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El porro: un billete de ida al infierno

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Las investigaciones científicas ponen de manifiesto los efectos nocivos del cannabis y, sobre todo, su papel como puente hacia sustancias más fuertes como la cocaína o la heroína. Sin embargo, la sociedad sigue mostrando una absurda condescendencia hacia ella e incluso se pliega a una muy extendida cultura del porro.

Autor: Ángel Peña

“¿Te hace un porrito? Pásalo. Qué guay…” Los hipotéticos protagonistas de esta conversación, demasiado habitual en cualquier calle, cualquier discoteca, cualquier salida de cualquier colegio, no tienen necesariamente que ser espectros marginales, seres al borde de la autodestrucción. Al contrario, el consumo del cannabis se asocia a una forma de diversión sin complicaciones, fácil y casual. Bien vista. Hoy por hoy predomina la sensación de que reconocer que uno se ha tomado algún porro proporciona un encanto de persona relajada y con ese punto “canalla” tan del gusto de cierto establishment: un barniz alternativo sin llegar a asomarse al precipicio.

Y los jóvenes, con sus personalidades dúctiles, en constante búsqueda de referentes, son un campo abonado para esta tendencia. Según la Encuesta Escolar sobre Drogas 2006-07, el 29,8% de los menores españoles reconocieron haber consumido cannabis en los 12 meses anteriores.


Enlace a otras drogas
Ante la evidencia, muchos adultos sonríen enternecidos por la capacidad de los chavales de pasarlo bien. Ignoran un riesgo aterrador: ese porro tan divertido puede estar abriéndoles la puerta de un infierno capaz de helar cualquier sonrisa. El papel del cannabis como enlace hacia drogas como la heroína o la cocaína es indiscutible en el plano social y psicológico. Los ambientes son tangentes: camellos, trapicheos, trasgresión, sensaciones artificiales de bienestar. “Está sobradamente demostrado que todos los consumidores adultos de drogas ilegales han consumido antes cannabis”, resume el doctor en Psicología Miguel Miguéns Vázquez.

Pero, además, las investigaciones científicas apuntan a la existencia de una base fisiológica en esa relación. Un equipo al mando de Emilio Ambrosio, catedrático de Psicobiología de la UNED, publicó recientemente un trabajo que concluye que el consumo de cannabis prepara en el cerebro del adolescente la llegada de otras drogas. “El consumo en la adolescencia, etapa crítica del desarrollo neural, afecta al funcionamiento cerebral de modo que, si el sujeto se expone a otras drogas de abuso como la heroína o la cocaína en la etapa adulta, hay una mayor susceptibilidad a los efectos adictivos de esas drogas y, por tanto, un mayor riesgo de hacerse dependiente”, explica Ambrosio.

Entonces, ¿por qué no se termina de considerar peligroso el cannabis? “Porque no llega una información adecuada a la sociedad, que banaliza el consumo de esta sustancia, que no es inocua en absoluto”, responde Emilio Ambrosio. Y Miguéns abunda: “Por esa percepción de riesgo baja, los jóvenes creen que el consumo de estas sustancias no es nocivo y les permite pasárselo bien”.

Ante esta realidad, Miguéns recomienda a los padres que, si detectan indicios de que su hijo puede estar consumiendo cannabis, “intervengan inmediata y decididamente”. Y recuerda: “Un consumidor de cannabis es un candidato para llegar a ser más tarde un usuario regular de otras drogas ilegales; no hay, por tanto, que desinhibirse o darle poca importancia, sino que se debe buscar la ayuda de un profesional de los de la red de asistencia a drogodependientes”.

LOS RIESGOS
 La terrible posibilidad de que el chaval que se fuma un porro con los amigos no esté tan lejos como se piensa de las garras de la cocaína o la heroína no debe hacernos olvidar que ese porro, en sí mismo, tampoco es saludable.
 
En términos generales, Emilio Ambrosio apunta que, “aunque hay diferencias en la respuesta individual, el cannabis, en general, altera el sentido del tiempo y disminuye las habilidades motoras, la memoria a corto plazo y la atención; a veces, el consumo ocasional produce ansiedad y ataques de pánico”.

Uno de los rasgos más claramente destacable en los sujetos consumidores es la apatía y una falta de interés generalizado por asuntos comunes de la vida. “Es lo que coloquialmente se llama ‘pasotismo’”, explica Ambrosio, “que puede repercutir, entre otros efectos, en bajo rendimiento escolar”. Y la cosa puede ir a peor: “el cannabis puede producir psicosis permanentes en algunos consumidores”, concluye Ambrosio.

En ese sentido, el British Medical Journal publicó un bloque de tres estudios sobre el cannabis que concluía que el consumo frecuente –uno a la semana– aumenta las posibilidades de padecer depresión y esquizofrenia en el futuro.

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