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José Antonio Expósito: “Un maestro engrandece a un país tanto o más que el político”

El profesor participó en VIMETalks, donde habló del centro que dirige, el IES "Las Musas", pionero en la Comunidad de Madrid por su Bachillerato de Investigación.
Rubén VillalbaMartes, 5 de octubre de 2021
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ENTREVISTA COMPLETA

Hace dos décadas aterrizó en el IES «Las Musas», en el madrileño barrio de San Blas, y no tardó en ponerse manos a la obra: tiró muros y levantó cristales porque las generaciones del futuro, defiende, «no pueden formarse en aulas del siglo XIX». Las de «Las Musas» atraen hoy a expertos, científicos e instituciones. Se rinden ante alumnos que, a sus 16 años, ya investigan sobre el cáncer o la materia gris. José Antonio Expósito contempla orgulloso su obra: un humilde instituto de barrio convertido en un pequeño Silicon Valley.

Decía Juan Ramón Jiménez que, si te dan papel pautado, escribas por el otro lado.
—Esa es una de las consignas de nuestro centro: hacer las cosas siempre diferente a los demás. Hay que cuestionar muchas de las verdades sobre las que se asienta la Educación en este país.

Hace 17 años aterriza en «Las Musas» y se pone, literalmente, manos a la obra.
—Cuando me dieron destino en el centro, fui una tarde a conocerlo. Llegué a la puerta y no quise ni entrar: estaba en un estado lamentable. Al final, me quedé y fui pasando por distintos puestos. Jamás pensé en ocupar uno directivo: mi mujer es también docente y teníamos el pacto de decir no y poder disfrutar de los veranos. Pero todo se complicó, felizmente.

Empezó solicitando a la Consejería un laboratorio de química y le dijeron que no había dinero.
—Efectivamente. Emprendimos entonces un proyecto con recursos propios del centro: Educación transparente. Accedí a la dirección un mes de julio y en septiembre el profesorado se encontró con que había clases de cristal. Al principio chocó, pero con el tiempo la idea fue calando. La luz, la transparencia, debe ir asociada con la Educación. Los alumnos valoran que los espacios sean modernos. Los profesores, también: recobran la ilusión porque saben que su lugar es primordial en la sociedad y se les otorga un escenario acorde a su función. Se habla de cambiar leyes educativas, pero a nadie se le ocurre que lo que permanece son las aulas. Tenemos que educar a chicos del siglo XXI en clases que son más propias del XIX.

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Si queremos huir del modelo de sol y cemento, hay que apostar por la ciencia desde la Secundaria

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Os denegaron también el Bachillerato tecnológico, pero de ahí nace vuestra joya: el Bachillerato de Investigación.
—Sí, fue una apuesta propia. El alumno lo elige voluntariamente y no se selecciona por nota. Una vez dentro, desarrolla durante año y medio un trabajo de investigación para el que se le asigna un tutor interno. Posteriormente se le asigna otro externo, para lo que hemos firmado convenios con universidades, hospitales e instituciones como el CNIO o el CSIC. El nivel es espectacular, hasta el punto de que recientemente un ganador del Premio Príncipe de Asturias elogió el trabajo de una alumna sobre física cuántica. Con esto hemos conseguido dos cosas: incentivar vocaciones y crear cantera científica en este país. Si queremos huir del modelo de sol y cemento, hay que apostar por la ciencia y tiene que hacerse desde la Educación Secundaria.

Habla de transparencia. ¿La Educación, como la política, debe rendir cuentas?
—Por supuesto. Manejamos impuestos de los ciudadanos para formar a jóvenes capacitados.

¿Y podría arreglárselas ella sola?
—Bueno, siempre alguien tiene que coordinar, pero se escucha poco al docente cuando se elaboran las leyes. Los políticos han entorpecido muchas veces nuestra labor y han hecho reformas caprichosas. Estos vaivenes son imposibles, pero el político no lo entiende porque su escaño tiene una caducidad de cuatro años. El cortoplacismo hace que los políticos impulsen medidas para conseguir titulares, pero realmente son poco efectivas. Hace falta mayor seriedad para diseñar la Educación del país porque nos jugamos mucho.

Los educadores que consiguieron cambiar algo lo hicieron al margen del sistema.
—Cierto. El éxito es apostar por caminos que no son los habituales. En cambio, no se potencia la autonomía de los centros cuando la realidad de un barrio, de un pueblo, condiciona el enfoque metodológico y los intereses de los alumnos. Si ahí los equipos docentes tuviéramos libertad para hacer un diseño propio, mejoraría mucho la enseñanza.

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Tenemos que educar a chicos del siglo XXI en aulas que son más propias del XIX

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¿Es verdad entonces eso que dicen que la revolución empieza en la escuela?
—Si quieres transformar el futuro de un país, tienes que mirar cómo son los escolares con 15 años. Esa es la gran ventaja de los docentes: vemos el futuro a través de ellos.

O sea, que un país está en manos del maestro.
—Ojalá, mejor nos iría. Más hace un docente enseñando, que un político levantando la mano en su escaño. Un maestro engrandece a un país tanto o más que el político que nos dice lo que tenemos que enseñar. Se habla mucho de la importancia del educador, pero queda en meras declaraciones. No hay suficiente reconocimiento ni por parte de las familias ni de las administraciones.

¿Hacen falta más revolucionarios y menos funcionarios?
—Si revolucionario es aquel capaz de crear cosas diferentes, bienvenido sea. Diseñan muchas veces la Educación personas que no se ponen en el lugar de ese niño de 10 años que está pidiendo un mundo diferente.

Y, para que sea posible, los alumnos deben saber por qué y para qué estudian, ¿no?
—Cierta corriente fomenta que se estudie para encontrar un empleo. Para mí, plantearlo así implica renunciar a lo más importante de la Educación desde los griegos hasta nuestros días. La verdadera esencia del conocimiento no es incorporarse a un puesto de trabajo, es algo mucho más enriquecedor. Lo otro vendrá como consecuencia.

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Debemos educar en la diversidad y la diversidad es saber que hay alumnos con distintos niveles y capacidades

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Entonces, ¿por qué y para qué se estudia?
—Para seguir avanzando como país, para transmitir una cultura, unos valores. Pero también, para potenciar la creatividad: estudiar no es solo saber lo que otros han hecho antes, sino conocerlo para que los alumnos puedan crear su propio mundo. Que no sean mero repetidores de lo que ya había en siglos anteriores. De lo contrario, estaríamos fracasando.

Y que no todo es el título.
—Esa creencia es el motivo muchas veces del fracaso escolar. Nosotros el año pasado ya suspendimos la repetición en 1º de ESO y hemos optado por la vía de la promoción. La repetición, en muchos casos, es la antesala del abandono. En nuestro centro asignamos al alumno repetidor un profesor mentor, que lo acompaña y guía en cuestiones tan básicas como los apuntes o las horas de estudio, porque habitualmente la repetición se ceba con las familias más desfavorecidas. Hay que destinar más recursos a quienes más los necesitan.

Sin igualdad de oportunidades, no hay “revolución”.
—Es que si no apostamos por estos chicos desde la escuela, ¿quién lo va a hacer? Sé que esto choca porque la repetición es la cultura asentada, pero debemos educar en la diversidad y la diversidad es saber que hay alumnos con distintos niveles y capacidades. La escuela tiene que educar a todos.

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