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Las TIC y la clase, un encuentro obligado

He regresado al aula después de 13 años de trabajo en apoyo del profesorado de la enseñanza pública. Dejé una manera de impartir clase que no había cambiado en más de un siglo y, a mi regreso, he encontrado a modo de bienvenida la escuela 2.0.
Carmen Guaita
Maestra y escritora
11 de noviembre de 2015
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El cambio, que me ha obligado a adaptarme rápidamente, suscita en mí unas cuantas reflexiones sobre este encuentro, obligado ya, entre las TIC y la clase.

La primera reflexión es la importancia de la formación para adecuar la manera de dar clase a las posibilidades inmensas de las herramientas tecnológicas. Pero, con ser muy importante esta formación, precisa estar acompañada de un cierto grado de curiosidad, de investigación propia. Al fin, con las TIC es posible –es inevitable– innovar, introducir a diario cosas que no se habían hecho antes, y esto de una manera incruenta y sencilla. Mi ejemplo favorito es la vieja recensión al concluir un libro de lectura; una especie de castigo que aleja a muchos niños de la biblioteca escolar. Si, después de escribir una recomendación de la lectura, se filma un vídeo, se enlaza un código BIDI y se incluye en el catálogo de la biblioteca, el sentido de escribir después de leer aumenta exponencialmente para los alumnos.

Y es que podría parecer que, para incorporar las TIC a la dinámica diaria de la clase, hace falta un cambio de actitud previo por parte del profesor. Hay incluso estudiosos que nos echan en cara a los profes, precisamente, la actitud rígida ante lo novedoso. Pues bien, yo creo que es el propio uso de las TIC, por sí mismo, el que produce un cambio de actitud. Las inmensas posibilidades de una pizarra digital o de una tablet desplazan inevitablemente de su lugar central al libro de texto, provocan nuevas formas de agrupar a los alumnos, abren posibilidades de aprendizaje más activo, colaborativo, en proyectos… Y esta innovación, más profunda de lo que parece, viene impuesta de manera natural y sencilla para el docente porque las TIC, desde el momento en que se encienden, permiten adecuar mucho mejor la clase a los alumnos concretos.

Por eso creo que, una vez que entran en el aula, pueden y deben impregnarlo todo, aunque sea en diferente proporción: unas veces como protagonistas, otras como herramientas auxiliares… Y esto porque son para los alumnos una increíble fuente de motivación, el lenguaje que ellos emplean ya permanentemente.

Ahora bien, el envoltorio externo del centro educativo debe ser amigable también. Quiero decir que será inútil realizar grandes esfuerzos en la formación del profesorado y en la adquisición de medios y materiales mientras las pruebas de evaluación, las CDI y las reválidas se sigan haciendo con lápiz y papel. Si las TIC no llegan a la evaluación de los alumnos, no cumplirán verdaderamente su función educativa. Y esta reflexión corresponde a los legisladores. Me pregunto cómo es posible la paradoja de que una nueva ley de educación, que menciona expresamente en su articulado la importancia de la tecnología en el aula, llene el sistema educativo de pruebas y exámenes realizados al más puro estilo napoleónico. Qué incongruencia.

Así que mis propuestas para mejorar la motivación del profesorado con respecto a las tecnologías son: incluir las TIC en los procesos de evaluación; convertir la elección de recursos tecnológicos y materiales didácticos on line en un asunto de centro, y potenciar la formación entre iguales y en red de los docentes, para mí, en este asunto, una de las más efectivas.

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