Empatía
La empatía es una cualidad muy valorada en estos tiempos. Sin embargo, es también escurridiza. Es decir, parece clara, pero, en realidad, es engañosa. Empatizar es mucho más complejo de lo que parece, de lo que es consciente Marcos, una persona más entre los millones de personas de este vasto mundo. Presenta una peculiaridad que él no sabe si considerar como un regalo o un castigo: tiene el poder para empatizar con cualquier persona. De primeras parece un tipo común; sin embargo, le basta apenas un minuto para sentir y padecer lo que siente y padece aquel que se encuentra frente a él. Sin que este se lo pida, se mete en su piel y en sus tripas.
…
Un sol pálido iluminaba a duras penas las calles vacías en una fría mañana de invierno. Marcos caminaba, reticente, hacía el asilo en que se hospedaba su padre, que arrastraba un problema de senilidad. El viento atravesaba como dagas de hielo las tres capas de ropa que llevaba encima, su nariz estaba enrojecida y los labios se le empezaban a cortar.
«¿Por qué soy el único tonto que visita a papá? Debería hacer como mis dos hermanos y quedarme cómodamente en casa», pensó molesto.
Al llegar al asilo, la calefacción le saludó con un abrazo atosigante, obligándole a desprenderse de una de sus capas de ropa. Habló con la recepcionista y se dirigió a la habitación de su padre.
«Voy a comprobar si verdaderamente merece la pena visitarle», decidió al subir las escaleras.
Cuando se encontró frente a la puerta de la habitación, se detuvo a observarla. Le pareció que pedía a gritos una mano de pintura. Inspiró hondo, tiró del pomo y pasó con su mejor sonrisa.
–Buenos días, papá. ¿Cómo estás?
El anciano, tapado por un edredón, se volvió hacia él con dificultad. La tripa redondeada no facilitaba los movimientos. Buscaba algo con la vista, pero no sabía qué. Levantó una mano a cámara lenta; le temblaba como si estuviese muerto de miedo.
–Tú no eres Marta.
Marcos estaba acostumbrado a estos episodios. Nunca le reconocía; lo trataba como a un extraño. No podía culparle, era inevitable porque el paso de la vida no perdona. Sin embargo, aquella mañana –por ninguna razón concreta– le podía la impaciencia.
–Papá quisiera comprenderte –susurró con una mezcla de disgusto y agotamiento.
Analizó el estado de su padre con sumo detalle: desde su ralo y canoso pelo, que le hacía parecer un monje, a sus pies desnudos, que se escapaban del suave edredón y se mostraban agrietados.
Marcos cerró los ojos y, de repente, se le formó un nudo en el estómago. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de él. Al instante abrió los párpados y empezó a respirar a gran velocidad, lo que le fatigaba, pues el oxígeno no le llegaba adecuadamente a los pulmones.
Se sentía desorientado; nada le resultaba familiar. Además, una persona mayor le miraba desconcertado. La calidez de la habitación se convirtió en un infierno para Marcos. Le quemaba la piel, como si una infinidad de agujas candentes se le clavaran por todo el cuerpo. Un goterón de sudor se deslizó por su espalda.
Vio la puerta y, por puro instinto, se abalanzó hacia ella. Sin embargo, al dar el primer paso y apoyar el pie en el suelo, no tuvo fuerzas y se cayó. Después del golpe, se quedó agazapado en el suelo, gimiendo desconsolado. Su cerebro procesaba los estímulos de manera frenética, pero no encontraba a qué asociarlos. Le envolvía un entorno desconocido que le generaba malestar. No sabía la razón de aquella espiral de sufrimiento y desconcierto.
En un instante todo volvió a la normalidad y su respiración se fue acompasando. Se levantó con los ojos llorosos y un punzante dolor de cabeza. Su padre le miraba desconcertado desde la cama. Marcos observó la deteriorada puerta, con la esperanza de que alguna enfermera entrase por haber escuchado el estruendo de su caída. Pero nadie entró.
Se sentó a la cabecera de su padre, al que tomó de la mano.
–Voy a preparar tu equipaje, papá –le dijo mientras se secaba las lágrimas–. Te vienes conmigo. ¡Nunca más te dejaré solo!
El anciano le acarició el brazo mientras esbozaba una tímida sonrisa.
Juan Pedro Delgado de Olmedo, ganador de Excelencia Literaria XIX edición www.excelencialiteraria.com