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¿Diferentes o iguales?

“La creencia en el especialismo y en la diferencia trae, inevitablemente, comparación y un campo en el que batallar y retarse. La comparación aleja la alegría y nos aparta de la auténtica realidad: somos semejantes”.
Alicia M. MarotoJueves, 3 de junio de 2021
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¿No es algo incongruente pretender educar en la igualdad desde la diferencia? “Todos tenemos derecho a ser nosotros mismos”. Pero, ¿es que podemos ser otro? Básicamente, ser uno mismo no tiene ningún mérito, de hecho, sería imposible no serlo. Pero, ¿qué es ser nosotros mismos?

A la vista está que, en la cultura actual, ese “nosotros mismos” se interpreta como un conjunto de “tú mismo” que tienen que demostrar a todos los demás que son “ellos mismos” y, por tanto, inducidos por esta perversión de eslogan social, se esclavizan en su afán de mostrar continuamente lo que les hace diferentes, diversos, especiales, originales para sentir (algún día) la dicha de ser “uno mismo”.

En nuestra creación y exhibición de diferencias y en la búsqueda de “nuestra mejor versión”, da la sensación de que nos hemos pasado de rosca, pues acabamos atrapados en una desdicha e insuficiencia continua. La fachada reluce pero el corazón se resiente. Ese “nosotros mismos” parece quedar reducido a un montón de cajas con relucientes envoltorios, lazos pomposos, ecológicos o innovadores pero vacías.

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Nos confundimos en infinitos planes de mejora, comparativas, actualizaciones e ítems, aprendiendo, retando, probando, creando, empujando, implementando…

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La industria publicitaria nos alienta una y otra vez, y cada vez en edades más tempranas, a ser “la mejor versión de nosotros mismos” para nuestro beneficio y el éxito social. Pero, la búsqueda de “tu mejor versión” parte, inevitablemente, de una premisa falsa. Te pone, de partida, en una posición de invalidez: ahora no eres una buena versión y algo tienes que hacer, conseguir o alcanzar para llegar a serla. ¿Acaso una semilla es una mala versión de una rosa?

Fruto de la cultura actual de consumo y marketing (cuyo principio básico es: para vender más, si el cliente no tiene necesidades hay que creárselas) que impregna todos los ámbitos de la vida, incluida la Educación, nos confundimos en infinitos planes de mejora, comparativas, actualizaciones e ítems, aprendiendo, retando, probando, creando, empujando, implementando… ¿para qué? Siempre aparece otra necesidad y los índices de estrés infantil y adulto, el consumo de sustancias de evasión y antidepresivas, la baja autoestima, la desmotivación y el descontento crecen exponencialmente.

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Como el crecimiento tiene un gran porcentaje de mimético, más que de cognitivo, podríamos empezar a enseñar a apreciar lo que se tiene y se es en cada momento

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¿Qué estamos olvidando en esta carrera hacia el éxito y la evolución? Pasamos tanto tiempo pensando en lo que no tenemos, en lo que necesitamos conseguir, que no cuidamos lo que tenemos, ni sentimos agrado; a veces ni lo vemos. No estamos en paz.

La creencia en el especialismo y en la diferencia trae, inevitablemente, comparación y un campo en el que batallar y retarse. La comparación aleja la alegría y nos aparta de la auténtica realidad: somos semejantes. Como semejantes, no nos trataríamos como objetos para un fin, sino que nos calmaríamos, nos cuidaríamos, nos aceptaríamos, nos respetaríamos, no nos incomodaríamos unos a otros, ni correríamos tras algo o alguien, porque estamos conectados desde siempre, también en la distancia y en el silencio, y no desde que internet llegó a nuestras vidas.

Que el ser humano es un ser en crecimiento es una obviedad, pero no es un valor extraordinario; es inevitable, no puedes no crecer. Y como el crecimiento tiene un gran porcentaje de mimético, más que de cognitivo, podríamos, quizás, empezar a enseñar (mostrándolo) a apreciar y estar satisfechos con lo que se tiene y se es en cada momento; a sentirnos suficientes. Esto es mucho más importante para un crecimiento armonioso que obtener más de lo que se desea.

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Trataremos igualitariamente a una mujer y a un hombre, no por el reconocimiento de sus diferencias, capacidades o su mejor versión, sino porque somos semejantes

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Quizás, la dificultad estriba en que eso que nos hace semejantes, no se crea; ya está creado y solo puede reconocerse. Trataremos igualitariamente a una mujer y a un hombre, no por el reconocimiento de sus diferencias, capacidades o su mejor versión, sino porque somos semejantes.

Cargados de empoderamiento cultural, llenos de juicios, según la tendencia del momento, nos olvidamos del nosotros en favor de algunas verdades o características específicas que la creencia cultural del momento considera más acertadas, y nos enfrentamos y dañamos vestidos con la reluciente armadura de defensores de la igualdad.

¿Pero es posible confundir una cualidad o una tendencia cultural con lo que eres? Lo que nos hace seres semejantes no depende del tiempo ni contemporiza con los cambios. No varía. La paz está siempre disponible.

Alicia M. Maroto, editora educativa.

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