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Como decíamos ayer…

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Según sabemos, esas fueron las primeras y famosas palabras pronunciadas por Fray Luis de León en su cátedra tras su confinamiento carcelario. Quiso con ellas dar carpetazo a una parte de una vida que se pretende olvidar, el paréntesis sin sustancia frente a lo que verdaderamente le importaba: la docencia: Vivir quiero conmigo,/ gozar quiero del bien que debo al cielo,/ a solas, sin testigo,/ libre de amor, de celo,/ de odio, de esperanzas, de recelo. (Oda a la Vida retirada).

Después del zarpazo pandémico sufrido, de regreso a las aulas, maestros y alumnos volveremos a encontrarnos con una mirada distinta. Nadie será el mismo de ayer. La vida continuará su ritmo y nos arrastrará en su corriente hacia lugares nunca imaginados, pero la realidad cribada y testaruda, como barca en la arena, dictará su lección. Habremos de empezar a conocernos de nuevo –ojalá más ligeros de equipaje–, y surgirán nuevas oportunidades para intentar no cometer los mismos errores. Esperaremos a que las aguas –cual tupidas madreselvas– reinventen cauces  inexplorados.

¿Qué enseñar entonces  y cómo cuando el horizonte se despeje?

En principio observar detenidamente los pecios diseminados, juntarlos como piezas de un puzzle y tratar de darles un sentido. Curar las heridas del pasado –la memoria reciente– será imprescindible para encarar con garantías los retos futuros.

Después del zarpazo pandémico sufrido, de regreso a las aulas, maestros y alumnos volveremos a encontrarnos con una mirada distinta. Nadie será el mismo de ayer

Recordaremos las flores amarillas no holladas, los pasos del transeúnte en las calles vacías. De repente el mundo, la geometría, el contorno de las cosas y los cuerpos han reclamado su atención y cuidado. Los hijos, la familia: “gracias a los niños la humanidad, además de prisa, tiene tiempo», escribe Santiago Alba Rico en Leer con niños. Tiempo perdido, tiempo recobrado.

(…)

¡Qué pequeño es ahora, a esta distancia

absoluta, el afán diario! ¡Qué pequeño lo grande,

lo grande aquello! ¡Qué pequeñas las iras

ante los hombres y sus actos!

¡Qué pequeños los hombres, y qué necio

aquel errar buscando la verdad!

Como si hubiese una verdad tan solo.

Como si una verdad fuera bastante

para darnos la vida.

José Hierro: “Mis hijos me traen flores de plástico” del  Libro de las alucinaciones.

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