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La habitación vacía

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Mayor prestancia que el archiconocido “aprender a aprender” merecería el casi anónimo “aprender a pensar”, la gran competencia que enmarca y atraviesa las restantes y que por su condición incorpórea y envolvente –transversal– damos por asumida y en consecuencia se desatiende y diluye.

Exagerar un planteamiento determinado en cualquier debate intelectual puede resultar una argucia retórica legítima para aclarar y especificar la perspectiva analizada. Otra cosa distinta es extralimitarse en las posiciones y perder el enfoque adecuado. El dominio del interés del niño en la pedagogía moderna, la búsqueda de la funcionalidad de los aprendizajes o los contenidos significativos, que pasan de ser medio a fin y se convierten en categoría, pueden conducir a lo que justo se pretendía evitar: la desconexión. Sobreviene entonces la avalancha de gamificaciones, pantallas personalizadas interactivas y competencias básicas en busca nuevamente de lo mismo, la atracción perdida aun cuando como bien señala Gregorio Luri, la escuela no es un parque de atracciones.

Cierto que existen procesos de enseñanza-aprendizaje puramente teóricos y otros en los que el enfoque pragmático es más oportuno y eficiente. Esto, sin embargo, no obsta para ensombrecer los primeros en favor de los segundos etiquetando como deseable lo que resulta siempre imprescindible. El extrañamiento ante lo que desconocemos y el asombro frente a una realidad que nos interpela no tanto por su novedad como por la posibilidad de ampliar nuestra mirada, constituye un elemento principal para captar la atención del alumnado a través de esa especie de ingenuidad aprendida (Gomá) que desbarata los prejuicios y amplía nuevos horizontes intelectuales.

En estos casos, postergar la recompensa inmediata, encauzar los deseos y diferir la utilidad de muchos de los saberes que estamos aprendiendo, nos dará la pauta y el ritmo con el que estructurar nuestros mapas cognitivos, es decir, la capacidad para ver y elegir con criterio emancipado y emancipatorio.

El extrañamiento ante lo que desconocemos y el asombro frente a una realidad que nos interpela no tanto por su novedad como por la posibilidad de ampliar nuestra mirada, constituye un elemento principal para captar la atención del alumnado

“Que hayamos de esperar a que se fría un huevo –nos dice Machado por boca de Mairena–, a que se abra una puerta o a que madure un pepino, es algo, señores, que merece nuestra reflexión”. De ahí que surjan etapas de barbecho y conocimientos en construcción. Y también que la comprensión lectora, por ejemplo, dependa en gran medida del bagaje conceptual atesorado en la memoria. Cuanto más leemos, más aprendemos y mayor es nuestra capacidad de seguir ampliando conocimientos.

Se presenta denostado el símil de la mente como pizarra en blanco sobre la que habría que ir escribiendo a modo enciclopédico y acumulativo, pero al igual que hay distintas formas de aprender, lo mismo que una habitación puede ordenarse según diferentes criterios, nadie puede ordenar una habitación vacía (Savater). Aprender a leer y pensar es aprender a ordenar la mirada, que exige entendimiento, y para ello es inevitable haber visto y leído mucho.

En la novela de Hemingway El viejo y el mar el protagonista consigue atrapar al gran pez  pero de vuelta a casa éste es devorado por los tiburones. Como las cuentas de la lechera, los sueños del viejo pescador yacen en la arena de la playa esparcidos en forma de gran esqueleto para regocijo de turistas. Por eso la realidad y los deseos educativos han de conformar equilibrios contextualizados. Entre una insulsa competencia básica y una mecánica abstracción memorística se abre un enorme y radical término medio: enseñar a pensar, tarea ardua en las antípodas de soluciones simplonas y pensamientos balsámicos y  taumatúrgicos.

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Comentarios

  1. Misty
    2 de junio de 2021 14:16

    sitio maravilloso e impresionante blog. Realmente
    quiero darle las gracias, por darnos una mejor información.