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La barbarie de lo útil

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Aunque el retroceso se inicia con anterioridad, el derrumbadero escolar sobre el que se vienen precipitando en los últimos tiempos las llamadas Humanidades, corre paralelo –en mi opinión– a los desequilibrios democráticos experimentados en las dos primeras décadas de siglo.

Sabemos que la Literatura no produce dividendos; que desde un punto de vista estrictamente económico, con el estudio de la Historia no se llega a ningún sitio. Son –diríamos– saberes inútiles. Por contra, desde amplios sectores sociales se pide cada vez con más fuerza la introducción en el currículum académico de contenidos relacionados con las matemáticas financieras. Y entre las competencias principales que los alumnos han de desarrollar a lo largo de la Educación obligatoria, figura el llamado espíritu emprendedor. Son sólo un par de ejemplos que radiografían la deriva iniciada con aquellas reformas educativas que situaban al niño (y a la sociedad y sus motivaciones espurias) en el centro de los procesos de enseñanza-aprendizaje.

Sabemos que la Literatura no produce dividendos; que desde un punto de vista estrictamente económico, con el estudio de la Historia no se llega a ningún sitio

A este estado de cosas el profesor Nuccio Ordine lo denomina “la barbarie de lo útil”: el egoísmo particular –monetariamente exacerbado– engrasando la máquina social.

Los últimos informes sobre segregación escolar (PISA y Save the Children) advierten de que más allá de las causas conocidas por todos: lugar de residencia, políticas de asignación de plazas, expansión del programa bilingüe etc…, domina un elemento en alza que empieza a ser determinante (y preocupante): la demanda por parte de las familias de socializar en la escuela con sus iguales, es decir, entre aquellos que comparten los mismos intereses e idearios.

Todo ello está muy bien, sin embargo tendemos a olvidar que el arte y la belleza consuelan de la vida. Así lo entendió el coronel Aureliano Buendía, inolvidable personaje de Cien años de soledad. “Había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad”. Fabricaba pescaditos de oro a cambio de monedas de oro que después fundía para fabricar de nuevo pescaditos de oro.

Pero el hombre moderno es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil. De ahí el peligro y la facilidad con la que operan hoy los diversos fanatismos y las rabias colectivas (E. Ionesco, 1961).

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