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Begoña Ibarrola: "Parece que decirles que no a los niños es no quererles tanto. Y no, necesitan límites para crecer seguros"

En su libro 'El taller de las emociones', la terapeuta infantil, psicóloga y escritora Begoña Ibarrola acerca a los más pequeños el mundo de las emociones. Pero no solo la alegría o el amor, también la tristeza o la frustración.
Marta Peiro del ValleJueves, 10 de agosto de 2023
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La terapeuta infantil, escritora y psicóloga Begoña Ibarrola.

Conocer y saber distinguir y gestionar las emociones es tan importante como aprender la tabla del 7, el pluscuamperfecto del verbo estudiar o los nombres de las cordilleras españolas. Así lo defiende Begoña Ibarrola, terapeuta, psicóloga y escritora.

En su libro El taller de las emociones Ibarrola acerca las principales emociones a los niños más pequeños (y a sus padres, claro), con la intención de ayudarles a distinguir y poner nombre a sus propios sentimientos y, a través de las actividades que les proporciona, aprender a gestionarlos.

Hablamos con ella sobre emociones y autoestima, sobre la importancia de que los padres dejen de ser tan sobreprotectores y aprendan a poner límites a sus hijos para enfrentarse al mundo que les espera más allá de las cómodas fronteras de las cuatro paredes de su casa.

Eres psicóloga y has ejercido durante años de terapeuta infantil. ¿Consideras que los niños hoy en día tienen conciencia emocional? ¿Se les enseña adecuadamente a identificar, gestionar y expresar sus emociones?
–Hemos avanzado mucho. Hay un antes y un después con la aparición de las investigaciones de la neurociencia sobre las emociones. A muchísima gente de mi edad no nos han educado emocionalmente, porque tampoco se sabía lo que eran las emociones ni cómo se procesaban. Pero desde que hay investigaciones y sabemos qué le pasa al cerebro de un niño cuando entra en una rabieta, o a una niña cuando siente celos… las familias y la sociedad en general ha tomado conciencia de la importancia de conocer las emociones.

Es un proceso lento porque hasta que se asienta la importancia de un elemento, como puede ser la educación emocional en la sociedad, lleva un tiempo. También es verdad que la investigación en medicina psicosomática ha demostrado que muchos problemas físicos e incluso un mal funcionamiento de un órgano o un sistema tienen su origen en un bloqueo o represión emocional. La medicina también ha dado mucha importancia al papel de las emociones en la salud y en el bienestar.

Estamos mejor en cuanto a conciencia emocional, y creo que muchas familias sienten la necesidad de educar emocionalmente a sus hijos. Esa es la gran diferencia con respecto a hace 15 ó 20 años, cuando casi nadie hablaba del tema.

Muchas veces, no somos conscientes de los efectos que las emociones provocan en nuestro cuerpo…
–Una de las grandes aportaciones de las investigaciones científicas es decirnos que las emociones primero se sienten y afectan al cuerpo. Cada vez que sentimos una emoción, al torrente sanguíneo le llegan unas sustancias químicas diferentes, que preparan al cuerpo para una respuesta distinta según la emoción. Eso hace que haya un cambio fisiológico importante.

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Muchas familias sienten la necesidad de educar emocionalmente a sus hijos. Esa es la gran diferencia con respecto a hace 15 ó 20 años, cuando casi nadie hablaba del tema

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Por ejemplo, cuando alguien grita “fuego”, nos sale una fuerza para correr impresionante por toda esa adrenalina que se genera por el miedo. Eso es una respuesta adecuada. Pero, cuando un alumno tiene miedo ante un examen, y aunque se lo haya preparado se bloquea por sufrir un ataque de ansiedad… sabe que sabe pero no puede rescatar la información que ha memorizado. Eso no sería una respuesta adaptativa, y si no hace una buena gestión del miedo o de la ansiedad le puede pasar una factura muy negativa.

Tenemos que entender que primero el cuerpo es el que siente la emoción, y luego la mente le pone nombre. Por eso, es tremendamente importante gestionar las emociones para mantener un estado de salud adecuado.

En el libro, calificas las emociones como positivas o negativas. Sin embargo, muchos psicólogos huyen de esta definición y las contemplan como agradables o desagradables para acabar con su connotación negativa. ¿Por qué apuestas por la primera distinción?
–En el libro digo que hay emociones positivas que nos hacen sentir bien y emociones negativas que nos hacen sentir mal. Pero todas son necesarias, nos aportan y tienen funciones diferentes. Cuando hablamos de las emociones, hay más “negativas” que tenemos que aprender a manejar que positivas. Por eso, la sociedad las considera negativas, porque me generan un estado de ánimo o me pueden provocar una respuesta que no es adecuada, como la que hablábamos del examen.

El miedo ante un examen no es positivo, pero se puede manejar y convertir en activación. Y en un alumno que es pasota y apático, a lo mejor se pone las pilas.

Las emociones negativas no son malas, tienen funciones diferentes. Pero me hacen sentir mal. A nadie le gusta sentirse triste, pero la tristeza tiene muchas funciones positivas: nos ayuda a reflexionar, a conectar con nosotros mismos, buscar ayuda… todo eso favorece su gestión. Por eso es importante destacar que no son buenas o malas sino que algunas nos hacen sentir bien y otras mal.

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El miedo ante un examen no es positivo, pero se puede manejar y convertir en activación. Y en un alumno que es pasota y apático, a lo mejor se pone las pilas

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¿Cómo hacerles entender a los niños que ambos tipos son importantes?
–Los adultos debemos legitimar todas las emociones. Y cuando los niños son pequeños y no saben ponerles nombre, hacerlo nosotros, para que se den cuenta de que hemos empatizado, que estamos reconociendo lo que están sintiendo. Y tratar sus emociones con naturalidad, no reprimir ninguna ni ver ninguna como algo negativo. Somos los primeros que tenemos que expresarlas.

Si a unos padres les disgusta preocupar a sus hijos y nunca expresan tristeza porque les da miedo o incomoda… Los hijos van a darse cuenta de que eso no es positivo, y van a intentar no expresarlo. Pero si el abuelo está enfermo lo más normal es que reconozcan esa tristeza. Ahí sus hijos lo verán como algo normal, natural. Les estamos diciendo que todos sentimos emociones y que tienen permiso para expresarlas. Ahora bien, tienen que hacerlo de forma adecuada.

Cuando son pequeños no tienen capacidad de gestionar sus emociones, porque esa parte de su cerebro no está desarrollada. Con lo cual, tenemos que enseñarles. Tenemos que decirles que tienen derecho a enfadarse y decirles a sus amigos que no les quiten los juguetes… pero enseñarles a no empujar, pegar o insultar, a expresarse sin hacer daño a los demás… ni a sí mismos. Porque si se reprimen, se hacen daño. Expresar las cosas con naturalidad es lo mejor que podemos hacer.

Has hablado de un concepto, la autorregulación emocional. ¿Hay alguna estrategia para enseñar a los niños a hacerlo?
–Cuando son pequeños, hasta los seis años, no pueden empezar a autorregular sus propias emociones. E incluso un poquito más mayores les cuesta. Cuando son muy pequeños el adulto tiene que ayudarles a corregular. Y hay distintas estrategias.

Una que funciona muy bien es la distracción: si el niño está mirando el helado y sabes que no puede comérselo antes de comer, distraes su atención poniendo el foco en otra cosa.

También es muy importante enseñarles a entrar en calma controlando la respiración, o buscar momentos donde no haya muchos estímulos y con música o haciéndole cosquillas provocar un cambio de estado personal: si consigues que se ría, ya no se puede enfadar. O, si está muy enfadado y le abrazas, cambia su estado interno. Eso sí, cuando te lo permita, porque a veces lo que necesita es calmarse, estar solo.

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Los adultos debemos legitimar todas las emociones. Y tratarlas con naturalidad, no reprimir ninguna ni ver ninguna como algo negativo. Somos los primeros que tenemos que expresarlas

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Hay muchas estrategias que son muy fáciles de llevar a cabo para que cambie su estado emocional inicial de enfado, frustración, rabia… Lo que tenemos que hacer es estar presentes. Poco a poco se dará cuenta de que hay cosas que puede hacer por sí solos, pero primero lo tienen que hacer los adultos. La corteza prefrontal, responsable de la regulación y la gestión emocional, no está madura prácticamente en su totalidad hasta los 21 años, así que… podemos entrenar con ejercicios como los que he puesto en el libro para fortalecer sus capacidades emocionales.

Pero es evidente que el adulto no puede pedir a un niño lo que no le puede dar por madurez. Tampoco puede ayudarle a entrar en calma desde su propio caos o frustración, porque entonces todo acaba explotando. El adulto, desde la calma, la inicia en el pequeño, pero desde los nervios, la confrontación y la ansiedad, nada.

Hablando de los ejercicios que planteas en el libro, ¿por qué esos en concreto?
–Al trabajar y educar en emociones, y en terapia, he probado más de 200 actividades, que me funcionan. También en las aulas o con las familias. Y de todas, que ya se han probado y comprobado que funcionan, he seleccionado algunas.

En el libro puse ocho emociones, que podría haber puesto más. Y diez actividades para cada emoción, aunque hay muchísimas más. Y requieren muy poco material. A veces ninguno, otras son cosas que tenemos por cada como rollos de papel higiénico o envases de plástico de yogures…

Para mí lo fundamental era que las actividades ya estuvieran valoradas y puestas en práctica desde hace muchos años, y yo misma y muchas personas con las que trabajo hubiéramos visto su eficacia.

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Lo que tenemos que hacer los padres es estar presentes. Poco a poco nuestros hijos se darán cuenta de que hay cosas que pueden hacer por sí solos

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También hablas sobre algo tan básico como el autoestima. ¿Consideras que los niños a día de hoy tienen una buena autoestima?
–Hay de todo, no podemos generalizar. Tenemos que entender que la autoestima empieza cuando yo ya tengo conciencia de quién soy, un ser diferente a todos, que tengo valores, potencialidades, limitaciones, que hay cosas que se me dan bien, que soy un ser único y especial, que me quiero, que me acepto… Eso es un proceso que empieza con el desarrollo cognitivo más potente a partir de los seis ó siete años. pero hasta entonces la autoestima se va creando o desarrollando en función de los mensajes que percibe de los adultos.

Si un adulto le dice a un niño reiteradamente que es un torpe, ese niño piensa que ser torpe forma parte de su personalidad. Esos mensajes van calando en él y coge esa imagen de sí mismo, y se piensa torpe, malo, tonto… A partir de los seis años, cuando empiezan a socializar, ya empiezan a tener en cuenta lo que opinan sus amigos y otros adultos, quienes van reflejando visiones de ese niño que él va adquiriendo, además de su percepción personal.

El niño hace una especie de media de todo lo que recibe. De ahí la importancia de, por lo menos en los primeros seis años, que los adultos tengan en cuenta los mensajes que están transmitiendo. No eres tonto, has hecho una tontería porque no te has fijado y se te ha caído el vaso. Valorar la acción, no a él. Hoy en día, los adultos cada vez son más conscientes del rol que tienen sus mensajes en el desarrollo emocional de sus hijos y los cuidan un poquito más.

Sí puedo decir que desde hace diez años he notado una bajada en la tolerancia a la frustración en casi todos los niños. Pero creo que cada vez los adultos son más sensibles ante cómo se dirigen a su hijo. También hay que entender que no se puede cultivar la autoestima diciéndole a un niño que es bueno para todo, porque eso es mentirle. Luego la primera vez que comete un error piensa que le han mentido o no lo aguanta, no lo tolera. Si los padres le dejan ganar continuamente, la primera vez que pierda va a montar un número…

En general la gente se está mentalizando de lo importante que es una buena autoestima: potencia el desarrollo de la personalidad, el equilibrio emocional y el bienestar en general.

¿Es la frustración el mal del siglo XXI?
–Sí. La mala gestión de la frustración. Si los padres les evitan a sus hijos las piedras del camino, cuando se encuentren con una no van a saber saltarla. Si les quitan todas las dificultades, y todo lo que quieren lo consiguen, el día que les pongan límites y les digan que no se van a encontrar con frustraciones. Lo que hay que darles son herramientas para gestionar y manejar la frustración, entrenarla.

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No se puede cultivar la autoestima diciéndole a un niño que es bueno para todo, porque eso es mentirle

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Porque la frustración genera malestar, pero hay que entender que hay cosas que tengo que aceptar. No se habla a los niños lo suficiente de que hay cosas que pueden elegir y hay otras que tienen que asumir o aceptar. No pueden elegir a sus hermanos, a sus compañeros. Hay cosas en la vida que no están en su mano y tienen que aceptarlo.

No se les ha hecho ningún favor dándoles una sobreprotección, blindándoles frente a las dificultades y problemas, haciéndoles ver que son los reyes del mundo y que lo pueden conseguir todo. Se les ha hecho un flaco favor. Con lo cual, hay unas pataletas y unas frustraciones, sobre todo en adultos…

Creo que la frustración es uno de los elementos que nos va a acompañar toda la vida, así que cuanto antes aprendan a frustrarse… ¿Que se enfadan? Que se enfaden. Legitima su enfado. Pero que entiendan cuanto antes que no todo lo pueden elegir.

¿Son los padres demasiado laxos o permisivos con sus hijos?
–Sí. Creo que vamos por la ley del péndulo. Ha habido una sociedad muy restrictiva, muy represora, que ha dado una una educación a sus hijos muy drástica y normativa, y ahora, de repente, se les deja que coman, duerman y hagan lo que quieran. Y no. Los límites y el afecto son los que educan, y si no les pones esos límites desde pequeño, vas mal. El problema es que no se está educando adecuadamente, y parece que decirles que no es no quererles tanto. Y no, los niños necesitan límites para crecer seguros.

Tendríamos que pararnos para analizar qué estamos haciendo con nuestros hijos, porque luego vienen los suicidios, las autolesiones, las depresiones, la ansiedad… He tenido casos de niños que se autolesionaban porque no aguantaban el no o la frustración. Hay que aceptar que en la vida te vas a encontrar de todo, y puedes tener un nivel de malestar pero que sea aceptable, que no te influya ni se mantenga en el tiempo. Que puedas hacer clic y seguir adelante. 

Sobreprotegerles es el peor regalo que se les puede dar. Porque al hacerlo, además, se les hace pensar que no son capaces, con lo cual baja su autoestima. Déjales que se les caiga un vaso, que se tropiecen, que lloren al caerse… si se caen se tendrán que volver a levantar.

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No se habla a los niños lo suficiente de que hay cosas que pueden elegir y hay otras que tienen que asumir o aceptar

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¿Por qué tienen ese afán sobreprotector, por sus inseguridades?
–Por eso y porque a lo mejor han tenido padres muy represivos, y no quieren ser como ellos. Y no piensan que a lo mejor eso era demasiado, pero sus padres ponían límites muy claros y ellos han llegado hasta donde han llegado porque les han educado de una manera. Los estilos educativos pueden cojear, pero hay que ser conscientes de eso.

Hay que poner unas normas, por ejemplo, para comer. Un horario. Y hay que sentarse a la mesa, y el móvil se deja fuera, y se habla, y no se ve la televisión. Y tienes que contar con que protesten, es normal. Y con que se enfaden. Pero es que la vida es así. Creo que tendríamos que hacer un esfuerzo porque hay muchísimos problemas de adolescentes que son fruto de toda esta mala educación.

También es importante que los adultos aprendan todos estos conceptos. ¿Cómo enseñarles? No todo el mundo tiene acceso a una terapia…
–En casi todos mis libros pongo consejos para familias, porque es una forma de que el adulto acceda a una información que a lo mejor no ha tenido cuando era joven. Cada vez hay más blogs, webs… sitios donde informarse.

Por ejemplo, yo colaboro con Educar es todo, una red de familias que tiene expertos que te van a atender y dar consejos sobre cualquier tipo de educación y problema. Y he trabajado con cantidad de plataformas que ayudan a las familias a hacer una buena educación. También hay muchísimos libros para familias. Lo que pasa es que hay que plantearse el querer aprender a hacer eso.

En todos mis libros hay actividades para los niños, pero primero los adultos se enteran de por qué es importante entrar en calma, gestionar el enfado… Creo que las familias también están deseando saber, pero hay que marcar pautas sencillas y claras. Y es lo que intento también en este libro: pautas muy sencillas y claras con objetivos muy concretos. Cuando el adulto lo pone en funcionamiento y ve que funciona, automáticamente ya ha hecho el aprendizaje. Todas las actividades que propongo están probadas, pero los adultos también las van a testar.

De hecho, hay profesoras que me han dicho que una actividad les ha movido también a ellas, porque cuando hablaban con sus alumnos se daban cuenta de que había algo que no habían resuelto, como el aprender a decir que no a otros. También sirve al adulto para ver aspectos donde tienen que trabajar, reflexionar.

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