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Pequeños inversores: de la cuna al banco

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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os bancos y cajas de ahorro han visto un nuevo filón en el público infantil. Es evidente que no se trata de aumentar beneficios a partir de los escuálidos bolsillos de los más pequeños, sino más bien de una estrategia de fidelización con vistas al futuro.

Autor: ANGEL PEÑA

Si no quiere que su hijo sea un manirroto, la mejor herramienta es el ejemplo. Además, puede hacer uso de los clásicos: el cuento de la cigarra y la hormiga no ha dejado de funcionar durante siglos. Pero si quiere algo más sofisticado, no se preocupe: su hijo es un target en toda regla para las instituciones financieras. Sí, su hijo, con sus cándidos céntimos y el aguinaldo de la abuela.

Y eso que nuestros niños, según un estudio de Duracell, y como sospechábamos recordando nuestra infancia latina, más bien callejera, no son precisamente los más ahorradores de Europa. Sólo tres de cada diez reservan parte de su paga a tal fin, frente al 84% de los alemanes y el 64% de los holandeses. Aunque tienen excusa: nuestros niños reciben 3,08 euros a la semana, sensiblemente por debajo de la media europea, 3,59 euros. 

Pero un cliente es un cliente. Por muy pequeño que sea: Caja España ofrece una Cartilla Bebé que se puede contratar desde el mismo nacimiento. Por encima, el límite suele ser los 15 años. Entre ambas fronteras, el infinito.

Según un informe de Consumer.es, la gran mayoría de los bancos y cajas de España ofrecen cuentas de ahorros infantiles. Se caracterizan por tener una menor rentabilidad, pero a cambio inventan fórmulas innovadoras. BBVA, por ejemplo, dispone del programa Blue Joven; Ibercaja, su Club Joven; Caja España, el Área Joven…

CUENTAS PARA NIÑOS

Los productos van de las tradicionales libretas de ahorro, con un margen bastante estrecho de rentabilidad –0,4% la mayoría de bancos y cajas, 2% La Caixa y Caja Navarra, 2,25% Banesto, 3% BBVA–, a otros más ajustados a la demanda, con tipos de interés insignificantes pero un atractivo sistema de puntos canjeables por regalos: videoconsolas, literatura infantil, mochilas… Hay donde elegir. Pero, ¿hasta qué punto es sano introducir a un niño en los entresijos del dinero?

Para Gerardo Aguado, psicólogo infantil y doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Navarra, hay que poner un límite. Por un lado, “el niño que no ahorra es un niño que no se frustra, acostumbrado a seguir todos sus impulsos: si quiere algo, lo compra, no sabe esperar”. Pero no hay que obsesionarle: “Si ahorra todo lo que le dan, se convierte en un viejito, y la avaricia es una patología”.

A Aguado no le enternece la estampa del niño que lee en las páginas salmón cómo van sus acciones: “Será probablemente un buen economista, pero hay que tener cuidado”. Acecha la falacia del dinero, la mentira del avaro, el poder como verbo: “Ese poder decir ‘si yo quisiera podría comprarme el coche’, sin darse cuenta de que el que mejor se lo pasa es el que tiene el coche”.

Para llegar al deseable término medio conviene seguir una serie de pasos. En primer lugar, es un error darle la paga para que la gaste y además un dinero para la libreta. “Eso no es enseñarle a ahorrar, sino hacerle un capitalito”, explica Aguado. El ahorro, para el niño, es una forma de aprender a pensar en el futuro. Él vive en el presente. Más allá queda la angustia. Por eso necesita su propio ritmo. “Hay que proponerle un futuro más limitado: esto te lo ahorras y la semana que viene te lo gastas”, dice Aguado. Además, para que no se deje atrapar por los cantos de sirena de la avaricia, hay que dejarle claro el valor de cambio del dinero. Si el niño ve que por meter dinero en la libreta de ahorro le dan una mochila, aprenderá mejor a relacionarse con el vil metal. Sabrá que no es mágico, sólo necesario. 

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