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¿Al psiquiatra o al psicólogo?

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Si nuestro hijo se tuerce un tobillo, no
dudamos en llevarlo al fisioterapeuta.
Igual de inmediata debe ser nuestra
conducta si observamos alguna dificultad
en el desarrollo del niño, ya sea física,
emocional, de conducta o problemas
en los estudios.

Autor: MARTA SERRANO

Si alguno de nuestros hijos se vuelve agresivo, llora sin motivo, está triste o
empieza a tener déficit de atención en el aprendizaje, a lo mejor no requiere
ningún tipo de tratamiento pero, sin duda, su mejora dependerá en buena parte de
nuestra actitud. Lo primero de todo es prestarle atención y observar atentamente
su comportamiento en casa.
En primer lugar, el psicólogo de la Fiscalía de
Menores, Javier Urra, recomienda «retirar» la palabra enfermo de nuestro
vocabulario y no adjetivar nunca a los niños. «Pablo no es hiperactivo, sino un
niño con …», señala.
Además, Urra pide a los padres «naturalidad en la
respuesta» ante cualquier problema que detectemos en el proceso de maduración
del niño e incluso ante la necesidad de visitar un especialista. Si observamos
un problema en casa, lo primero que debe hacer un padre es contrastar su opinión
con el tutor del niño.
Los niños pasan gran parte de su día en el centro
escolar; así que, mientras los padres conocemos a nuestros hijos desde una
perspectiva, el tutor puede completar la observación aportando otra visión.
Dentro del colegio no solo se conoce a los alumnos académicamente, sino que la
escuela es un entorno muy propicio para ver cómo es la adaptación del niño en
distintos ámbitos: personal, social, escolar… «Una vez contrastada la
impresión de la familia con la del tutor es cuando tomaremos la decisión de
remitir o no al niño a un profesional», señala Ana Aguilar Huerta, psicopedagoga
del colegio «Arcángel Gabriel» de Madrid.

 HABLAR CON EL COLEGIO


En muchos colegios privados y públicos existe un
gabinete psicopedagógico o departamento de orientación, que se encarga de apoyar
y orientar la acción educativa, posibilitando criterios de mejora en el diseño,
desarrollo, innovación y evaluación de los procesos educativos; es decir, tras
la valoración o diagnóstico psicopedagógico del alumno se pueden llevar a cabo
acciones para superar las dificultades de aprendizaje. Si es necesario, también
se actuará a través de programas de intervención específicos o de las
actividades de orientación personal o escolar que sean necesarias. Cuando la
problemática se escape de sus funciones, remitirán a la familia al profesional
que más nos pueda ayudar.
En los colegios públicos también existen distintos
organismos que se organizan en tres niveles; sectorialmente, a través de los
equipos interdisciplinares; en el centro, mediante la actuación de los miembros
del equipo en la institución o a través del departamento de orientación; y en el
aula, mediante la acción tutorial.
Respecto al interrogante de si acudir a un
psicólogo, a un psicopedagogo o a un psiquiatra, los expertos señalan que no se
puede hacer una diferenciación clara. «Desde mi punto de vista, –señala Ana
Aguilar–, el psicopedagogo es el más idóneo para aquellos trastornos o
dificultades más relacionadas con aspectos pedagógicos, escolares o académicos
(dislexia, bajo rendimiento, discalculia, problemas de atención,
etc.)».

 ¿A QUIÉN
ACUDIR?

De opinión similar es Javier Urra, para quien
«si el problema es cognitivo o de conducta (baja autoestima, inseguridad,
miedos…) es más adecuado acudir al psicólogo, mientras que cuando hay lesiones
neurológicas, crisis o patologías que puedan requerir medicación hay que acudir
al psiquiatra».
Esto es porque hay que tener en cuenta que la Psiquiatría es
una rama de la medicina (el psiquiatra puede realizar tratamiento farmacológico
mientras que el psicólogo no). Ante todo, no hay que tener miedo. Debemos acudir
a este tipo de especialistas como iríamos al oculista si nuestro hijo tuviera
una lesión en los ojos.
De hecho, en la realidad no hay una distinción tan
clara entre asuntos que deban tratarse desde una u otra especialidad de manera
específica, y en la práctica se llevan a cabo tratamientos conjuntos para
conseguir una mayor eficacia.
Por ejemplo «en un trastorno de déficit de
atención con hiperactividad, se llevaría a cabo un tratamiento farmacológico (si
fuese necesario), la ayuda psicológica (para aprender a autocontrolar su
conducta) y apoyo pedagógico (para mejorar el rendimiento académico)», señala
Ana Huerta. Los límites de las disciplinas citadas se solapan y las necesidades
de un niño en particular dependerán de sus circunstancias.

 DIFÍCIL DECISIÓN

Es difícil decidir cuándo acudir a un especialista,
aunque deberías hacerlo si:

– No habla a partir de los 2 años.
– No
logra jugar y entretenerse solo a los 3 años.
– Se hace pis o caca encima
durante el día, siendo incapaz de pedirlo con 3 años.
– Moja la cama de noche
pasados los 5 años.
– No se integra, no juega con otros a partir de los 4
años.
– Sufre crisis de llanto o nervios al separarse de sus padres, una vez
superado el período de adaptación a la guardería.
– No puede participar en
juegos que implican seguir reglas y esperar su turno, desde 6 años.
– Se
aburre con frecuencia.
– Se le nota triste o apático.
– Está irritable,
enfadado, agresivo o disconforme a menudo.
– Está inquieto y distraído, lo
que interfiere su aprendizaje y rendimiento escolar, a partir de los 5
años.
– No responde a las consignas estando en un grupo, a partir de los 5
años.
– Se bloquea ante situaciones de prueba, exámenes, etc.

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