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Padres, maestros y ángeles

Jesús Asensi
Profesor de Religión
18 de enero de 2021
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Una vez pasado el tiempo establecido, veinte días desde su publicación en el Boletín oficial del Estado, entra ya en vigor la nueva ley educativa, la Lomloe de la ministra Celaá. También empieza la cuenta atrás para que el alumnado de los centros de educación especial se integre en los centros ordinarios y, de ese modo, impere la igualdad en todo nuestro sistema educativo. Parece ser, y este es uno de los argumentos que esgrime nuestro Gobierno, que si se mantienen abiertos esos centros especiales se perpetúa la discriminación y se fomenta la creación de guetos educativos.

La nueva ley insiste una y otra vez en la calidad y la equidad. Nuestro sistema educativo alcanzará la calidad deseable si tenemos en cuenta las necesidades personales de cada uno de los discentes. Por eso, si los centros ordinarios han de acoger al alumnado de los centros especiales, se ha de incrementar la plantilla docente en todos los centros educativos. Un alumno con necesidades especiales, si queremos que saque provecho y que no se disperse ni paralice la marcha de una clase ordinaria, necesitaría tener a su lado y en todo momento a un maestro que le supervise. Solo así se pondrá en marcha esa equidad que la ley persigue y, en suma, aumentará la calidad de nuestro sistema educativo.

La Lomloe también habla de ejercer la solidaridad. Es bien cierto que los alumnos de los centros ordinarios van a tener la oportunidad de agrandar su corazón al ser conscientes de la realidad distinta de alguno de sus compañeros de pupitre. Es más que seguro que los tutores acogerán con los brazos abiertos a todos esos niños y que se preocuparán para que se integren en la clase junto a todos los demás. Hablarán con cada uno, sobre todo con los líderes del grupo, para que los hagan partícipes de sus juegos y les ayuden en sus tareas escolares.

Nuestro sistema educativo alcanzará la calidad deseable si tenemos en cuenta las necesidades personales de cada uno de los discentes

Sí, así será cuando los alumnos sean capaces de razonar y puedan desarrollar una empatía que no aparecerá hasta los 10 u 11 años. ¿Y qué hacemos hasta entonces? ¿Qué hacemos mientras estos niños de educación especial estén en Infantil y en los primeros cursos de Primaria y sientan el rechazo y la indiferencia de sus compañeros?

Es muy loable que esta ley educativa persiga la integración, la igualdad, la calidad y la equidad, pero ha de partir de tres realidades:

1) Hay que contar con el parecer de las familias, pues su papel es primordial y fundamental en toda labor educativa.

2) Estamos inmersos en una crisis económica que imposibilitará la contratación de decenas de miles de docentes.

3) Los alumnos de los centros ordinarios no son ángeles.

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