba en la pisci, hacen marionetas con goma Eva… Muy bien, cuánto me alegro, oiga.

Y luego están los otros, la gente normalita como yo, que vemos cómo nos salen canas y nos estallan las varices intentando cuadrar el verano completo. Una semanita de campamento urbano por aquí (previo pago de su importe), unos abuelos por allá, un favorcito por acullá… Y al final, cuando todavía te quedan unos días sueltos sin apaño, te importa un comino que el niño se quede bajo la custodia de José Luis Moreno o de Amy Winehouse, que en paz descanse. El caso es tenerlos colocados, y punto.

Pues bien, ahora es septiembre, alabado sea. Empieza el colegio, alabado sea también. Se acabó tener que hacer encaje de bolillos para poder trabajar, se acabaron los campamentos, se acabaron  los abuelos, se acabaron los favorcitos… ¡Ja!

¿Qué tenemos otra vez? ¡El horario recortado! Socorro. ¿En serio que hace tanto calor? ¡Ni que España fuese el Sáhara! Soy capaz hasta de negar el cambio climático. ¿No hay prisa con eso de los temarios? Mira que luego nunca hay tiempo y se quedan con los ríos de España por la mitad… Pues nada, que no hay tutía. Otra vez a elegir un contacto a voleo entre los padres del cole o buscar un canguro que te solucione la papeleta este mes traidor. Qué cansancio más grande.

Así que, en efecto, la normalidad logística que las familias necesitamos para poder currar y pagar las facturas no llega hasta octubre, ese mes discreto y crepuscular que bien merece un brindis con champán. Un hurra por esa hoja del calendario normal. Ni más ni menos: sólo normal.

No obstante, hablemos bajito, no vaya a ser que llegue algún consejero aburrido y nos agüe la ovación…

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