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¿Por qué sobreproteger es, en realidad, desproteger?

Todos los padres queremos y deseamos lo mejor para nuestros hijos, pero debemos de tener precaución para intentar no protegerlos en exceso o allanarles siempre el camino.
Centro Psicológico Loreto Charques
Expertos en el diagnóstico y tratamiento del Trastorno por Déficit de Atención (TDA-H)
1 de octubre de 2019
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® N. SAVRANSKA

Estas facilitaciones, que son muy eficaces y tranquilizadoras a corto plazo, pueden producir grandes dificultades a largo plazo, con consecuencias muy negativas que comienzan a emerger en la adolescencia, como problemas de ansiedad, autoestima, problemas para la resolución de problemas, conductas evitativas o narcisistas (tiranía del adolescente) etc.

Y es que invertir desde niños en su autonomía y responsabilidad, hará que nuestros pequeños desarrollen a nivel emocional más confianza y autoestima, además a nivel cerebral se ha demostrado que los niños que son más autónomos muestran una mayor activación en regiones cerebrales como la corteza órbito frontal, la cual se encuentra asociada a un mayor autocontrol y capacidad de tomar decisiones.

En palabras del neuropsicólogo Álvaro Bilbao, cuando le decimos o damos a entender a un niño que no es capaz de resolver algo sin nuestra ayuda, o cuando resolvemos un problema por ellos sin darles pie a equivocarse, conseguimos una desactivación de la corteza órbito frontal, la cual ejerce una función de control y de afrontamiento, quedando solamente activada la amígdala cerebral, encargada de detectar amenazas, activar señales de alerta, sentir miedo y “memoria” de este último, por lo que estamos enseñando a nuestro hijo de forma indirecta que él no es capaz de afrontar los peligros y que cuando esté ante una situación difícil lo que tiene que sentir es miedo.

Cuando le decimos o damos a entender a un niño que no es capaz de resolver algo sin nuestra ayuda, o cuando resolvemos un problema por ellos sin darles pie a equivocarse, conseguimos una desactivación de la corteza órbito frontal

Claves para fomentar su autonomía

  1. Confía en él y en sus capacidades, deja que se enfrenten a dificultades, deben adaptarse a un entorno que cambia constantemente y así, desarrollar sus habilidades. La confianza de un niño depende directamente de la confianza que sus padres depositen en él, ya que la confianza del niño es igual a la confianza de los padres en el niño multiplicada por dos. Una de las cosas que más perjudican la confianza es el exceso de protección.
  2. Valida sus decisiones y emociones, no impongas las tuyas, no juzgues. Solemos ayudar a nuestros hijos a tomar decisiones y en ocasiones sin darnos cuenta lo que hacemos es guiarles hacia la decisión que nosotros hubiéramos elegido para nosotros, obviando sus verdaderos deseos y mermando su motivación. Lo mismo ocurre con las emociones, es necesario sufrir también las emociones negativas para saber cómo evitarlas y gestionarlas solos. Acompáñale, aconséjale, pero por favor no le juzgues, la vida es sentimiento y una toma de decisiones de forma constante. Debes estar a su lado para apoyarle, no para solucionar todos sus problemas o tomar todas sus decisiones.
  3. Incentiva que piensen por ellos mismos. Si nos pasamos el día allanándoles el camino o resolviendo sus problemas, su cerebro solo entenderá dos cosas: que el mundo es peligroso y que no es capaz de enfrentarse a la vida por sí mismo, y que necesita de ayuda de supervisión. Ante cualquier desafío o novedad su amígdala mandará una señal de alarma que le hará reaccionar con miedo y evitar la situación.
  4. Evita organizar su día a día, evita recordarles continuamente lo que tienen que hacer: No hay ser vivo que no tenga que pelear o buscarse su propio alimento para sobrevivir. En mi experiencia, cuando he tenido en consulta a padres de adolescentes tardíos que han sido sobreprotegidos, se pone siempre en evidencia su poca colaboración con los quehaceres del hogar. Cuando pregunto cuándo dejaron de ayudar, la respuesta siempre es la misma: “nunca lo hizo”, a lo que los protagonistas siempre protestan: “nunca me dejaste”, “siempre lo haces tú”, “nunca está lo suficiente bien para ti…”. Es como si en algún momento, debido a la edad cronológica los padres de repente estimaran que es el momento adecuado para realizar un montón de tareas que antes no era necesario, cuando lo ideal hubiera sido instaurar el hábito desde pequeños educando en la responsabilidad. La responsabilidad es ocuparse de uno mismo.
  5. Deja que aprenda de las consecuencias de sus propios actos y decisiones ya que son mucho mejores maestras y efectivas que los sermones y reproches. Y, además, contribuyen a un ambiente familiar más relajado. Podemos diferenciar dos tipos de consecuencias: las consecuencias naturales y las consecuencias lógicas. Las consecuencias naturales son aquellas que se derivan espontáneamente de ciertas conductas (si un niño no quiere comer, luego tendrá hambre), por otro lado encontramos las llamadas consecuencias lógicas que dependen de otras personas. (Si nuestro hijo no quiere hacer los deberes, tal vez es mejor dejar que viva la consecuencia que supone que la profesora se los pida, si nuestro hijo decide empezarse a vestir más tarde o entretenerse jugando y llega más tarde al partido o a quedar con sus amigos, obtendrá las consecuencias lógicas de que no pueda participar en el partido o que sus amigos se enfaden). De todas esas consecuencias nuestros hijos aprenden, si les dejamos.
  6. Premia su actitud, no su resultado, utiliza un lenguaje positivo, da mensajes positivos a tu hijo cuando se supere a sí mismo, premia su actitud. Cuando premiamos exclusivamente los resultados (por ejemplo, las calificaciones escolares), las neuronas encargadas de conseguir recompensas buscarán tareas que se le den bien, ya que aprenden que la recompensa se produce cuando algo se realiza de forma correcta, por lo que evitarán tareas que tengan cierto riesgo al fracaso y aparecerá la famosa frustración y en ocasiones el abandono. Por el contrario, si premiamos su actitud, es decir, su esfuerzo, su concentración, su perseverancia, los niños buscarán tareas que sean cada vez un poco más difíciles para poderse superar.

“Nadie puede ser libre a menos que sea independiente; por lo tanto, las primeras manifestaciones activas de libertad individual del niño deben ser guiadas de tal manera que a través de esa actividad el niño pueda estar en condiciones para llegar a la independencia” (Maria Montessori).

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