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Chuches hiperactivas

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Es vox populi que las golosinas y los refrescos no encuentran
lugar en una dieta sana. Ahora un estudio demuestra
además que su abuso puede favorecer la aparición
de la hiperactividad entre los más pequeños.

Autor: ALEJANDRA RODRÍGUEZ

Aunque su relación no estaba debidamente probada, no es la primera vez que se escucha el mensaje de que las bebidas azucaradas y los alimentos demasiado edulcorados, además de arruinar la dentadura, incrementan la agitación y el nerviosismo infantil.
Sin embargo, según un trabajo recientemente publicado en la prestigiosa revista británica The Lancet, son los aditivos más comunes en este tipo de productos –y no sólo el azúcar– los responsables de que los más pequeños de la casa puedan sufrir episodios de hiperactividad. Se trata de compuestos que se añaden para teñir de un color concreto o potenciar el sabor de toda clase de bebidas y alimentos. Según parece, están presentes en la mayoría de golosinas, refrescos y aperitivos que hacen las delicias de los críos; no sólo por sus colores chillones, sino también por sus empalagosos sabores.
El trabajo no ofrece lugar a dudas. Para más inri, no sólo los pequeños ya diagnosticados de esta patología deben extremar las precauciones con respecto a estos alimentos. Los chavales absolutamente sanos también ven alterado su comportamiento en este sentido si ingieren demasiada cantidad de estos productos.

TRES MEZCLAS

Jim Stevenson, de la Universidad de Southampton (Reino Unido), y su equipo examinaron los efectos de estos aditivos en 153 niños de tres años y 144 chicos de ocho y nueve años. La prueba consistía en tomar –según el grupo al que fueran asignados los participantes de forma aleatoria– una de tres mezclas seleccionadas. La mezcla número 1 tenía mayores niveles de aditivos; la número 2, el mismo nivel que consumen a diario los niños británicos por término medio; por último, un placebo sin ninguno de estos controvertidos compuestos.
Gracias a este protocolo, los investigadores vieron que las dos fórmulas con aditivos aumentaban los comportamientos hiperactivos en todos los menores, aunque curiosamente la mezcla número 2, la que imitaba el consumo diario medio, tenía un efecto más negativo en el grupo de los chicos de ocho y nueve años.
¿En qué se traducen los efectos de estos conservantes y colorantes? Según las observaciones de los investigadores, aumentaron considerablemente el número de comportamientos impulsivos y se elevó la dificultad para concentrarse, especialmente en tareas como la lectura.
“Los resultados de este trabajo son muy importantes porque plantean la pregunta, en la que se deberá profundizar más, de si la retirada de estos aditivos de los alimentos podría reducir los niveles de hiperactividad en los niños”, afirma Stevenson, que en cualquier caso se apresura a aclarar que los aditivos están relacionados con estas alteraciones, pero no está determinado que sean su causa específica.

EN TODO TIPO DE GOLOSINAS

Los aditivos a los que se refiere el trabajo –E110, E122, E102, E124, E211 (benzoato sódico), E110 y E129– se encuentran en algunas bebidas gaseosas, en gominolas, chocolatinas y diversos aperitivos salados.
Concretamente el benzoato de sodio (E211) es utilizado en refrescos como Pepsi Max, Fanta o Sprite, y los colorantes artificiales E110, E102, E122, E124, E129 y E104, están presentes en muchos caramelos y dulces consumidos diariamente por los niños británicos. Por ejemplo, el E110 se utiliza en los aperitivos de maíz Doritos y el E122, en la Fanta.
La relación entre ciertos aditivos e hiperactividad no es tema nuevo. En realidad siempre ha sido un área de investigación prioritaria. De hecho, en la mayoría de asociaciones de padres se advierte de este punto para que limiten los alimentos sospechosos. En opinión de los especialistas, la nueva investigación da refrendo a una sospecha que se viene manifestando desde hace años. Sin embargo, insisten en que todavía quedan más trabajos por delante para aclarar hasta qué punto los aditivos alteran el comportamiento infantil, ya que aunque la influencia parece evidente, hay otros muchos factores que se deben evaluar a la hora de diagnosticar y tratar este trastorno de la conducta.

PROHIBICIÓN

De momento, la agencia que se encarga de la seguridad de los alimentos en el Reino Unido no se ha planteado prohibir estos aditivos, pero sí recomienda a los padres que si sus hijos muestran signos de hiperactividad no les den productos que contengan estos compuestos.
Dicha agencia ha pasado la pelota a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, que estudiará si decide o no vetarlos. Hablamos de un lucrativo negocio que mueve en torno a los 25.000 millones de dólares anuales y que experimenta un crecimiento anual que se sitúa en torno al 2,5% cada año. Entre tanto, a las instituciones sanitarias no paran de lloverle las críticas ante esta actitud que muchos interpetan como pasarse la patata caliente de unos a otros.
Tim Lang, profesor de seguridad alimentaria en la Universidad de Londres, asevera que “los primeros llamamientos para investigar estos aditivos se hicieron hace unos 30 años”, y añade que ya es hora de que las autoridades se pongan “del lado de los niños”.
Y es que tanto éste como otros expertos han coincidido en señalar que, ahora que van a endurecerse las normas de etiquetado y manufacturación de alimentos y que la industria del sector lleva muy a gala eliminar los componentes perjudiciales para la salud –como ya ha ocurrido con los ácidos grasos trans (muy dañinos para las arterias)– ésta sería una oportunidad excelente para suprimir los aditivos más perjudiciales.
No es un camino fácil. “Aunque el uso de los colorantes en la industria alimentaria puede eliminarse sin mucho problema no ocurre lo mismo en el caso del benzoato sódico, que cumple una función de preservación de estos productos”, concluye el principal autor del estudio.

LA HIPERACTIVIDAD EN ESPAÑA

Uno de cada 20 niños sufre hiperactividad en España, y aunque comienza a evidenciarse mucho antes, lo cierto es que el diagnóstico llega en torno a los siete años. En cualquier caso, nunca se cataloga antes de los cuatro años debido a la propia evolución de los niños pequeños. Antes de ese momento, el niño hiperactivo suele confundirse con un pequeño travieso o más inquieto que sus compañeros. Los síntomas principales hacen alusión a la inquietud, la dificultad para concentrarse o atender explicaciones e instrucciones sencillas. Algo que puede interpretarse como desobedicencia, emprender muchas tareas (pero no acabar ninguna), romper cosas, enfurecerse por no poder hacer los trabajos correctamente….

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