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La convivencia se mide según el nivel de sintonía afectiva

Un poco asustado ante una audiencia tan ilustre y poco frecuente, sólo quiero aportar algunas pistas acerca de la construcción de la convivencia escolar. Es una pequeña reflexión en voz alta, porque al igual que el auditorio estoy seriamente preocupado por las consecuencias y el futuro del problema que nos ocupa.
Miércoles, 28 de febrero de 2001
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Pero soy optimista, porque en verdad la Educación tiene poderes en los que a veces no creemos. Yo estoy convencido de que todo es posible con la palabra a través del contexto educativo. Hoy que se habla tanto del genoma humano, se ha demostrado que al menos un 40 ó 45 por ciento de los comportamientos humanos no está determinado y, por lo tanto, depende del contexto social y educativo, sobre todo en los primeros años. ¿Estaremos los educadores preparados para afrontar este reto? Me haré dos preguntas en voz alta para intentar dar alguna solución:

1º ¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando en la Educación, especialmente en el ámbito de la convivencia? 2º ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué podemos hacer?

¿Qué está pasando?

Lo que está pasando, aparte de muchas cosas buenas (progreso, calidad…), es que hay muchas sombras en el contexto educativo: actitudes y comportamientos violentos, desmotivación del profesorado relativa a situaciones que han de vivir cada día, falta de interés por parte del alumnado… Esto es realmente preocupante. No es algo que deba estar en el primer plano de la Educación, pero ciertamente, son manifestaciones que existen. Hay en este espacio escolar problemas de disciplina serios y un gran desconcierto a la hora de señalar las reglas de juego que canalicen y conduzcan el camino educativo.

Una sociedad permisiva

En un plano más elevado podríamos preguntarnos por qué ocurre esto. Yo apuntaría algunas ideas que, como psicólogo de la Educación, me preocupan. Para empezar estamos viviendo en una sociedad altamente permisiva. Esto desdibuja los contornos de lo que está o no permitido, de lo que se puede o no se puede, de lo que es bueno o malo… Y cuando esto ocurre no se educa. No le extraña a nadie pero lo negamos cuando ocurre en nuestra casa. Hemos pasado de un principio de autoridad a un principio de negociación de una manera brusca, sin solución de continuidad y sin estar preparados.
Por otro lado, nuestra sociedad vive la cultura del presentismo: lo que interesa es el ya, el placer fácil, el éxito inmediato, el enriquecimiento rápido… Y se pone de relieve el plano no del ser, sino del tener. Es difícil en estas circunstancias hablar de un proyecto personal de vida que debe ser uno de los grandes objetivos de una construcción educativa tanto en el ámbito de la convivencia como en el estrictamente académico. Lo que se busca a través de esta cultura es lo que a uno le gusta y satisface, y además pasando por encima de quien se tenga que pasar y, por supuesto, no se piensa en el futuro, se quiere ya.

En tercer lugar vivimos una exaltación de la violencia a través de los medios… y esto sólo puede generar más violencia, pero su segundo efecto es la deshumanización de la juventud: ya no sienten como antes ni se conmueven.

Esto puede explicar lo que está pasando en nuestras escuelas. Pero no sólo hemos experimentado cambios en la sociedad, también en la enseñanza. Los paradigmas han cambiado; pueden desconcertar a los educadores que han de adaptarse a los nuevos giros centrando su labor, no en la enseñanza ni el profesorado, sino en el alumno y en lo que aprende.

Para llevar a cabo este nuevo paradigma educativo conviene tener en cuenta varios principios psicológicos cruciales en la Educación. Por ejemplo, todos los alumnos son diferentes y únicos. Si este principio no entra en la escuela de manera operativa nunca lograremos la convivencia. Esto no sólo afecta a las estructuras mentales, sino también a las estructuras emocionales. La construcción de la inteligencia tiene una base emocional que no podemos ignorar. El aprendizaje funciona correctamente cuando se producen unas relaciones interpersonales satisfactorias y positivas. Y cada alumno es aceptado, reconocido de manera incondicional. La escuela centrada en el alumno podría cambiar muchos de los problemas de convivencia que estamos viviendo.

¿Qué podemos hacer?

La segunda parte de nuestra reflexión es la siguiente: si vivimos escenas violentas, desmotivación del profesorado, desinterés de los alumnos… ¿qué podemos hacer?
No podemos hablar solamente de los alumnos, o de los profesores, o del aula, etc. por separado. Cada uno de estos elementos depende de los demás y si cambiamos uno incidimos en los otros. Los cuatro grandes ejes de la Educación serían: el que enseña, el que aprende, lo que se enseña o aprende y el contexto.

Con respecto al que enseña (el profesor) hay quien habla de una cierta indefinición, un cambio constante de roles… Pero ¿quién es? ¿qué puede hacer? El docente es un experto en el conocimiento curricular y pedagógico. En relación al conocimiento curricular mantiene un alto nivel que se da por supuesto, pero con respecto al conocimiento pedagógico debe conjugar su carácter científico con la inteligencia práctica. Debe ser capaz de definir la situación educativa, porque no lo está de antemano, debe definirla cada día cuando llega al aula y ahí se verá su temple de artista. Si no lo logra, puede cundir el desánimo, la desmotivación, la clase se le irá de las manos y se romperá la convivencia. El docente debe conjugar su rol de científico con su rol de artista.
Por otra parte la actitud del educador es básica a la hora de construir la convivencia, debe reunir una serie de ingredientes imprescindibles:

—Optimismo pedagógico: La palabra clave es tremenda: confianza. ¿Podemos sacar partido educativo de alguien cuando por dentro confiamos en que no hay nada que hacer?

—Entusiasmo: Cuando yo creo en algo y lo vivo, estoy captando a la gente. En caso contrario lo que transmito es una experiencia de bloqueo.

—Eficiencia: Es la capacidad de resolver problemas en el aula imaginativamente. Significa ganarse a la clase cada día para superar los obstáculos.

—Liderazgo: No se trata de un liderazgo nombrado por la autoridad, sino el liderazgo de ejercicio, el que surge diariamente en el aula y que los alumnos pueden reconocer por sí mismos. Se trata de una autoridad moral. El líder señala normas, pistas… para canalizar la energía de sus alumnos, que es la principal traba para alcanzar una buena convivencia.

¿Qué puede hacer el alumno por la convivencia? Debemos hacerle entender que tiene que aprender a convivir, y no sólo disfrutar de la convivencia. Uno de los fallos más importantes que podemos achacarnos hoy, es el no ser capaces de demorar la gratificación: el presentismo del que ya hemos hablado. Esto hace que los jóvenes pierdan el horizonte del futuro, deja de interesarles su proyecto personal.

Otro punto que hay que trabajar con ellos es la empatía, fundamental en la escuela desde una perspectiva exclusivamente psicológica. Es preciso que los estudiantes desarrollen la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de calzar sus zapatos. Si no, no pueden entenderle, respetarle, convivir con él. El componente afectivo es crucial para la convivencia, que se mide por el nivel de sintonía afectiva. Si no hay sintonía o irradiación afectiva, la convivencia sobra.

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