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Traición a Kant

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Llegados a este punto de la historia de España, en el que la educación ha entrado en barrena, es necesario reflexionar en el por qué de la afrenta infligida a la enseñanza en el conjunto del país. Por descontado, no ha sido una labor improvisada, espontánea quiere decirse, sino una tarea continuada de acoso y derribo a lo que es el cultivo del conocimiento y su transmisión en el medio escolar. No voy a centrarme en las etapas por las que ha ido pasando este auténtico “crimen social” –sí, las palabras son importantes–, ni mucho menos me dejaré seducir por la idea de regocijarme en la derrota de la inteligencia. Por el contrario, lo urgente, a la par que necesario, es encontrar las razones últimas del despropósito educativo.

Y, de esta manera, casi sin darnos cuenta, venimos a parar en Kant y en los ideales de la Ilustración y, consecuentemente, en la traición de la izquierda a estos planteamientos. El alemán fue un filósofo que siempre se distinguió por la búsqueda de la autonomía del individuo, de su “mayoría de edad”: en pocas palabras, por la libertad del sujeto. Como se sabe, este principio moral es uno de los postulados de la razón práctica y a él vuelve de continuo, aunque, de modo singular, en su famoso artículo “Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?” (1784), donde descubre el peligro que acecha a la civilización, el mismo que convierte a los hombres en culpables de su servilismo, de su ignorancia o de la escasa voluntad de progreso que se aprecia en ellos. Esto es lo que ha pretendido la izquierda, no solamente la de ahora, sino la eterna, incluso la que reclama para sí el monopolio del intelecto. Sofocar el ansia de libertad del individuo hasta hacerle creer que ésta realmente no existe, que es una añagaza con la que se le engaña. Y, de ahí, el que actualmente se haya volcado, en distintas campañas en los medios informativos afines o a través de las declaraciones de algunos políticos con cierta autoridad o predicamento social, en la difusión de que el esfuerzo personal, el mérito como tal o, propiamente, el talento y la excelencia no son más que manifestaciones de una perversión burguesa y capitalista.

Esta lamentable traición a Kant es hoy palpable en los argumentos de un sinfín de representantes de la izquierda política, tanto dentro como fuera de España, pero, como el análisis de semejante planteamiento doctrinal nos llevaría muy lejos, tan lejos que excedería las estrechas fronteras de esta columna, lo mejor es concentrar la crítica en las leyes educativas nacionales y, de modo especial, en la Lomloe o ley Celaá y los currículos que la desarrollan. De una y de otros, se desprende, como se hace patente en los libros de texto ya elaborados para el próximo ejercicio escolar, que el alumnado es sujeto pasivo de la servidumbre ideológica, genuino rehén del adoctrinamiento de Estado o, como diría el mismísimo filósofo de Königsberg, individuos cuya única opción posible sería mantenerse en una vergonzosa “minoría de edad” hasta llegar a la universidad, donde habría de rematarse lo ya iniciado en la enseñanza obligatoria.

La descarada intencionalidad política de la ley y los curricula que la concretan es tan evidente que resulta extraño que no haya recibido el oportuno rechazo docente

La descarada intencionalidad política de la ley y los curricula que la concretan es tan evidente que resulta extraño que no haya recibido el oportuno rechazo docente. Sin embargo, han sido tantas las legislaciones en el medio educativo, durante las últimas cuatro décadas, que los profesores –y hablo con conocimiento de causa– están perplejos con los movimientos y decisiones de las autoridades. Y si a ello se suma el factor autonómico, es decir, el que la posterior ejecución material de las disposiciones gubernamentales se torna en paradójica, llegando inclusive a contravenir lo establecido a nivel estatal, pues se comprende el silencio de buena parte de la docencia. Aun así, a la izquierda que nos gobierna le da exactamente igual lo que piensen los que están en el aula: lo suyo es trasladar el catecismo progre al espacio educativo.

Lo curioso del fenómeno es que se emplea con frenesí al autor de la Crítica de la Razón Pura en la defensa de unos ideales que son diametralmente opuestos a los del alemán. Por ejemplo, el teutón dejó para la posterioridad una sentencia de la que muchos, singularmente los intelectuales de la izquierda, se sirven para dar lustre a sus políticas. Es verdad que Kant escribió que “el hombre es lo que la educación hace de él”, y nadie lo pone en duda, si bien es igualmente cierto que esta izquierda del sinsentido le ha dado la vuelta a la frase, como si fuera un calcetín, hasta reescribirla del siguiente modo: “el hombre es lo que la ignorancia hace de él”. Por lo tanto, desvirtúan la filosofía educativa kantiana, la despojan de su importante contenido y la convierten en una caricatura de sí misma, en la que la autonomía personal deviene en fracaso de la voluntad y la inteligencia.

Hay un extraordinario pasaje de El extranjero, de Albert Camus, en el que se refleja de un modo literario lo que supone la traición a Kant. Es una licencia que me permito para que se obre el entendimiento de pasar del “pensamiento del hombre libre” a los “pensamientos de un presidiario”. Por favor, que no se olvide que el viejo Kant pretendía lo primero, que el sujeto no estuviera limitado por ninguna condición, que se sometiera, en todo caso, a la universalidad del imperativo categórico, esto es, al deber de buscar la autonomía personal. La izquierda, en su contra, lo fija todo a un hipotético, a una intencionalidad ideológica, que resulta insultante tanto para el desarrollo intelectual como para el progreso de la voluntad. Lo prometido, les dejo con las hermosas palabras de Camus que, en cierta manera, también evocan a las de Platón y a los archiconocidos prisioneros del Mito de la Caverna: “Después no tuve sino pensamientos de presidiario…, pensé a menudo entonces que si me hubieran hecho vivir en el tronco de un árbol seco sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco”.

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