Una casta pública sanitaria

Aún recuerdo aquel ruego que hace algunos años realizó el director de un colegio público a todos los funcionarios del Claustro: “Por favor, siempre que os sea posible, utilizad la sanidad pública”. Pero su petición fue desoída por la mayoría de los docentes, pues era muy difícil decantarse por una espera de semanas o meses para que te atiendan en un hospital público, cuando sabes que en la sanidad privada la asistencia va a ser de un día para otro.

Alguno pensará que los funcionarios públicos se pueden permitir ese lujo sanitario porque tienen ya una nómina vitalicia. Pero no, pues para algo está la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado (Muface), que colabora con entidades sanitarias privadas para que los funcionarios que así lo deseen puedan ser atendidos en un centro privado sin lista de espera ni coste alguno. Ahí tenemos el claro ejemplo que dio la vicepresidenta primera del Gobierno, la señora Carmen Calvo, cuando hace algunas semanas ingresó en la clínica privada Ruber de Madrid para ser tratada de su infección respiratoria.

Por lo tanto, cuando Pablo Iglesias afirma con vehemencia que la sanidad pública es la única que atiende a todos los españoles por igual y que, por eso mismo, es la única que debería existir, no está diciendo la verdad. Pues esa sanidad pública, de la que tan orgullosos están, sí que llega verdaderamente a todos los españoles, pero se deja a muchos por atender. Ahí están, por ejemplo, esos millones de funcionarios públicos que prefieren aprovecharse de una sanidad privada mucho menos masificada y con una excepcional atención personalizada.

A ver si ahora, una vez pase esta terrible pandemia, todos los funcionarios atienden por fin al ruego de aquel buen director y van con el ejemplo por delante. Entonces, sí que empezarán a ser creíbles las palabras de algunos miembros de nuestro Gobierno progresista, esas que tan bien hablan de la sanidad pública y tan mal de la privada.