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Relativismo en la escuela

José Mª de Moya
Director de Magisterio
6 de octubre de 2020
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Ramón Flecha, catedrático de Sociología de la Universidad de Barcelona, impulsor de las Comunidades de Aprendizaje y Premio Magisterio 2016, escribía hace unos días en el periódico Escuela: “Resulta muy preocupante que haya profesionales que no sepan ver la relación entre las relaciones tóxicas mantenidas por parte del alumnado (con sus consecuencias emocionales y físicas) y la incursión del relativismo en las escuelas. Las escuelas son el lugar ideal donde todas las niñas y niños pueden recibir una Educación en la verdad, la belleza y la bondad”. Certero.

El relativismo es un lujo solo al alcance de ambientes acomodados en tiempos de prosperidad. Cuando el mar está en calma se puede soltar el timón sin miedo al naufragio, con el mar embravecido conviene asirlo con fuerza. Y qué duda cabe que los tiempos que nos está tocando vivir son recios. Todos tenemos la experiencia vital de necesitar la brújula que nos señala el norte cuando la tormenta arrecia y sentimos nuestra finitud. “Solo te acuerdas de santa Bárbara cuando truena”, se dice con sarcasmo, censurando nuestra incoherencia. Sin embargo, ¿qué hay de extraño? Es la hora de la verdad.

El relativismo es un lujo solo al alcance de ambientes acomodados en tiempos de prosperidad

Verdad, belleza y bondad, fundamentales menospreciados por nuestra sociedad y también ahora por la escuela, según explica Flecha: “El propio sistema educativo con pretensión de universal, iniciado hace ya más de doscientos años como parte de las nacientes democracias, surgió también con ese ideal de unidad: en unos mismos espacios para todo el alumnado se enseñaría la verdad (las ciencias), la belleza (las artes) y la bondad (la ética y la moral). El teorema de Pitágoras, la lectura en alto de un poema o los derechos humanos cabían en unas mismas aulas, con un mismo alumnado y, con frecuencia, con una misma maestra (…). La principal reacción intelectual contra esos ideales educativos y humanos llegó del relativismo tan claramente definido por personajes como Mussolini. No hay nada universalmente bueno ni malo, todo es arbitrario y se impone lo que tiene poder. No hay nada universalmente verdadero ni falso, todo depende del color de quien lo mira. No hay nada universalmente bello o feo, la sangre en las batallas puede ser muy bella”.

El viejo catedrático termina saltando de la melancolía a la esperanza: “Por suerte, hay profesionales de la Educación, alumnado y familiares muy valientes que dicen claramente que no les gustan ni la sangre de las batallas ni los asesinos ni los malotes, sino las personas buenas”.

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