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Como si estuviera a punto de irme

María Pardo SolanoJueves, 6 de febrero de 2025
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© Marek

Si todo va bien, en cuatro meses termino la carrera y me mudo a la capital; es decir, a 400 kilómetros de mi familia. La etapa universitaria –más aún, mi vida en el hogar donde crecí– llega a su fin. La meta –que es, a su vez, línea de salida– se acerca imparable, sin que yo pueda hacer nada por calmar su prisa.

Confieso que siento un poco de vértigo. Hasta ahora, el camino ha lucido medianamente claro ante mí: cada vez que terminaba un curso, sabía con certeza lo que ocurriría durante el siguiente –otro nuevo, pero de estructura parecida; los mismos amigos íntimos, planes similares, el peso del estudio y el techo seguro de siempre, bajo el que refugiarme junto a mi familia–. Será a partir de septiembre de 2025 cuando en vez de un camino, atisbaré una pradera con un puñado de sendas vagamente marcadas: ¿Hacia dónde me llevarán?

Superado el miedo a esa punzada de incertidumbre, el futuro se me presenta como un amigo misterioso. Hace años que sueño con vivir en Madrid, donde tengo amigos maravillosos y prometen abrírseme un sinfín de oportunidades. Se me enciende el corazón cuando pienso en las personas a las que voy a conocer y los proyectos en los que acabaré embarcada. Se alza ante mí un mundo nuevo del que maravillarme y aprender. Mi madre dice que para eso aún queda mucho. La entiendo, pobrecita; pero, aunque me haya prohibido recordárselo, la realidad es que estoy a punto de irme.

A causa de tantos retos, este curso está siendo de una belleza peculiar. Si durante los últimos años he luchado por no vivir proyectada en el futuro y empaparme del presente, en estos últimos meses el día a día me seduce con un encanto particular, como si me hubiera enamorado con más fuerza que nunca del aquí y del ahora.

El mar Cantábrico se me antoja más azul y todo me huele a sal. Los pájaros afinan mejor, en el parque de la ermita juegan más niños que antes, y hasta el recepcionista del gimnasio me saluda con especial simpatía. Mi habitación nunca me ha parecido tan cálida, y a cada poco me sorprendo de lo mucho que han crecido mis hermanos pequeños. Además, aquello que en la adolescencia me molestaba de la actitud de mis padres, ahora me produce ternura. Sobre mis amigos… ¡qué puedo decir! Están recibiendo mis te quiero y otras cursilerías con una frecuencia exagerada.

Camino por la calle encandilada ante cada uno de los árboles de mi barrio. Siguen siendo los mismos de cuando nací, pero parecen más vivos que nunca. Sé que callan muchas historias sobre mi infancia por esas calles.

Me está sucediendo lo que a Passenger en “Let her go” –only miss the sun when it starts to snow–: me doy cuenta de cuánto voy a echar de menos este presente, ahora que está cercano a terminar. Pero me gusta la sensación. Lejos de hundirme en la melancolía, elevo una constante acción de gracias por cuanto me rodea. En pocas palabras, me gustaría vivir siempre como si estuviera a punto de irme.

María Pardo Solano es la ganadora de la XIV Edición de www.excelencialiteraria.com

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