En defensa de una mejor Pedagogía
Yo también he leído el artículo publicado en El País sobre la propuesta de ampliar el Máster de Formación del Profesorado y la crítica general a las Facultades de Educación. Comparto parte del diagnóstico del profesor Fernández Liria publicado en elDiario.es, pero no las conclusiones a las que llega. Hay afirmaciones ciertas (el Máster necesita una revisión profunda, las Facultades de Educación deberían rendir cuentas de su utilidad y de su calidad –por cierto, me ha sorprendido que reduzca la calidad de algo a la “satisfacción” del alumno, una afirmación clientelar de la docencia universitaria–), pero también otras que me parecen injustas o directamente erradas.
Se hace, efectivamente, mala Pedagogía. A veces muy mala. Hay también muchos timos: cosas que se presentan y se venden como Pedagogía, pero que en realidad no lo son. Y se hace, en ocasiones, con un grado de desconexión preocupante respecto a la escuela y a los conocimientos que se enseñan. Son absolutos delirios. Pero eso no invalida la necesidad de pensar pedagógicamente la enseñanza, ni cultiva una mirada pedagógica de la realidad. Del mismo modo que hay mala Ciencia Política, mala Filosofía, o mala Sociología, también hay Pedagogía mala o mediocre. Lo que necesitamos no es suprimirla, sino hacerla bien, hacer mejor Pedagogía.
El actual Máster de Formación del Profesorado tiene problemas, pero tampoco nos engañemos: un Máster habilitante nunca va a ser una elección formativa muy emocionante para nadie. Aunque la mejora potencial tiene límites, el margen para hacerlo mejor es evidente. Estoy de acuerdo con que los egresados no reclaman un año más de curso ni más créditos, sino una formación mejor orientada, que los conecte de verdad con la práctica docente y con la reflexión sobre lo que significa enseñar.
Tampoco comparto la idea de que enseñar bien consista solo en saber mucho de una materia. Saber mucho sí es, totalmente de acuerdo, lo primero. Pero saber algo y enseñarlo no son lo mismo, aunque deban ir juntos, aunque lo primero te empuje a lo segundo. Tener hambre me lleva a querer comer, pero tener hambre no implica saber cocinar un plato nutritivo. Un buen profesor de Matemáticas, de Historia o de Literatura lo es porque sabe su disciplina y sabe cómo introducir a otros en ella. Ese “cómo” no es un artificio técnico ni un adorno: es la mediación pedagógica fruto de la indagación didáctica sobre el contenido a enseñar, el puente que hace posible que un conocimiento se convierta en aprendizaje. Pensar sobre esa mediación y sus circunstancias es lo que hace la Pedagogía, cuando la Pedagogía es buena.
Entiendo la irritación que despiertan ciertos discursos pedagógicos vacíos o moralistas, que se refugian en la jerga, en las emociones o en las modas metodológicas. A mí me irritan mucho. Yo también los critico. Pero reducir todo el pensamiento pedagógico a eso es confundir el síntoma con la enfermedad
Entiendo la irritación que despiertan ciertos discursos pedagógicos vacíos o moralistas, que se refugian en la jerga, en las emociones o en las modas metodológicas. A mí me irritan mucho. Yo también los critico. Pero reducir todo el pensamiento pedagógico a eso es confundir el síntoma con la enfermedad. La Pedagogía no es el enemigo de los conocimientos, sino, entre otras cosas, el estudio de las condiciones de su transmisión.
En el fondo, Aristóteles ya explicó hace siglos lo que hoy seguimos olvidando: que hay actividades cuyo sentido no reside en el resultado que producen, sino en la práctica misma de realizarlas bien. Enseñar también pertenece a ese tipo de prácticas. Es un quehacer que solo se domina haciéndolo, que exige experiencia, discernimiento y virtud profesional. Por eso la enseñanza no puede reducirse a aplicar métodos ni a cumplir indicadores, porque su bien interno es el propio acto de enseñar “juiciosamente”. Lo pedagógico, entendido en este sentido aristotélico, no es un conjunto de técnicas, sino el estudio del oficio de enseñar y todo lo que lo rodea y condiciona.
El profesor Fernández Liria dice que los pedagogos son personas tristes. Hay mucha gente triste, en muchos sitios, en las Facultades de Filosofía conozco a unos cuantos tristes, en las de Educación también. Pero no creo que la tristeza sea lo que defina a ninguna Facultad. No soy la única en trabajar con la convicción de que pensar la enseñanza es una tarea seria y necesaria. Lo hacemos desde el diálogo con la Filosofía, la Historia, la Psicología o la Sociología, no desde el vacío.
Las Facultades de Educación no son un contrasentido; lo que sí puede serlo es la forma en que a veces se organizan o se justifican.
Las Facultades de Educación no son un contrasentido; lo que sí puede serlo es la forma en que a veces se organizan o se justifican
No parece que las Facultades de Educación estén precisamente vacías. No nos faltan estudiantes (más bien lo contrario: el sistema público es incapaz de absorber la demanda social, que va más allá del propio Máster de marras; investigamos y enseñamos más cosas), mientras que otras titulaciones sí se enfrentan a una grave caída de matrícula. Y, aun en esos casos, yo no creo que deba escribe para que se cierren. Siempre defiendo esos grupos de 10 alumnos que veo estudiar coreano cuando paso de mi edificio al de Filosofía y Letras, debemos ser capaces de encontrar la forma de que puedan seguir existiendo, aunque sean súper minoritarios y muy deficitarios. Ciertamente, existen injusticias dentro de la propia Universidad, también en el reparto del trabajo docente de sus profesores: algunos sobrepasamos ampliamente las horas legales de clase un año tras otro (porque “lo público” se salva y lo salvamos muchos todos los días, sin pancartas ni camisetas), mientras otros deben ser “creativos” para justificar que alcanzan el mínimo contemplado por ley. Podría parecer lógico, desde esa evidencia, pedir que se cerrasen Facultades y titulaciones con menor carga o menos utilidad visible y trasladar esas plazas a titulaciones más demandadas y Facultades más saturadas. Pero no es eso lo que yo defiendo. Porque no veo sentido en pedir que se cierren espacios de formación y pensamiento. Yo quiero que se abran más, no menos. Siempre me ha sorprendido la ligereza de algunos para desear clausuras en lugar de aperturas: si algo necesitan las Universidades públicas, son más espacios para enseñar, para pensar, para leer, y para escribir, no menos.
Las Facultades de Educación no se crearon para enseñar Matemáticas o Biología o Filología Inglesa (para eso están las Facultades de Letras o de Ciencias), sino para formar, entre otros, a quienes se dedican profesionalmente a enseñarlas (maestros/as de Infantil y Primaria, y profesores de Secundaria, pero también pedagogos/as y educadores/as sociales). Y eso requiere un conocimiento específico: cómo se aprende, cómo se enseña, cómo se estructura la atención o la autoridad, cómo se acompaña un proceso de aprendizaje sin suplantarlo, cómo equilibrar el derecho a la educación de todos con la diversidad, cómo responder educativamente a una situación de acoso entre niños de 12 años. La lista es larga. Esos problemas no los resuelven ni la Filología ni la Física; son, estrictamente, problemas pedagógicos. Que hoy muchos los estén abordando mal, no los hará ni menos pedagógicos ni tampoco los hará desaparecer.
Coincido también con el profesor Fernández Liria en que las prácticas en los institutos son lo más valioso del Máster. Lo son porque ahí se da el contacto con la enseñanza real, con los alumnos y con los profesores que llevan años ejerciendo. En cuanto al modelo de formación, ya he defendido en otras ocasiones que lo razonable sería mantener la sólida preparación disciplinar de los graduados en las distintas carreras y, después, mantener una formación específica que los introduzca en el ejercicio docente. Pretender igualar los cuerpos de maestros y profesores de secundaria rebajando la exigencia de estos últimos sería una pérdida irreparable para el sistema educativo: animo, por una vez, a que nos atrevemos a igualar, pero por arriba, reforzando la preparación de los maestros (tanto en la formación inicial, como el nivel de Máster exigido, como en la dificultad y volumen de los temarios de los exámenes de acceso en las oposiciones: prestigiar y no desprestigiar). Si el Máster se ampliara, que fuese para dedicar un segundo año completo a prácticas remuneradas, rotando cada trimestre por distintos niveles (1º-2º de ESO, 3º-4º de ESO, 1º-2º de Bachillerato o FP). Esa experiencia, acompañada de reflexión pedagógica, orientación en la indagación didáctica que requiere la preparación de clases, aportaría más al oficio que duplicar créditos en las Facultades de Educación.
El “golpe de Estado” que denuncia el profesor Fernández Liria no es tal. No hubo conspiración de las Facultades de Educación (creo honestamente que no tenemos tanta capacidad de influencia), sino que forma parte de un proceso más amplio: el debilitamiento del lugar de los conocimientos en la Universidad y en nuestra sociedad de manera más general
El “golpe de Estado” que denuncia el profesor Fernández Liria no es tal. No hubo conspiración de las Facultades de Educación (creo honestamente que no tenemos tanta capacidad de influencia), sino que forma parte de un proceso más amplio: el debilitamiento del lugar de los conocimientos en la Universidad y en nuestra sociedad de manera más general. Es un fenómeno que afecta a todas las disciplinas. No lo resolveremos suprimiendo las Facultades de Educación ni de Filosofía, sino devolviendo a todas su misión cultural, docente y científica.
Porque coincido, eso sí, en algo esencial: el conocimiento es el mejor incentivo para el conocimiento. Esa es una verdad pedagógica elemental que no se repite lo bastante. Tampoco se repite lo bastante que la Filosofía viene a ser una teoría general de la Educación. Y bueno, ya se sabe, que hay amores que matan y que del amor al odio solo hay un paso, pero el profesor Fernández Liria haría bien, en este asunto, en templar sus emociones de amante despechado. El amor por un saber se despierta en el contacto con el propio saber, y eso es lo que despierta la motivación y la alegría de haber aprendido que invita a querer más. Yo hablo muy precisamente de estas cosas en clase, entre otros, a estudiantes del susodicho Máster, aunque igual le resulte difícil de creer. Pero ese contacto con el conocimiento necesita muy a menudo mediación (ya sabemos que hubo, hay y habrá genios de ciencia infusa, pero no es la realidad habitual que campa por los centros educativos), y esa mediación (la del profesor que sabe, explica, repite, espera) es el núcleo de la educación. Pensarla, cuidarla e investigarla es tarea de la Pedagogía.
He dicho otras veces que educar es, en esencia, un gesto conservador: conservar lo valioso para que otros puedan retomarlo y hacer, si quieren, algo nuevo y distinto. La Pedagogía, la buena, cumple esa misma función: conservar la posibilidad de enseñar. Proteger el acto educativo de las modas, de las prisas y de la confusión. Porque siendo cierto que el profesor que ama su materia y la enseña con conocimiento es insustituible, se trata de un gesto (enseñar lo que se ama) que también es, en el fondo, un gesto pedagógico. Y de esa Pedagogía, la buena, la que piensa, la que no renuncia al conocimiento, no tenemos demasiado. Ojalá más podamos hacer mejor Pedagogía. Ahí me tendrá siempre a su lado profesor.
Bianca Thoilliez es profesora Titular de Teoría e Historia de la Educación. Departamento de Pedagogía. Universidad Autónoma de Madrid.



