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Los auténticos maestros

Manuel Carmona
Profesor universitario
12 de noviembre de 2019
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En menos de un mes, han fallecido el sociólogo Salvador Giner y la científica en genética molecular Margarita Salas. Ahora me doy cuenta de que es muy posible que las dos últimas entrevistas largas de sus vidas en el último año se las hiciera yo. Giner, nacido en 1934, pertenecía a la Generación de 1930, la de los nacidos entre 1923 y 1937. Salas era miembro de la siguiente, la Generación de 1945, a ella pertenecen quienes nacieron entre 1938 –el año en que ella nació–, y 1952. Por tanto, eran contemporáneos, porque vivieron en la misma época, la nuestra, y fueron casi coetáneos. Ambos conocieron lo mejor y lo peor de España y del Mundo a lo largo de sus prolíficas existencias. Y, sobre todo, supieron ver los matices de la vida y de las trayectorias humanas.

A Salvador Giner le empecé a tratar en mi primer año como estudiante de Periodismo, era el curso 1993-94, cuando el Dr. Fernando Velasco lo trajo a la universidad para que nos diera una conferencia. Giner era un hombre que se dejaba tratar. Le encantaba la tertulia y la cercanía con la juventud. Su espíritu era joven porque conservó a lo largo de su biografía esa ilusión por los proyectos irrenunciables de la vida cotidiana. Cuando te acercabas a él con respeto e interés, se abría a darse a conocer y a tratar cualquier asunto humano. Su manual Historia del Pensamiento Político y Social es un clásico que hemos leído varias generaciones de estudiantes. Ahí está para seguir leyéndolo, como otras obras salidas de su ingenio y sensibilidad. Incluso algún sociólogo, como es el caso de Blas Rodríguez, optó por esa carrera cuando escuchando a Giner dar una conferencia, sintió entusiasmo por esa vocación que se le despertaba.

Ambos conocieron lo mejor y lo peor de España y del Mundo a lo largo de sus prolíficas existencias. Y, sobre todo, supieron ver los matices de la vida y de las trayectorias humanas

Dada la distancia física, él vivía en Barcelona y yo entre Madrid y Sevilla, no pude disfrutar de la cercanía que permite el vivir en la misma ciudad. Sin embargo, la lectura de otros libros suyos o de sus artículos en prensa me hicieron sentirle próximo. Cuando le leía, tenía siempre la impresión de escuchar su voz clara, rotunda y entusiasta. Se le formaba una especie de eco limpio en el cielo de su garganta al rematar las palabras y frases. Era posible tertuliar con él desde la distancia.

En una ocasión, a punto de llegar la primavera de 2010, coincidimos en la célebre Residencia de Estudiantes por un proyecto de inclusión social para las comunidades inmigrantes en España. Fue una profunda alegría aquel encuentro no previsto. La cena junto al resto de personas en los cuidados salones de la Residencia fue inolvidable. Éramos diez personas, siete nacidos en Cataluña, dos en Andalucía y uno en Aragón (Dr. Abascal). Éste último habla el catalán por haber nacido en el Maestrazgo aragonés y por su talante enciclopédico. Departimos escuchándoles a ellos en catalán, y los castellano parlantes les contestábamos en español. Un ejemplo de auténtica convivencia respetuosa y cívica. Fue un gesto que nos agradecieron por la cordialidad que les brindamos. Y porque entendíamos que siendo ellos bilingües y españoles, en su cotidianidad era habitual el uso del catalán. Era también un gesto de caballerosidad en Madrid. Animo a cualquiera a hacer el intento con un poco de esfuerzo, y verá que es posible si desde las dos partes se hace con generosidad, nobleza y sinceridad. Comprobará esta evidencia: son dos lenguas españolas y hermanas, hijas del Latín.

En una ocasión, a punto de llegar la primavera de 2010, coincidimos en la célebre Residencia de Estudiantes por un proyecto de inclusión social para las comunidades inmigrantes en España

Años más tarde, en otro encuentro telefónico esta vez, me contaba Giner que coincidió con Julián Marías en la Universidad de Río Piedras en Puerto Rico. “Nos llevamos casi veinticuatro horas conversando” –me dijo–. Al saberlo le respondí: “Hubiera dado dinero por haber estado sentado entre vosotros dos, simplemente escuchándoos y haciéndoos algunas preguntas de vez en cuando”.

No he tenido la suerte de tener un trato tan cercano con Margarita Salas. Su voz seca, limpia, austera en palabras, transmitía inteligencia y calidez. Había que pararse a escuchar los matices de sus tonos. Os animo a volver a ver el capítulo que le dedicaron en la formidable serie de La 2, Imprescindibles, donde cualquiera podrá comprobar la paz y mesura que transmitía esta española nacida en las bellas y alegres tierras asturianas, y que siendo joven saltó el Atlántico junto a su amado marido Eladio Viñuelas, para poder vivir la vocación que en España durante años les fue imposible desarrollar. Felicito a La 2 porque la noche de su fallecimiento emitió y recuperó el monográfico que le brindaron en el programa En Portada.

Ahora que Margarita Salas y Salvador Giner están ya en lo que Julián Marías denominó la otra vida, nos queda a las generaciones siguientes recoger sus testigos de compromiso hacia una Universidad y unas Ciencias donde imperen la libertad, la responsabilidad, el respeto a la Ética investigadora. Donde la endogamia y la corrupción no tengan cabida. Si lo hacemos, no sólo seremos dignos herederos del legado de ellos y de quienes nos precedieron, sino que también estaremos contribuyendo a hacer mejor nuestro día a día, a las instituciones públicas y privadas, y les estaremos brindando solidez de valores y guías para orientarse a los más jóvenes.

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