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Cuando el Estado intenta suplantar a la familia

José Mª de Moya
Director de Magisterio
29 de marzo de 2016
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Existe una cierta literatura que cuestiona la capacidad de las maltrechas familias de nuestro tiempo para educar bien a los hijos. Se dice que los problemas de conciliación entre vida familiar y laboral dificultan la tarea, que la brecha intergeneracional es cada vez mayor, que muchos jóvenes malviven en un ambiente familiar conflictivo, que la familia ya no es garantía de trasmisión de valores. Desde luego, la familia no es lo que era. Desde American Beauty o Family Guy los “valores familiares”, dicen, ya no residen en las familias del siglo XXI de modo que corresponde al Estado, a través de sus instituciones, tomar el relevo para garantizar una buena Educación de nuestros pequeños, etc., etc. No estoy yendo demasiado lejos. Fue el argumento-fuerza –al menos, el que se nos brindó desde el Ministerio de Educación– para justificar, por ejemplo, la controvertida Educación para la Ciudadanía.

Mi intuición de aquel momento me llevó a pensar que si para la familia es difícil, para el Estado ni te cuento. Lo he recordado cuando leía el análisis que publicamos en páginas 2 y 3 acerca del primer informe sobre la infancia tutelada, es decir, sobre menores que en algún momento reciben atención residencial o están en acogimiento familiar por el sistema público de protección social. Tenemos 34.000 menores tutelados por el Estado y su situación escolar es pésima, según denuncia el informe. La tasa de idoneidad a los 15 años es del 32% en el caso de la población tutelada frente al 73% de la población general. En cuanto a fracaso escolar, el 52% de los tutelados no termina la ESO duplicando la cifra de los alumnos que conviven con familias estables.

Las circunstancias de estos chicos y chicas son tan complejas que resultaría frívolo comparar situaciones. Sin embargo, parece evidente que al Estado no se le da bien educar en primera persona y que haría mejor facilitando recursos y estímulo a las familias para que pudieran ejercer la que es su función natural. En cuanto a aquellos menores cuyas circunstancias no les permitieran recuperar su familia de origen, debería procurárseles cuanto antes un entorno familiar estable en el que se sintieran queridos y no solo asistidos. Eso que solo una familia puede ofrecer.

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