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Las redes sociales y la vulnerabilidad humana

José Mª de Moya
Director de Magisterio
12 de diciembre de 2017
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Solo Dios sabe lo que Facebook está haciendo al cerebro de nuestros hijos”. La frase no es de ningún filósofo o sociólogo apocalíptico sino del mismísimo Sean Parker, creador de Napster y uno de los fundadores de Facebook. Parker declaró hace escasas semanas que cuando pusieron en marcha la plataforma eran conscientes de que estaban creando algo adictivo que se aprovechaba de una vulnerabilidad de la psicología humana, porque “literalmente cambia tu relación con la sociedad”.

No es el único de los pioneros de Silicon Valley que ha dado la voz de alarma. Roger MacNamee, mentor de Mark Zuckerberg y uno de los primeros inversores de la compañía, ha escrito que “Facebook ha combinado conscientemente la tecnología con técnicas de persuasión desarrolladas por propagandistas y la industria del juego en formas que amenazan la salud pública y la democracia”. Otro testimonio elocuente es el de Justin Rosenstein, el creador para Facebook del famoso botón “Me gusta”, quien recientemente comparó Snapchat con la heroína y manifestó tener bloquedadas aplicaciones y redes sociales en su móvil.

Desconozco qué puede haber detrás de estos meaculpas de los llamados “herejes” de Silicon Valley. Cuánto de resentimiento, cuánto de mala conciencia, cuánto de búsqueda de notoriedad, cuánto de simple interés por perjudicar a molestos competidores… Probablemente de todo un poco. En todo caso es significativo que la crítica venga en esta ocasión de aquellos mismos que desarrollaron las plataformas y que nos confiesen sus ocultas intenciones.

¿Qué tienen las redes sociales para resultar tan adictivas? Nir Eyal ha publicado un libro sobre cómo diseñar productos que creen hábitos y se refiere en concreto a la compulsión que desarrolla el uso de la tecnología: esa necesidad sudorosa de chequear WhatsApp, ese impulso inconsciente para visionar vídeos de Youtube o para actualizar Twitter constantemente… “Es justo lo que querían los diseñadores –explica Eyal y ahora ellos mismos también lo admiten–. Conocían nuestros sentimientos de aburrimiento, soledad, frustración, confusión e indecisión, la irritación que nos producen y cómo nos iban a inducir hacia acciones casi instantáneas y a menudo inconscientes para amortiguar esas sensaciones negativas”. Nos conocían.

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