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Alejandro Rodrigo: «Lo que el adolescente quiere es que no le abandonemos»

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Foto de Jacobo Medrano

 

Alejandro Rodrigo (Madrid, 1981) es diplomado en Magisterio Musical y experto en Análisis e Investigación Criminal. Marido y padre de una hija, desde hace más de quince años se dedica a la intervención social y educativa con menores en riesgo de exclusión social, atendiendo a menores y jóvenes sujetos a medidas judiciales. Ha sido durante más de diez años técnico de libertad vigilada en Madrid, especializado exclusivamente en casos de maltrato intrafamiliar ascendente. Con el paso del tiempo y ante el impulso de aprender, crecer y atender a familias desde distintos ámbitos y perspectivas, decidió fundar Gabinete Concordia, consultoría de centros educativos que también se dedica a la orientación y atención familiar.

 

«Casi sin darnos cuenta, nuestro hijo se ha convertido en un desconocido, con quien no hay manera de conectar». ¿Cómo llegamos a este punto y cuáles son las claves para retomar la buena comunicación con nuestros hijos adolescentes?

Durante su infancia pasamos mucho tiempo jugando con nuestros hijos. Sin embargo, cuando se acerca la adolescencia, nos encontramos con un cambio drástico, ya no quieren que entremos en su habitación. Se trata de una circunstancia normal, propia de esta etapa de desarrollo, ya que el adolescente se encuentra en un momento de auto afirmación. Quiere y debe enfrentarse al gran reto de ser un adulto con plena autonomía. Y, desde ahí, se entiende la necesidad de distanciarse de sus padres. La clave para mantener una buena comunicación con nuestros hijos es entender este concepto. No obstante, lo que el adolescente en realidad quiere, es que no le abandonemos, aunque no lo exprese. Anhela que sigamos compartiendo tiempo con él.

 

Una de las consecuencias de esta pandemia es que se ha multiplicado el tiempo en que las familias comparten espacio ¿Cree que es un riesgo para la buena convivencia entre padres e hijos?

Al contrario, una de las escasas circunstancias positivas de esta grave crisis mundial es poder compartir más tiempo con nuestras familias. Los casos que se encontraban en un nivel de gravedad extremo se han polarizado y han incrementado el nivel de tensión, pero es una casuística baja. En los momentos de confinamiento o de obligación de permanecer en casa, una vez pasados los primeros días de confusión, muchas familias han mejorado su relación al compartir tanto tiempo juntos. 

 

Muchas veces se hace referencia a la adolescencia como a una época negativa o incluso violenta. ¿Cree que este pensamiento es acertado o deriva de una incomprensión hacía los adolescentes? 

Un adolescente no es violento por el mero hecho de ser adolescente. La adolescencia es una etapa caracterizada por los extremos. Es normal que, durante esta etapa, las emociones se encuentren muy desajustadas y esté buscando continuamente el equilibrio. El adolescente, a lo largo del día, atraviesa un sinfín de estados anímicos muy contradictorios entre sí. Visto desde la distancia y desde los ojos del adulto podría parecer incomprensible, pero están experimentando y conociéndose a sí mismos. En este experimento y aprendizaje cabe el espacio para mucho ensayo y error, por lo que, en algunos momentos, puede ser algo complicado convivir a su lado. A los adultos nos resultan imprevisibles los adolescentes, no sabemos cuáles van a ser sus reacciones y desde ese desconocimiento es desde donde nace el miedo o rechazo. 

 

«Un adolescente no es violento por el mero hecho de ser adolescente».

 

Habla de la importancia de la educación emocional, ¿cómo podemos ayudar a nuestros hijos a que entiendan sus emociones y cómo esto ayuda a la felicidad de nuestro hogar?

El libro comienza analizando cuáles son las emociones básicas y qué es la inteligencia emocional, porque es la base de todo el camino que propongo recorrer. Ser capaz de identificar qué emoción estamos transitando, es el punto de partida para un buen desarrollo personal. Gran parte de las conductas desajustadas de los adolescentes y de los adultos tienen su origen en no comprender qué emoción estaban sintiendo. Esto produce una sensación aguda de frustración. Un bajo nivel de tolerancia a la frustración normalmente desemboca en impulsividad y desde ahí a conductas dañinas. Ser capaces nosotros mismos de disfrutar de un mínimo nivel de inteligencia emocional, es el primer paso. Nuestros hijos aprenden lo que nosotros somos y proyectamos. Cuando queremos encontrar un adolescente con habilidades emocionales, primero debemos buscar a un referente adulto estable emocionalmente. 

 

Una herramienta que nombra como importante son las normas, pero, justamente, es el poner normas lo que hace que nuestros hijos se revelen contra ellas, provocando la frustración de los progenitores. ¿Cómo debemos actuar respecto a limitarles?

En el libro desarrollo el concepto de las normas explícitas y las implícitas, así como el de los límites. Las normas deben existir en toda familia que quiera disfrutar de una buena armonía, pero cada familia es un universo en sí mismo. Cuando un hijo está incumpliendo las normas de manera sistemática, lo que está haciendo es lanzarnos un mensaje encriptado de lo que realmente le ocurre. La habilidad que tengamos como padres para escuchar, traducir y desencriptar ese mensaje será la clave para poder entender realmente el mensaje de nuestro hijo. Normalmente, siempre es un grito de socorro en el que plantea una necesidad no cubierta. Ahí radica la clave, traducir el mensaje. 

 

«Cuando un hijo está incumpliendo las normas de manera sistemática lo que está haciendo es lanzarnos un mensaje encriptado de lo que realmente le ocurre».

 

Comenta que el secreto es que los padres se conviertan en referentes para sus hijos, ¿cómo lo podemos conseguir? ¿Es momento de empezar a autoanalizarnos como padres y cambiar también nuestras conductas delante nuestros hijos?

El ejercicio de autoanálisis es fundamental en la labor de padre, madre o adulto referente para todo niño, adolescente y joven, entender nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Los hijos no aprenden lo que los padres dicen, sino que prenden lo que son o proyectan. Cambiar o modificar aquellas conductas que tengan margen de mejora es un mensaje de un valor incalculable para los hijos, porque les estaremos enseñando a rectificar y a mejorar. Por el otro lado, ser conscientes de nuestros puntos fuertes supone un valor estratégico muy alto, porque así sabremos en que aspectos somos un referente. En todo momento, aunque parezca que los adolescentes rechazan a los padres, lo que verdaderamente quieren es tener un adulto a quien imitar. Ellos, sin que les oigan sus padres, quieren sentirse orgullosos de ser sus hijos. 

 

Como padre, maestro y persona con experiencia en la intervención social y educativa con menores en riesgo de exclusión social, ¿Qué consejo final daría a los adultos a la hora de relacionarse con adolescentes?

Me encantaría poder trasladarles un mensaje muy claro, un secreto. A los adolescentes les encanta que les hablen y les den responsabilidades como a un adulto y que, cuando cometan errores, les entiendan como los niños que son. Con esta actitud pronto dejan de comportarse como niños. Un adulto que esté a su lado y pueda entender esta estrategia, será un verdadero referente para ese adolescente.

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