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Javier Urra: "Hay chicos tan agotados de lo virtual que quieren experimentar en lo real"

El psicólogo y divulgador inauguró VIMETalks, el espacio de charlas en directo de VIMET, donde Siena Educación reúne a profesionales y expertos en torno a la innovación educativa.
Rubén VillalbaLunes, 20 de septiembre de 2021
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ENTREVISTA COMPLETA

Para Javier Urra (Navarra, 1957) la sociedad evoluciona y la Educación no solo debe ir acompasada: ha de ser antecedente de un mundo donde las nuevas tecnologías abren nuevas perspectivas, pero sin olvidar nunca la esencia del ser humano. Con este mensaje, que articula su última colección, Salud y bienestar emocional (CEPE), el psicólogo inauguró VIMETalks, el espacio de charlas en directo de VIMET, donde Siena Educación reúne en torno a la innovación educativa a expertos y profesionales.

Salud y bienestar emocional, un binomio cada vez más indisoluble.
—Sin salud mental, no hay salud. Hoy los niños viven en una sociedad estresante, con adicciones o con padres que tienen muchos problemas laborales. A veces todo eso hace a los niños problemáticos y que padezcan diversos trastornos. Recordemos que el 80% de las enfermedades mentales hunde sus raíces en la infancia.

¿Se consiente por eso en exceso?
—A veces los miedos de los padres generan a jóvenes inseguros. La sobreprotección no es un maltrato, pero sí produce indefensión.

Y de ahí nacen los pequeños dictadores, ¿no?
—Sí. Y, en un momento en que nos golpean graves problemas sociales como la violencia de género, habría que plantearse, por ejemplo, lo siguiente: si a un niño nunca se le dice no, el día en que su pareja se lo diga, ¿lo va a aceptar?

¿Falta mano dura?
—En nuestro centro, Recurra-Ginso, lo primero que decimos a los chicos es que nada de móvil ni ordenador, salvo para las clases. Y no hay problemas. Muchos entran diagnosticados de algún trastorno, pero al final son pocos los que se confirman. Cuando se les ponen criterios, horarios y normas, los chavales mejoran en todos sus hábitos. En psicología suele decirse: pensar, sentir y hacer. Sin embargo, a veces hay primero que hacer y, haciendo, cambias la forma de sentir y pensar.

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Los miedos de los padres generan a jóvenes inseguros: la sobreprotección produce indefensión

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¿La sobreprotección vende humo?
—Sí, porque la vida son altibajos: momentos de alegría, pérdida, sorpresas, disgustos… A los padres pido que compartan con sus hijos, que rían con ellos, que vayan a la naturaleza, que les transmitan el amor a la belleza, al arte, que los lleven a un hospital a visitar a niños enfermos, que les enriquezcan el lenguaje. Pero siempre dejándolos que crezcan, que perciban un mundo que es cambiante.

E incierto.
—Al final, los chicos tienen que buscarse la vida, ver si trabajan o estudian, si salen de este país o de otro. La vida les va a derrumbar muchas veces, les va a abofetear, a dar actos de deslealtad, a amigos que no vuelven a llamarte o a jefes que te despiden sin razón. Lo único seguro es que tenemos fecha de caducidad: nos moriremos. Y más bien pronto.

Pero antes, nos empeñamos en saber de dónde venimos.
—Y hacia dónde vamos, porque somos herencia, genética.

¿Es el escollo, el miedo aún, en la adopción?
—Como un día me dijo Federico Mayor Zaragoza, director durante 13 años de la Unesco, los niños no tienen frontera, no tienen bandera. Sin embargo, es cierto que educar a un niño adoptado es más complejo, porque tienen su propia historia y a veces han sufrido traumas. Eso hace que tenga resquemor y suela vivir en una constante lucha de deslealtad entre sus padres biológicos y adoptivos. Por eso, conforme crecen, tienen tanto interés en conocer a los primeros.

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Hay niños que ya están tan agotados de lo virtual, que quieren experimentar en lo real

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El sentido de pertenencia.
—Sí, aunque todos los padres hemos adoptado a nuestros hijos, sean o no biológicos. Lo importante al final no es que sean de tu sangre, sino que nos aporten mucho y a los que demos mucho. Entendiendo siempre que nosotros adoptamos a un hijo, pero el hijo también ha de adoptarnos a nosotros.

Y con pantalla incluida.
—Sí, la misma a la que recurren muchos padres para que el niño no moleste, ignorando los riesgos asociados. El problema es que un niño de nueve años acabe accediendo a contenidos para los que no está preparado ni tiene capacidad crítica.

Y luego viene la adicción.
—Hay que tener en cuenta que hay dos tipos de adicciones: con y sin sustancias. En estas últimas se incluye la de la pantalla o tecnoadicción, que engancha porque en ella uno puede abstraerse y generar su propio personaje, que no es exactamente la propia persona. Hay chicos que ya están tan agotados de lo virtual, que quieren experimentar en lo real. De ahí venga posiblemente la expresión “quiero saber lo que se siente matando”.

Entonces ya es tarde.
—Hoy muchos padres tienen la percepción de que educan a contracorriente: ellos dan un mensaje y en las redes se emite otro. Y se ven desbordados. Pero es que las redes van por delante de ellos, de la Educación y de la legislación. Un error frecuente es pensar que los nativos digitales, por el mero hecho de serlos, se manejan muy bien y no es así: que sepan la técnica no implica que conozcan sus riesgos.

¿Pero se pueden poner puertas al campo?
—Se debe. Hay que educar a los niños para que expongan cuáles son sus problemas o cuándo creen que están siendo víctimas de ciberacoso. La Educación no lo puede todo, pero es la verdadera herramienta. También hay que ofrecerles otras opciones. Veo que los niños y adolescentes tienen hoy poca oferta: casi toda es pantalla y botellón. No estoy en contra de esto, pero debe haber una mayor amplitud: escribir poesía, apuntarse a un curso de bricolaje o ayudar en una ONG son antídotos contra los riesgos.

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Que los nativos digitales sepan la técnica no implica que conozcan los riesgos asociados a las nuevas tecnologías

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Y ahí las administraciones tendrán algo que hacer.
—Totalmente. La presidencia de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, nos ha pedido un estudio para elaborar una guía de riesgos en redes para los padres. Y ahora también estamos grabando vídeos para adolescentes en TikTok con jóvenes que se han visto enganchados a situaciones preocupantes en las redes. Las administraciones, al darle voz y llevarlo al Parlamento, permiten que se hable de ello como un tema de urgencia social y, de esa forma, la sociedad toma conciencia, como ocurrió con el alcohol. En este sentido, por ejemplo, en los grupos ya está arraigado que cuando salen el que conduce no bebe. Ahora falta que se interioricen otras cosas.

¿Y dónde queda el profesor?
—Su labor es esencial: informan, forman y educan a ciudadanos de pleno derecho. Al final, aunque sean en la red, hablamos de problemas troncales, tradicionales. Ahí está la ética, la moral, para educar en valores. El papel del docente debe ir a la par que las familias, aunque algunos niños por desgracia tienen padres que no dan ejemplo. Algunos son los primeros que usan las redes para criticar o machacar a un profesor. En cualquier caso, la red es una realidad en constante cambio y, por tanto, hay que estar muy actualizado.

Queramos o no…
—Las redes son ya parte de nosotros, pero la inteligencia artificial no llora, no se compadece ni tiene la conciencia del ser humano, que ríe, llora, mira a las estrellas, tiene sentimiento de espiritualidad, nostalgia… No nos confundamos: nunca la inteligencia artificial alcanzará la complejidad, la ternura, del ser humano, que a veces es capaz de generar un holocausto, pero también la declaración universal de los derechos humanos.

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