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Mediocridad educativa y acoso al docente

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Hay frases que se quedan grabadas en la memoria como testigos de una experiencia, de un momento irrepetible. Encontrar estas frases no es fácil, depende de múltiples factores, no todos ellos bajo control. En más de una ocasión, es la propia vida la que le pone a uno delante de las palabras oportunas. A mí, me sucedió hace apenas unos días, al comenzar la lectura de La piel fría. Su autor, desconocido en aquel entonces, me ha acompañado sin cesar desde esa primera vez.

Precisamente, la sentencia que abre la obra de Albert Sánchez Piñol es la que mejor define la temática de este artículo, que trata sobre el acoso a la figura del docente: “nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos”. El mundo de la enseñanza puede llegar a convertirse en el peor de los calvarios para el protagonista de las humillaciones y abusos de los compañeros de trabajo, de sus superiores o, como en el caso reciente del profesor de Química de la universidad de Nueva York, de los mismos alumnos. Ha sido el despido de Maitland Jones Jr. el que ha puesto sobre el tapete la realidad que experimentan muchos profesionales en la actualidad, y no sólo en el ambiente universitario. Como escribí en otra oportunidad, el docente se expone a la paulatina criminalización de su tarea, especialmente, cuando la ejerce bajo unos criterios de rigurosidad en la impartición del currículo específico, no menos que de exigencia en la petición de los rendimientos objetivos al alumnado. Es lo que tiene vivir en una sociedad decididamente entregada al cultivo de la mediocridad.

Desde hace unas décadas, cuando hizo mella el discurso pedagógico en el ámbito de la educación, el impacto del facilismo ha provocado que los docentes sean vistos como figuras de otro tiempo, unas figuras que, en lugar de buscar la excelencia entre sus pupilos, impiden el progreso de los estudiantes con su trasnochado rigor

Desde hace unas décadas, cuando hizo mella el discurso pedagógico en el ámbito de la educación, el impacto del facilismo ha provocado que los docentes sean vistos como figuras de otro tiempo, unas figuras que, en lugar de buscar la excelencia entre sus pupilos, impiden el progreso de los estudiantes con su trasnochado rigor. Lo perverso de esta imagen del profesional es que genera una presión enorme sobre su magisterio hasta derivar en un penoso acoso laboral por cumplir simplemente con su trabajo. Porque lo que se solicita del docente es que abjure de sus deberes, incluso de su dignidad, y que, en vez de enseñar conocimientos, dispense aprobados a mansalva sin importar la adquisición previa de los contenidos curriculares. Por desgracia, a esta solicitud del alumnado se han sumado los pedagogos de salón y determinadas ideologías complacientes con la ausencia de la responsabilidad individual.

Este abuso o, propiamente, acoso o mobbing se sustancia de múltiples maneras. En la esfera de educación privada, lo habitual es el señalamiento de la persona y el posterior despido, como en el caso citado de la universidad de Nueva York. Pero, en la enseñanza pública, la situación es más sibilina, aunque igualmente dolorosa e incomprensible. Puede concretarse en los horarios laborales, en la ejecución de tareas ajenas a la docencia, en mil y una humillaciones que hacen de la vida del docente un infierno.

Y todo en recto seguimiento de la afirmación de La piel fría: “nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos”. Este es el particular drama de los acosados, que han de convivir con los responsables directos de su precaria situación, día a día, hora tras hora, hasta incluso fuera del trabajo. Quizás sería el momento de revisar y actualizar el protocolo de actuación frente al mobbing dentro de la docencia española, porque, entre otras cosas, la nueva ley educativa, la famosa Lomloe, en cierto modo promueve y extiende la mediocridad del alumnado. Es decir, la “ley Celáa” generará un aumento de la deriva proteccionista y paternalista sobre el alumno a través, aunque en principio no se pretenda, de la persecución del docente que actúe en conciencia y exija a sus alumnos lo que se exige a sí mismo.

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Comentarios

  1. Principio de proyección
    12 de mayo de 2023 21:51

    Buscando incansablemente algo autocrítica en el texto…Nada. Nada nuevo bajo el Sol en el sector, digo. Los padres, los pedagogos, la ley educativa, el ministerio… Nunca el profesor, pobre víctima noble e íntegra que asiste indefensa a tanta infamia. En Fin. La mediocridad es, justamente, exigir rigor sin predicar con el ejemplo.