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Hikikomoris, cautivos en casa por propia voluntad

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Desde hace algunos años, un número creciente de jóvenes y adolescentes japoneses optan por recluirse en sus habitaciones para evitar todo tipo de contacto social. Son los hikikomoris, chicos cuya vida trascurre durante meses e incluso años entre electrónica de última generación y comida basura. No van al colegio, no tienen amigos… Impotentes, muchas familias optan por dejar pasar el tiempo.

Autor: Rodrigo Santodomingo

En Occidente, el rechazo de las sociedades actuales al juego colectivo es un lugar común. No en vano, PADRES describía hace unos meses (ver número de noviembre) ese traslado de los lugares abiertos y compartidos (la calle) hacia la soledad de la habitación como entorno de ocio habitual entre nuestros niños y adolescentes. También contábamos que el juego físico e interpersonal había dado paso a la vídeoconsola, el ordenador y la tele.
Pues bien, lo que en Europa parece un proceso lento y de efectos aún inciertos, en Japón lleva tiempo como preocupación nacional de primer orden.
Y es que la segunda potencia económica mundial ha generado (de forma casi exclusiva a nivel global) una curiosa y exótica tipología de comportamiento: los hikikomoris, un colectivo de varones entre 15 y 25 años que, según algunas estimaciones, suma más de un millón entre una población de unos 125 millones.
Ryu Murakami, uno de los escritores nipones de más prestigio, define con precisión y desapego el estado hikikomori: «Chicos retirados de la sociedad que se encierran en su habitación y rechazan cualquier tipo de contacto con el mundo exterior. Viven al revés: duermen todo el día, se levantan por la tarde y se quedan despiertos toda la noche viendo la televisión o entretenidos con videojuegos».
Al parecer, la paranoia puede llegar hasta el punto de negar toda relación con los padres, de manera que estos se ven obligados a suministrar comida a sus hijos y poco más.
En muchos casos, el encierro es a cal y canto durante meses e incluso años. Buena prueba de ello son los 50.000 alumnos de Secundaria que, según el Ministerio de Educación de Japón, dejan de asistir a clase por tiempo prolongado cada curso aduciendo «motivos emocionales».
Competencia extrema en la escuela y en el trabajo, timidez e introversión inherentes al carácter japonés , acoso escolar, incompetencia comunicativa en una sociedad ultra-tecnificada…

Absentismo escolar

La mayoría busca causas instaladas en el tópico y la superficialidad. Otros, como Murakami, ofrecen explicaciones no tan evidentes. Para él, el país alcanzó sus objetivos de desarrollo y bienestar en los años 70. Desde entonces, «perdimos buena parte de la motivación que nos había mantenido tan unidos. Los japoneses pudientes no saben qué tipo de vida llevar. Sin duda esto ha empujado a muchos al aislamiento y ha causado una buena ristra de problemas. Naturalmente, los hikikomoris es uno de ellos».
Por su parte, el psiquiatra Tamaki Saito declaraba en una reciente entrevista que el problema tiene raíces históricas, ya que «la música y la poesía [japonesas] tradicionales suelen celebrar la nobleza de la soledad».
Por supuesto, todos asumen que los hikikomoris son un producto sólo posible en los llamados países ricos. Resulta evidente que sin padres adinerados suministrando aparatos electrónicos y comida de sobra, pocos japoneses podrían optar por la reclusión voluntaria.
Sea cual sea el factor de más peso para explicar un fenómeno desconcertante como pocos, hay quien apunta que la solución es difícil, ya que la cultura de la vergüenza impide a muchas familias japonesas reconocer que tienen un hikikomori en casa. Muchas optan, simplemente, por dejar pasar el tiempo.

Dr. Grubb: «Yo tiraría la puerta abajo»

Por el momento, prácticamente nadie cree que el fenómeno hikikomori pueda reproducirse en ningún estado occidental, menos aún en un país con la extroversión y la cultura de calle que atesora España.
También parece claro que este tipo de comportamiento sólo es posible si los padres se abstienen de intervenir. Para algunos, son la inhibición sentimental y la cultura de la vergüenza las que impiden coger el toro por los cuernos a un buen número de padres nipones.
El doctor Henry Grubb, experto en la materia en la Universidad de Maryland (EEUU), ilustra la incomprensión que esta pasividad provoca a ambos lados del Atlántico: «Si mi hijo estuviera en su habitación y no me dejara verle, tiraría la puerta abajo y entraría dentro. Pero en Japón todo el mundo dice que es cuestión de tiempo, que es sólo un período».
En un foro catalán sobre los hikikomoris, un usuario reforzaba, de manera más explícita, la opinión del Dr. Grubb. «Me imagino qué hubiera hecho mi padre si me niego a ir al colegio sin estar físicamente enfermo; dos sopapos y a la calle».

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