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Metrópolis, una profecía de 1927 para nuestro siglo XXI

Llucià Pou Sabaté
Teólogo
7 de diciembre de 2022
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Producida en 1927, Metrópolis es una película dirigida por Fritz Lang inspirada en la visión que tuvo de Nueva York de noche, con sus rascacielos y calles iluminadas. Refleja muy bien a una sociedad de proletarios, tanto en la occidental como la comunista, que recuerdan sin embargo al nacionalsocialismo y su ideología, y para mí viene a ser una profecía futurista de lo que pasaría en todo el siglo. Representa una ciudad del siglo XXI donde los obreros viven en un gueto subterráneo donde también trabajan en la fábrica que alimenta la ciudad de arriba. Vive una “existencia cosificada” (expresión de Ortega y Gasset). Ellos no pueden mezclarse con los del mundo superior.

Freder es el hijo del dirigente de Metrópolis, que tiene buen corazón (como hiciera Buda en su día), mira con sus propios ojos las pésimas condiciones en que viven sus hermanos oprimidos. María es la protagonista que sustenta el ánimo de los obreros en unas catacumbas, y que será mediadora entre los dos mundos con el lema «mediador entre el cerebro y la mano ha de ser el corazón», que muestra la necesidad de que el amor reúna a la razón y la fuerza y así razón, trabajo y corazón se unifican. Tanto unos como otros se olvidan de los niños, la gran pregunta es «¿dónde están vuestros hijos?». Los dos conducen al nihilismo (“¡Queremos presenciar como se va el mundo entero al diablo!”, grita la “chusma”.). Se intuye que con la cabeza solamente la sociedad conduce al totalitarismo. Las escenas con las masas de obreros entrando y saliendo de la fábrica parecen una premonición de lo que ocurriría con los judíos en los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, y es emblemática la imagen de hornos crematorios en la visión del Mediador cuando explota una máquina, y se alimenta a Moloch (divinidad cananea asociada a los sacrificios de niños por medio del fuego): unos años más tarde Hitler lo haría realidad. Se dice: “¿Quién alimenta las máquinas con su propia carne?”. Las manos solamente provocan revolución y muerte. Y una vida utópicamente idílica para unos pocos privilegiados; así los habitantes de la superficie viven en un marco que será el que aparece más tarde en el documental Olimpiada (1938), de Leni Riefenstahl.

Ha sido la película alemana con más presupuesto de la historia, en la que participaron más de 37.000 personas. La Alemania pronazi quitó todo lo que parecía comunista y religioso. He visto la versión casi completa de 2010 (con media hora de material recuperado de Buenos Aires), y me ha encantado.

Palpita en la película la necesidad de una justicia en ese mundo: “¿Dónde están los hombres cuyas manos levantaron esta ciudad?”, pregunta Freder a su padre, el “cerebro” de la ciudad

Palpita en la película la necesidad de una justicia en ese mundo: “¿Dónde están los hombres cuyas manos levantaron esta ciudad?”, pregunta Freder a su padre, el “cerebro” de la ciudad, quien le responde: “Donde les corresponde. En las profundidades”. Allí el reloj marca 10 horas, las que trabajan de modo agotador y explotador: “Padre, ¿es que diez horas no pasan nunca?”, dirá el protagonista. Alguna imagen de la película ha sido muy imitada, por citar una la escena del reloj de Chaplin en Tiempos modernos. Los obreros no necesitan vigilantes, actúan de una forma mecánica sin necesidad de represión ninguna, están sin alma, sin interioridad hasta que la figura de María les guía a algo más.

María en unas nuevas catacumbas cristianas de la clandestinidad de Metrópolis prepara la esperanza del pueblo en la espera de un mediador, el cual tiene una misión que María le enseña: «muéstrales a ambos el camino hacia el otro… El mediador entre la cabeza y las manos ha de ser el corazón». María es la sacerdotisa de esa esperanza.

Un aspecto clave de la película es que la masa humana es fácilmente manipulable por los demagogos, lo cual profetiza lo que sucederá (y aún sucede hoy día) en nuestra sociedad. Así se practican ritos medievales como la quema de brujas, algo parecido a lo que hemos visto en la Guerra Civil Española; ataques a las estructuras como la quema de las iglesias en dicha guerra; linchamientos, etc.

El mito de la Torre de Babel vertebra la película: “vamos a la nueva Torre de Babel, a casa de mi padre”, dirá el protagonista principal. “Aún hablando el mismo idioma, no se entendían los hombres entre sí”. Y cuando el tirano quiere aprovechar la esperanza que María pone en los corazones para sembrar la confusión de los trabajadores, usa una estrategia: “quiero sembrar la discordia entre ellos y ella”.

Designada Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco, la película tiene elementos bíblicos y mesiánicos para rescatar al mundo de una existencia cosificada, donde hay fuerzas del mal que quieren impedir a las personas su interioridad, su corazón, a través de una esclavitud del “hacer”, con los sembradores del miedo como el “hombre delgado” que con su alzacuellos muestra algo así como un nuevo orden sacerdotal. Blade Runner (de Ridley Scott) es una de las películas que bebe de este icono del cine de todos los tiempos.

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