La trampa de la nostalgia educativa
Hace unos meses, un alumno de Bachillerato me preguntó:
—Profe, ¿para qué estudiar si ChatGPT lo sabe todo?
Esa frase, que ya escuchan muchos docentes, sintetiza el reto de nuestro tiempo. Nuestros estudiantes viven en un mundo atravesado por la inteligencia artificial, la sobreinformación y una enorme fragilidad emocional. Pretender que el aula siga siendo una burbuja analógica del siglo XX no es conservar la esencia: es renunciar al presente.
El debate público suele reducir la educación a un falso dilema: libros o pantallas, memoria o creatividad, exigencia o bienestar. Es una discusión tan cómoda como inútil. La escuela del siglo XXI no exige elegir entre tecnología y humanismo, sino articular ambos. La cultura del esfuerzo y la lectura profunda siguen siendo indispensables, pero deben convivir con nuevas competencias: pensamiento crítico, alfabetización digital, ética de la IA y trabajo en equipo.
No se trata de abandonar lo valioso, sino de ampliarlo.
Hay, sin embargo, una variable que rara vez aparece en los titulares y que es decisiva: la emoción. La neuroeducación lo confirma: sin vínculo no hay aprendizaje. Un estudiante que no se siente visto, escuchado y acompañado aprende menos, por muy buenos que sean los métodos o los recursos tecnológicos. Educar desde la empatía no es buenismo; es rigor pedagógico basado en evidencia científica.
Y es precisamente aquí donde la inteligencia artificial revela su límite más evidente. La IA puede ayudarnos a personalizar tareas, acelerar correcciones o ampliar recursos, pero nunca podrá sustituir el acto profundamente humano de educar: empatizar, inspirar, imaginar, cuestionar. No necesitamos docentes que compitan con las máquinas, sino profesionales capaces de humanizarlas.
La escuela que queremos está más cerca de lo que creemos, pero exige menos ruido y más decisión. Requiere políticas educativas valientes, profesorado formado y reconocido, y un pacto social que deje de convertir la escuela en un campo de batalla ideológico.
Porque, al final, educar no es preparar exámenes.
Es preparar vidas.
Juan Enciso Pizarro, profesor de Física. Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Divulgador educativo www.innova343.net
