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Educar... para ser libres... para así poder amar... y ser felices

Santiago ToneuMartes, 2 de febrero de 2021
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Juanjo Javaloyes falleció el 26 de enero a los 70 años.

Este hilván de ideas, y con esta secuencia, pienso que sintetiza el nervio principal del mensaje educador de Juanjo Javaloyes; un mensaje que llevó a sus alumnos, a los padres de ellos, a las instituciones educativas y así ha quedado plasmado en sus numerosas publicaciones, coloquios y conferencias. Las expresaba de forma espontánea, con sencillez, con la facilidad con que las vivía, con todo su cuerpo y con toda su alma; con convicción, con pasión. Juanjo era educador por formación, por vocación y hasta por fisiología: entregó su vida a la tarea de educar. Se notaba cuando pedía a los padres toda la entrega para educar a sus hijos, enamorándoles con esa maravillosa tarea que le salía por los poros, animándoles a hacer andadero lo que les parecía pesado, haciéndoselo fácil y asequible, con su humanidad y sonrisa desbordantes.

En cierta ocasión, cuando acababa de instalarse en Madrid, acudí a su casa a comer. La más pequeña de sus niñas entonces –unos 4 años– me perseguía en el salón, y me pegaba con sus manitas. Juanjo la miró, la llevó de su mano a otra habitación –apenas unos segundos– y al volver la niña me pidió perdón y me dio un beso. Tiempo después comentamos el detalle de corregirla a solas con tan poca edad, porque yo nunca lo había visto antes: me dijo que igual que a un adulto, las felicitaciones en público, las correcciones en privado, porque los niños eso saben distinguirlo. Juanjo tenía una sólida base antropológica y entendía la educación como una ayuda al Desarrollo Armónico de la Identidad Personal, de modo que cada uno, según su singularidad, y atendiendo a su radical apertura al mundo (a través del conocimiento y del trabajo) y a las demás personas (a través del diálogo), consciente de su verdad más profunda (ser hijo de Dios y de sus padres), debía ser ayudado a crecer en todas las dimensiones de su vida personal (corporalidad, afectividad, inteligencia y libertad). Tuvo con Mara ocho hijos, cada uno diferente, y se empeñó en proporcionar a cada uno una educación diferente conforme a su modo de ser. No fue un teórico de la educación personalizada, fue un experto educador de personas singulares que supo reflexionar y profundizar en las razones de su quehacer.

"Juanjo fue muy generoso, muy cariñoso, positivo, muy optimista, muy alegre, muy simpático, muy humano… tratar con él era una delicia; porque tenía una gran fe"

Padecía, permítaseme el verbo, los sistemas educativos al uso que más que procurar la personalización estandarizan a los alumnos, a base del café para todos: las mismas clases, las mismas tareas, las mismas estrategias docentes, los mismos niveles de exigencia, los mismos tiempos… y ¡que cada uno aproveche lo que pueda! Los más dotados se aburren, los menos no llegan y se pierden. Y así también para el desarrollo personal, las mismas pautas de conducta para todos, idénticos consejos, los mismos objetivos de mejora, las mismas metas. Lo padecía desde la fuerza interior del que busca cambiar las cosas, con teoría bien fundada, con escritos sistemáticos y con su práctica diaria. Ya jubilado emprendió lo que me atrevo a calificar el proyecto de su vida, que sintetizo en la propuesta siguiente: “El alumno es el sistema”. Cuando me lo contaba con la ilusión de un niño y los ojos muy brillantes me dijo, bromeando: “Bueno, esto es para muy soberbios, ya que se trata de cambiar la educación en el mundo”. Lejos de ser soberbio –le vi pruebas de humildad heroica-–Juanjo era magnánimo, universal. Deseaba la educación personalizada para todos, para que cada ser humano desplegara armónicamente todo su potencial, fuera libre, amara y difundiera felicidad. Naturalmente entendí y acepté la invitación, y volví a tener la fortuna de colaborar con él, como antaño.

Juanjo fue maestro, licenciado y doctor. Escribió gran cantidad de libros; tenía en preparación La persona: fundamento de la educación, entre otros. Investigador riguroso, ponente brillante y ameno, consultor y congresista muy estimado, miembro de asociaciones profesionales prestigiosas. En 1993 asumió la Dirección General de Fomento de Centros de Enseñanza durante unos años y después se hizo cargo de Área de Educación del Centro Universitario Villanueva. Auditor de calidad educativa –por la que siempre luchó, propiciando la mejora constante– en centros docentes latinoamericanos y europeos. A la vuelta de los años seguía sin darse importancia, como cuando le conocí; en el abrazo que le di de felicitación por su doctorado, vestido de muceta y birrete, me comentó algo así como que “esos capisayos no eran lo suyo”.

Hace unos meses me sometí a una cirugía importante: acudió a visitarme a casa con chocolates (sabía que me encantan) y una gran colección de comics, y pasó la tarde conmigo. Tenía frecuentes detalles con unos y otros, sin duda fruto de una amistad honda, que cultivaba con la gran humanidad del que sabe estar en lo pequeño y personal. Sufría con el dolor ajeno, físico y moral, y acompañó y alivió a muchos matrimonios con dificultades, ayudando a superar sus crisis. Antes he dicho que se entregó a la educación; me corrijo: se entregó a la familia y a la educación.

A través del proyecto de su vida –IDENTITAS– formó a varios miles de profesores y directivos en Europa y en Latinoamérica, derramando su saber, su experiencia y contagiando su amor a la persona, que tanto ha cautivado a los participantes. Bien merece que esa institución prevalezca y continúe haciendo tanto bien a tantos como Juanjo soñó.

Juanjo fue muy generoso, muy cariñoso, positivo, muy optimista, muy alegre, muy simpático, muy humano… tratar con él era una delicia; me atrevo a decir que, porque tenía una gran fe, lucieron mucho más sus virtudes naturales.

Amigo, ¡que Dios te lo pague con el mejor cielo!

Santiago Toneu es licenciado en Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales, PADE por el IESE. Ha sido consejero delegado de Fomento de Centros de Enseñanza.

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Comentarios

  1. Jesús
    8 de febrero de 2021 09:05

    Una gran pérdida su marcha, pero es que su mujer Mara ya lo echaba mucho de menos y quiso celebrar con él su 70 cumpleaños en el Cielo.