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¿Gritas o susurras?

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Torpe, que no sabes ni atarte los zapatos; le dice Pablo a su hijo Marcos en el parque. Yo no me atrevo a decir nada pero veo lo injusto de la situación. De hecho, tengo un hijo de ocho años que casi a diario me saca de mis casillas y me angustio porque me sorprendo a mi misma gritando para llamar su atención y que me obedezca. 

¿Habéis notado que hay familias que se comunican a gritos? Los gritos son algo constante durante el día. Los padres gritan a sus hijos en la casa, en la tienda, en el parque, en el coche. Pero, ¿por qué lo hacen? La lógica y el sentido común nos ayudan a entender algunos de los motivos:

-¡Los chicos pueden ser exasperantes! Puedes llamarlos, y volver a llamarlos y no vienen. Les explicas y no escuchan. A veces les tienes que pegar cuatro gritos para que te presten atención. Es entonces, cuando les gritas, cuando por fin te toman en serio.

-Otra buena razón es que te ayuda a desahogarte. Es muy frustrante andar corriendo todo el día de aquí para allá, haciendo  mandados, trabajando, llevando la casa, ocupándote de todo el mundo para, después de todo esto, tener que lidiar con un hijo que te dice con chulería que no se quiere bañar “porque no le da la gana”. ¿Cuánto pueden soportar los padres? Al gritar liberamos las tensiones y así evitamos desarrollar úlceras.

-Gritar está en nuestros genes y es una reacción que surge de los modelos que nos brindaron nuestros padres. Es natural. Lo que se aparta de lo natural es “no gritar”. Exige mucho autocontrol, es algo así como dejar de consumir azúcar, café y chocolate por el resto de nuestras vidas. Si partimos de la base que no deberíamos gritar, entonces nuestras cuerdas vocales vendrían programadas en “mute” o en “modo susurro”.

Podemos buscar todas las justificaciones y explicaciones racionales que queramos pero también es cierto según la psiquiatra Eva Gálvez, profesora enla Universidad Complutensede Madrid, que “cuanto más griten los padres tanto más aumentarán los síntomas del estrés, tales como arrancarse el pelo, escarbarse la nariz, parpadear, mojar la cama y otros. Cuanto más gritemos, peor será la salud física de los niños: más dolores de cabeza, de estómago, resfriados y gripes. Cuanto más gritemos, mayores serán los problemas de conducta de nuestros hijos: desobediencia y desafío en casa o el colegio. Cuanto más gritemos, más problemas sociales tendrán nuestros hijos: serán víctimas de mobbing, o serán hostigadores, les costará hacer amigos y mantenerlos. Y, cuanto más gritemos, mayor será la tendencia de nuestros hijos a presentar falta de concentración para hacer los deberes”. Ningún niño proveniente de un hogar donde se grita presenta toda esta sintomatología en forma simultánea; “la vulnerabilidad individual de cada niño determinará las áreas de funcionamiento que podrán verse afectadas”, nos explica.


FACTOR TIEMPO

El tema es más importante y tendrá mayores secuelas cuanto más perdure en el tiempo, es decir, si les gritamos ininterrumpidamente durante dos décadas (durante los años de la niñez y la adolescencia) entonces, menos les vamos a agradar. Cuanto menos les agrademos, tanto menos querrán parecerse a nosotros. Al no identificarse con nosotros, posiblemente también rechacen nuestras enseñanzas, nuestros valores y cualquier cosa que queramos enseñarles. Por eso, cuanto más gritemos, menos influiremos sobre nuestros hijos para que sigan por el camino que queremos que recorran. Y además, cuando les gritamos a nuestros hijos, también les estamos gritando a nuestros nietos…  Porque sin querer habremos incorporado «programa de gritos» a su crianza.

Por otro lado aunque hay padres Me que creen que no pasa nada, y de que es la única manera “no violenta” de criar a sus hijos porque no les pegan, la psicóloga nos explica que “los gritos no son respetuosos, también son una forma de violencia; no hay violencia física pero si emocional” y nos propone tratar de criar a los hijos sin gritar porque “es positivo, respetuoso y efectivo”. “Se atrapan más moscas con miel que con hiel”, añade.

 

DIALOGAR

-Habla con tu hijo. No olvides que tu hijo es una persona. Hay quienes les hablan “a” los niños en lugar de hablar “con” ellos. Escucha, presta atención a lo que te dice tu hijo.

-Los niños aprenden a comunicarse como lo hacen sus padres. Si tú gritas no te extrañe que tu hijo te conteste de la misma manera. Cuando hay buena comunicación la relación con tu hijo se fortalece.

-Mantén la calma. Es más fácil decirlo que hacerlo, en especial cuando hemos tenido un mal día,  pero ser padres nos permite ser mejores personas y aprender a manejar las emociones. Las presiones del trabajo y todas las responsabilidades de la vida diaria pueden hacer que perdamos la calma rápidamente y terminemos gritando por cualquier cosa. Cuando controlas tu temperamento tu hijo también aprende a controlar el suyo.

-Date tiempo para estar con tu hijo. Demuéstrale tu amor, abrázalo, bésalo, dile que lo amas. Dedica diariamente una parte de tu día para hablar con él, para preguntarle cómo le fue, qué hizo, a qué jugó.


GRITOS VERSUS SUSURROS

Los gritos nunca deberían utilizarse como un recurso educativo. Solamente son excusables, cuando los utilizamos por instinto ante un peligro  como si  el niño va corriendo por la acera en dirección al paso de cebra y no se para. Es verdad que la labor de los padres es agotadora en ocasiones para conseguir que obedezcan, pero depende de la constancia y no de los gritos, el que lo consigamos de forma correcta.” Es curioso además ver en el juego de los pequeños, como se reflejan las actitudes y comportamientos que aprenden de los que les rodean. Cuando un hijo juega castigando o gritando a sus muñecos, no suele ser un buen síntoma”, señala Eva.

-Así, por mucho que parezca increíble, susurrarles o hablar en voz baja les puede desconcertar, y ayudará a que se motiven a prestar atención. Yo misma lo he probado con un grupo de niños desaforados en unas cuantas ocasiones y es completamente eficaz.

“Para conseguir que tu hijo te obedezca, lo más adecuado es motivar, reforzar con elogios todo aquello que hace bien, corregir con el diálogo todo lo que hace mal y enseñarle siempre cuál es la forma correcta de hacerlo. Está claro que esto, en ocasiones, es mucho más cansado que alzarle la voz en un momento determinado, pero las consecuencias son mucho peores”, concluye la psiquiatra.

 

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