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La dieta de la publicidad: la tele engorda

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Los amigos que las empresas alimenticias diseñan para
vender sus productos a los niños no cuentan toda la verdad:
sólo un 2% de los anuncios en horario infantil promociona
alimentos especialmente indicados en su dieta.

Autor: ÁNGEL PEÑA

La comida entra primero por los ojos. Y un vistazo al patio de cualquier colegio nos revela que los niños de ahora miran mucho y no siempre lo más adecuado. La tasa española de sobrepeso en niños es del 16%, una de las más altas de la UE. Una paradoja, si tenemos en cuenta el orgullo nacional que nos llena la boca, nunca peor dicho, cuando hablamos de nuestra dieta mediterránea.
En busca de las causas de esta distorsión, Consumer Eroski grabó en dos semanas más de 6.300 anuncios de alimentación en los horarios de mayor presencia infantil programados por 12 cadenas. Después, un equipo de nutricionistas y dietistas y otro de periodistas analizaron los resultados.
El panorama general muestra que “el mensaje predominante que llega al telespectador infantil y juvenil que recibe estos anuncios va justo en la dirección opuesta a una educación alimentaria basada en la dieta equilibrada y puede reducir la eficacia de las campañas institucionales en contra de la obesidad infantil”.
En lo concreto, los datos son demoledores: el 44% de los productos son prescindibles en la dieta o se abusa de su consumo cuando apenas ofrecen ventaja nutricional para un organismo en crecimiento, por ser demasiado energéticos debido a su abundante contenido en azúcares y grasas. Además, la inmensa mayoría apenas aportan proteínas, vitaminas, minerales y fibras, y contienen demasiada sal y sodio.

COLA CAO Y BOLLYCAO

En esta apoteosis de lo superfluo, el rey es el chocolate y sus derivados, con un 9,5% de los anuncios y tres de los cinco productos más publicitados: Cola Cao Nutrexpa, Bollycao y Nesquik; le siguen caramelos y las golosinas –con un 8% y Golosinas Harribo en el segundo puesto de la lista–, empatados con sus parientes los bollos y pasteles (8%); a continuación se sitúan embutidos (7%), aperitivos (4,5%), salsas y mahonesas (3%) y helados (3%).
Y tampoco el otro gran grupo de anuncios, que acumula el 46% del tiempo analizado, es ejemplar. Representan un aporte de azucares excesivo si se consumen a diario. Destacan aquí los yogures y los postres lácteos azucarados, con un 16% que encabeza Danone -coloca sus natillas Danet y el Actimel en los puestos noveno y décimo-; los lácteos (12%), los cereales de desayuno (7,5%), las galletas (5,5%) y los quesos (4%).
Frente a estos rollizos números, los alimentos especialmente indicados en la dieta infantil –fruta, verdura, pescado, aceite, arroz y pasta– se conforman con un raquítico 2% de los anuncios.

CAPRICHO PELIGROSO

Se podría discutir –y se discute– hasta el infinito sobre la responsabilidad social y pedagógica de la televisión, cuyo papel en los hábitos alimentarios acabamos de analizar. Pero, ¿qué sucede en este ámbito con la institución específicamente diseñada para enseñar? Nada bueno.
El Libro Blanco de la Alimentación Escolar denuncia que los menús de los comedores escolares escasean en fruta, verdura legumbre y pescado. Completan una dieta que favorece la obesidad, no es equilibrada y no enseña a comer.
El libro lo elaboraron la Asociación Española de Pediatría y la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación a partir de una encuesta en 33 colegios españoles en el curso 2005-06. Sus conclusiones son alarmantes. Las comidas de los escolares son escasas en carbohidratos y el reparto semanal de alimentos básicos es lamentable: fruta tres veces; verdura, dos; legumbres, 1,4; y pescado, 1,3. En cambio, hay demasiada carne, grasa y proteínas.
La situación se agrava por la tendencia de los colegios al autoservicio: el niño escoge lo que le apetece. Contra esta opción por la comodidad, el Libro Blanco aboga por la presencia de educadores en los comedores para vigilar qué comen los niños. También se podrían contratar nutricionistas que ayuden a los cocineros o empresas de distribución de alimentos con dietistas. Y, por supuesto, contar con la ayuda de los padres, que deberían pasarse de vez en cuando por los comedores y comprobar en propio paladar con qué están creciendo sus hijos.

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