Burbujas

Juan Pedro Delgado de OlmedoMiércoles, 4 de junio de 2025
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© ADOBE STOCK

Divagar es fascinante, opina nuestro protagonista. Le gratifica bucear en un mar de pensamientos, algunos fríos, otros más cálidos. Sin embargo, las corrientes no se ponen de acuerdo y chocan entre sí, provocando una infinidad de remolinos violentos que le arrastran, hasta que consiguen ahogarle en lo más profundo de sus cavilaciones. En los abismos está todo muy oscuro. Por eso, intenta con todas sus fuerzas emerger, atosigado por una insoportable presión. Cuando lo consigue y saca la cabeza a la superficie, resopla aliviado. Ha conseguido pasar por una zona sin turbulencias, que le ha ayudado a ascender por su propio peso, sin apenas esforzarse. Observa el entorno: un recuerdo por allí, una idea por allá… Los rayos de luz inciden en el mar, ayudándole a que sus ideas sean más claras.

«Es hora de salir a cazar», piensa.

Bucea de un lado a otro, empeñado en atrapar algún pensamiento que merezca la pena. Cuanto más creativo se siente, más pequeño se le presenta.

Se le acaba el oxígeno y ha de volver a la superficie, dejando atrás el maravilloso mundo de la reflexión. Por si fuera poco, la luz del sol se va volviendo tenue. Si hasta entonces no ha sido capaz de atrapar un solo concepto, en ese momento se le antoja un imposible. Sin embargo, sabe que es un buceador experimentado, así que se sumerge de nuevo para que le arrastren las corrientes. En ese fluir cierra los ojos y abre las manos, esperando que alguna idea quede atrapada entre sus palmas.

Reposa en una capa infinita de agua cristalina que empieza a oscurecerse. Del pálido sol cae arena sin parar. El océano parece un cuenco sin fondo. La arena ahoga al agua, hasta casi secarla. Entonces se mira la mano derecha: nada. Se mira la mano izquierda: ¡ahí está! Es una pequeña burbuja, frágil pero hermosa. Se ve reflejado en ella y entonces explota:

–¡Sublime! –grita emocionado.

Poco dura la emoción porque no puede ver. Ha llegado el desierto y es de noche, y no hay estrellas. Está tumbado en una duna fría. El desierto es horrible. Si sus días son duros, las noches son peores: dos extremos igual de nocivos y con distintas consecuencias.

Se acurruca, recordando una y otra vez la idea que ha encontrado de manera fortuita. Tras una cruda noche, amanece.

«He de llegar a mi escritorio, he de plasmar mi reflejo en un papel. Será un microrrelato genuino», piensa mientras observa el desierto al que se enfrenta.

Los pies se le hunden en la tierra, dedos que le agarran intentando arrastrarle a las profundidades. Sabe que no le van a soltar así como así. Conoce su meta, pero el arenal le aleja de su objetivo. El calor tampoco ayuda.

Han pasado varios días y todavía no ha encontrado su escritorio. Ha atravesado múltiples montañas sin una brizna de vegetación, pero tiene la sensación de que sigue en el punto de salida, pues las mismas montañas de arena que tiene delante también están detrás. El calor le ha jugado malas pasadas, le ha hecho ver espejismos, alucinaciones. Ha estado al borde de olvidarse de la gran idea.

Respira jadeante y observa nuevamente a su alrededor. Le llama la atención que todas las montañas sean iguales.

«Tengo que jugar con el entorno a mi favor», piensa.

Se pone en pie, animado y dolorido. Avanza como si estuviera ebrio y al fin llega a la cima de la montaña, en donde deja que la tierra le trague. Asustado, cierra los ojos y siente cómo la arena lo invade todo. En un instante, nada. La arena ya no está. Se encuentra sentado en su escritorio. Sonríe, toma un bolígrafo y se dispone a escribir.

–Primero el título –se dice.

Escribe en el papel: “Burbujas”.

Juan Pedro Delgado de Olmedo, ganador de la XIX edición www.excelencialiteraria.com

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