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¿Panacea o despilfarro?

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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El Gobierno ha tirado la casa por la ventana con Escuela 2.0, el proyecto educativo más ambicioso en sus cinco años de mandato. Quiere inundar de portátiles nuestras aulas y situar a las nuevas tecnologías en el epicentro del aprendizaje. ¿Servirá para que nuestra maltrecha enseñanza comience a remontar el vuelo?

Hace dos años, Mark Lawson, director de instituto en Nueva York, dijo basta al reparto masivo de portátiles entre los alumnos del Lincoln High School. Los chavales se descargaban pornografía e ideaban chuletas digitales. Un hacker precoz se había colado por las rendijas de la seguridad virtual y explicaba, en una web creada al efecto, cómo emularle y bombardear el sistema del centro con todo tipo de gamberradas cibernéticas. Lawson declaró que, tras siete años de vida, el programa no había reportado beneficio académico alguno; se trataba de una mera “distracción”.

El caso del Lincoln no es único en Estados Unidos, un país con tres ordenadores por cada diez alumnos, una de las tasas más altas del mundo. Otros, como el Matoaca High School, han cerrado el chiringuito de informática escolar a gran escala por meras razones económicas. Rentabilidad pedagógica. ¿Por qué invertir 1,5 millones de dólares al año en una iniciativa de resultados académicos inciertos?

Por el momento, nadie ha conseguido demostrar las supuestas glorias de la medida de moda en los colegios de todo el mundo. Tiene glamour, queda perfecta en las inauguraciones, alberga LA fuente de conocimiento de nuestra era, aparenta igualdad (la famosa “brecha digital”), permite fantasías futuristas. Pero lo cierto es que no hay datos sólidos que refrenden su eficacia. Algún estudio desperdigado y sobre cuestiones muy concretas. Según el profesor Larry Cuban, de la Universidad de Stanford, “no existen pruebas de que el uso habitual de multimedia, internet, procesadores de texto y otras famosas aplicaciones tenga algún impacto sobre el rendimiento académico”.

¿Tecnología negativa?

Poca sustancia estadística al otro lado del espectro: tampoco sabemos hasta qué punto pueden las nuevas tecnologías entorpercer el aprendizaje. A la hora de analizar su impacto, los investigadores topan con muestras aún demasiado escasas e iniciativas tan recientes que casi no permiten estudiar cómo han evolucionado los alumnos. A esto se suma la esencia misma de la informática, mutable y polivalente, con evoluciones continuas y flamantes herramientas cada mes.

Sí existen, por el contrario, escuelas como el Lincoln o el Matoaca que ya han reculado e infinidad de testimonios de docentes contra la invasión de las máquinas en su lugar de trabajo. Y reflexiones que invitan al desánimo por venir de quien vienen. Steve Jobs, el jefazo de Apple, uno de los gigantes de la industria, hablaba recientemente en estos términos: “Soy probablemente la persona del mundo que más ha apoyado la introducción de equipamiento informático en las escuelas, pero he llegado a la conclusión de que el problema con el que tratamos no puede aspirar a resolverlo la tecnología”.

Nuevo modelo productivo

Curiosamente, el otro supermagnate de la informática, Bill Gates (éste sí defensor de la escuela digital), se entrevistó la semana pasada con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Para charlar sobre proyectos solidarios, marcaba el programa, aunque Gates no desaprovechó la ocasión para aplaudir la Escuela 2.0 con la que el ejecutivo socialista aspira a sembrar las semillas de un nuevo modelo productivo. Todo apunta a que el multimillonario de la sonrisa beatífica participará de un modo u otro en los fastuosos planes del Ejecutivo, nada menos que 420.000 portátiles antes de septiembre.

A la vista de lo ocurrido en el último encuentro entre el ministro Ángel Gabilondo y los consejeros de las comunidades autónomas, se trata de un proyecto en pañales que el Gobierno deberá perfilar cuanto antes si quiere cumplir sus ambiciosos objetivos. Quedán aún muchas dudas por resolver. ¿Cómo se va a financiar? ¿Quién va a formar a los profesores? ¿De qué manera afectará al empleo de otros materiales didácticos? Y sobre todo: ¿servirá de algo?

Aprender con máquinas

La historia del medio cambiando el mensaje educativo viene de lejos. Ya en los años 50, cuando Estados Unidos convirtió la televisión en bien de consumo masivo, no faltaron profetas que anunciaron la llegada de una forma radicalmente distinta de concebir la enseñanza. Se contrataría a los mejores profesores para que emitieran sus lecciones a todo el país. Flora y fauna por vía catódica, demostraciones científicas, obras de teatro por doquier. La tele entró en el aula con más pena que gloria: los chavales vieron de pascuas a ramos un shakespeare en blanco y negro y quizá alguna emisión sobre protocolos de emergencia en caso de ataque nuclear.

Pasaron dos décadas y explotó el boom de los laboratorios de idiomas. Asépticos cubículos, fonética y gramática en uno, aprendizaje personalizado. Rápido, claro, sin distracciones. Un rollo tremendo: las clases de toda la vida con alumnos y profesor impusieron su ley social y hoy quedan pocos vestigios de magnetófonos y auriculares en las academias.

Ya en los 80, se dijo que el vídeo vendría a subsanar el gran inconveniente de la televisión: oferta rígida y decidida por instancias no educativas. Ahora el profesor podría elegir qué película, qué documental, según el momento y las dinámicas de la clase. Historias de superación en los entornos desfavorecidos, visionado de nouvelle vague para los privados hiper-élite. La cosa fue poco más allá de eso, pelis en la clase de Ética y esporádicas proyecciones de carácter científico.

El mundo de la informática pre-internet también tuvo sus incursiones didácticas; CD-Rom y juegos educativos en los 90, prestaciones Spectrum más modestas durante la década anterior.

Las revoluciones tecnológicas en la escuela han arrojado una única conclusión: aún está por demostrar que los cables y las pantallas puedan competir con un profesor armado de brillante oratoria, profundos conocimientos y pasión por su trabajo.

Portátiles para el Tercer Mundo: ¿idealismo lucrativo?

Mini-portátiles con conexión wifi en las polvorientas aulas de la sabana africana. Una virguería post-industrial como atajo para invertir las complejas dinámicas de la injusticia global. Nicholas Negroponte –hay quien piensa que un hábil comerciante con barniz de filántropo– pensó un día que en la lucha contra la pobreza pesaban más los supuestos beneficios del píxel que otras prioridades educativas quizá más acuciantes. Y hace tres años presentó a bombo y platillo el programa OLPC (One Laptop Per Child, Un portátil para cada alumno). Miles, millones de ventanas al universo digital en versión tercermundista (siete pulgadas) ante los ojos de alumnos obligados a sentarse en el suelo ante la ausencia de pupitres.

Por 100 dólares la unidad (luego el precio llegó a duplicarse), los estados podrían adquirir cuantos ordenadores quisieran (lote mínimo 15.000) a su particular organización mezcla de ONG y empresa high tech, que en breve recibió encargos de cuantía astronómica procedentes de varios países en vías de desarrollo. El utópico mercante se codeó con el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, y la jet de la solidaridad global, tuvo rifirrafes con algunos de los capos del negocio (Microsoft o Intel) y sufrió demandas por supuestas infracciones en materia de patentes.

Negroponte no dudó en proponer la muerte del libro de texto si su supervivencia suponía un obstáculo para la implantación del OLPC. Llegó a decir que, en caso de que a los estados no les saliesen las cuentas, siempre se podía prescindir de los manuales clásicos y dejar paso al monopolio informático. Una disyuntiva que nunca nos planteamos en el mundo rico: en principio, nos quedamos con los dos. Él defendió que era viable construir una estructura educativa por el tejado cuando ni siquiera se habían comprado los más básicos cimientos.

Además de incontables problemas en la producción, distribución y funcionamiento del cachivache, el proyecto ha languidecido por la crisis y, claro está, porque no existe evidencia alguna de sus bondades pedagógicas. Lo que sí sabemos es que algunas mafias africanas comercian con los ordenadores como ya hacían con los uniformes escolares y el material didáctico tradicional. Aún existen bocetos o primeras fases en un buen puñado de países, pero parece que el OLPC se desinfla sin remedio. A principios de año ya tuvo que despedir a la mitad de su plantilla.

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