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Educación emocional o fomento del emotivismo

José Mª de Moya
Director de Magisterio
19 de junio de 2018
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La semana pasada asistí a dos miradas divergentes sobre la Educación emocional. De una parte, Begoña Ibarrola presentó una colección de cuentos educativos editados por SM y Disney para que los padres puedan formar emocionalmente a sus hijos de la mano de Olaf, Dory o Mickey. Ibarrola apostó por que la Educación emocional se incluyera en el currículo escolar. Pocos días después, en un encuentro organizado por confederación de AMPA Cofapa, Gregorio Luri alertaba contra un exceso de Educación emocional que frecuentemente deriva en un desmedido fomento de la emotividad.

¿Más o menos Educación emocional? ¿Nos estamos pasando? ¿Estamos transitando desde una Educación predominantemente racional a otra excesivamente emotivista? Algo debe haber cuando uno enciende la tele y asiste al festival de las emociones. Todo es terriblemente emocionante, todo el mundo llora o es plenamente feliz en cuestión de minutos, qué digo, de segundos. Un día nos juramos amor eterno y al siguiente… Es la montaña rusa de las emociones y es cierto que urge enseñar a gestionarlas para que no nos devoren.

Aquí viene la paradoja y por eso la mirada divergente. Hay una corriente dominante que invita a gestionar las propias emociones mediante la introspección, el autoconocimiento. Son consumidores voraces de esos libros de autoayuda que cada vez ocupan más metros de estantería en La Casa del Libro; los mismos que pierde la sección de Filosofía o Religión. En definitiva, se trata de darse vueltas a uno mismo, dicho sea sin rodeos. Hay un punto de narcisismo poco saludable que parte de una concepción antropológica de la persona, a mi juicio, equivocada. Somos seres sociales, solo somos en la relación con los demás. Por eso, la corriente clásica de la búsqueda del equilibrio o la paz emocional, la felicidad en definitiva, invita a todo lo contrario, a salir de uno mismo. En la medida en que no nos damos muchas vueltas –solo las justas–, en la medida en que pensamos menos en cómo nos sentimos y más en cómo se pueden sentir los que nos rodean, en la medida en que procuramos el bienestar del otro en lugar del propio… nos irá mejor porque seremos más nosotros mismos. Esta es la paradoja.

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