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Elogio del no saber

Rafael Guijarro
Periodista
6 de octubre de 2020
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Hay que plantearse lo bueno que es no saber. Vives rodeado de señuelos para que hagas algo, muchas veces respondes mecánicamente, confiando en que quien te lo dice tiene más razón que cualquiera, pero al cabo de un rato viene la duda de si ha sido la respuesta acertada o te ha metido una milonga sin darte cuenta. Es un deseo excesivo de certeza. Con el aumento global de la desconfianza en los demás, empezamos a dudar de todo, porque casi todo lo que sabemos ha sido otro el que nos lo ha dicho. Ahora, con la pandemia, ya no hay modo de hacer caso a todo lo que nos dicen, o si dejarlo pasar, porque cambia casi cada día.

Las cuarentenas bailan entre 10 y 40 días, las cifras de contagiados son un enigma diario. ¡Y yo lo que quiero saber es la verdad! Para poder tomar decisiones certeras, para saber si me va a tocar o no, sin percibir que eso es imposible con este virus que trae loco a más de medio mundo.

Estamos en el momento de no saber lo que vaya a pasar, eso sí, con una claridad meridiana. Es algo nuevo, deslumbrante, tener la certeza de que no hay certeza en lo que nos pueda afectar. Vivir la incertidumbre como si tal cosa, en un mundo que presumía de que todo estaba previsto. Pues nada de nada. Sólo Dios sabe, y los demás, a esperar la vacuna, si llega.

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