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Quién eres tú para decirme nada

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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En una familia reconstituida hay más actores a parte del padre y la madre. Aparece el concepto de co-parentalidad o pluriparentalidad a la hora de educar que debe ejercer la nueva pareja junto con el progenitor biológico de los niños. Un delicado proceso para evitar que el hijo o hijos de tu pareja salte con eso de “quién eres tú para decirme nada”.

La nueva pareja es un cuerpo extraño que entra en un organismo vivo. Y el cuerpo reacciona normalmente rechazando, es una cuestión de biología. Por lo tanto, según los expertos, solo hay una manera de hacer las cosas: ir asimilando progresivamente ese organismo extraño hasta que consiga integrarse.
Son familias en transición que tienen que asumir un número importante de cambios en muy poco tiempo. Se debe hacer con mucha tranquilidad y paciencia. Amador Delgado, psicólogo y orientador en el IES “Bahía” de Marbella, y autor del libro Mi hijo no estudia, no ayuda, no obedece recomienda buscar momentos de calidad como una comida o una salida al parque. Dejar que las situaciones naturales y espontáneas vayan surgiendo e inevitablemente en un momento dado surgirá la pregunta sobre esa nueva persona. “Es muy importante que esa pregunta surja. Uno de los fallos fundamentales es intentar sacar el tema diciendo ‘qué te parece Fidel’. Esto provoca una respuesta artificial. Hay que esperara a que los niños pregunten, los momentos se encuentran escuchando y teniendo paciencia”, explica Delgado. Hay que tener muy claro que la nueva pareja no sustituye a nadie, simplemente supone la aparición de una nueva persona que será una ayuda y que generará amor y cohesión en la familia, pero que nunca borrará la figura de la madre o del padre.
La autoridad de los nuevos padrastros o madrastras no suele ser bien recibida por los niños, y, en realidad, no es su función. Ésta debe quedar para el progenitor, que es quien tiene la última palabra, las órdenes y las decisiones. Natividad Núñez, pedagoga, terapeuta y maestra ha observado a lo largo de su carrera que los adolescentes exhiben un alto nivel de resistencia hacia los nuevos miembros, “el problema se agrava cuando uno de los progenitores no tiene una nueva pareja, el adolescente puede crear con él un confuso vínculo de lealtad que puede llegara a interferir en la buena marcha de la nueva familia”.
Como norma general el padre o la madre es el que debe establecer límites y normas y hacerlas cumplir, pero la nueva pareja debe ser, en todo momento, coherente con estos criterios, según nos explica la terapeuta. Para lograr un buen funcionamiento del recién formado clan, la nueva pareja es la que sugiere y adopta posturas flexibles, pero no tiene autoridad para dar órdenes. Si lo hace, invade el espacio de los niños y también el de la tercera persona, que existe. Amador Delgado nos ofrece ejemplos: “evidentemente puede hacer los deberes con el hijo de su pareja y debe ofrecerse. Si los niños aceptan esa colaboración, obtendrán más respeto y más autoridad pero no debe obligar, eso debe hacerlo el progenitor porque si no, se mezclan roles y eso sólo provoca confusión”.
Ni colega ni padre
La peor situación posible es en la que la pareja adopta el rol de colega de los hijos. Se debe tener claro que la pareja no es el padre, pero tampoco es el entretenimiento. Debe ganarse su respeto día a día, sugiriendo, siendo útil y sobre todo estando presente. Esto no significa ordenar pero tampoco lo contrario “te dejo hacer”.
Amador nos propone una situación muy cotidiana: “A las siete tu madre te había dicho que tenías que estudiar, ¿qué tal te van las cosas? El niño puede decir “ahora no las hago”. “De acuerdo, es tu decisión, no las hagas si no quieres. Cuando venga tu madre le comentaré que efectivamente a las siete no estabas estudiando”. Pero cuando venga la madre, ella es la que tiene que ejercer la autoridad y tomar las decisiones, no la pareja. La pareja no puede decir “como que no estudias, son las siete, te han dicho que tenías que estudiar a las siete y te vas a poner a estudiar a las siete”. Cuando coges ese rol, mal asunto.
También hay que recordar que el progenitor ausente sigue siendo padre o madre. Tiene que asumir que está separado y la otra parte tiene una nueva pareja que comparte hogar con sus hijos, pero él o ella sigue siendo el padre o la madre. Las decisiones las toma con el otro progenitor, no las toma la tercera persona. Si no se hace así, se les puede provocar a los niños una gran confusión.
El padre o madre que no convive con sus hijos tiene que estar pendiente de ellos, de su colegio, sus problemas afectivos, físicos, etc. Y tomar las decisiones conjuntamente con el otro progenitor. En este sentido, el tercero tiene que asumir las decisiones que tomen ambos, le gusten o no. Lo ideal es evitar, en todo lo posible, las contradicciones en los estilos educativos de unos y otros.
No es fácil el rol del progenitor cuando hay un conflicto entre la pareja y el adolescente. “Lo más sabio es hablar por separado con cada uno de los dos -nos explica Amador Delgado- En medio de la discusión no intervenir en caliente, a no ser que suba el tono, entonces se para y se separa como en el colegio. Después buscar el momento oportuno. Realizar una especie de mediación encubierta. Hablas con tu hijo y le preguntas ¿que ha pasado?, le dejas que suelte todo lo que tiene dentro y a partir de ahí construyes. Lo mismo con tu pareja ‘¿qué te paso, cómo te sentiste..? Tranquilo, yo soy la madre, yo sé como actuar, no va a haber problema’. La clave de estos asuntos es que no quede nada dentro y nadie piense que te has puesto de parte de uno, porque el rol del progenitor quedaría debilitado. ‘Tienes razón, el niño no ha actuado bien y a lo mejor es culpa mía, no te preocupes, vamos a intentar que no vuelva a suceder y yo voy a poner los medios para que no suceda’ y con el niño exactamente igual ‘esto es culpa mía, a lo mejor, porque le he dado retribuciones que no debía. Yo hablaré con él y ya se lo explicaré para que no vuelva a suceder’. Tiene que hacerlo con mano izquierda y, sobre todo, muchísimo amor” concluye Amador.
Hijos de los dos
Suele ser más facil con los primeros encuentros puesto que, aunque tengan edades distintas y sean de sexos distintos, siempre tienen intereses más comunes de lo que parecen. Cuando llega la convivencia todo se simplifica, ya que la convivencia es una cuestión de roles. En esta situación los dos son padres y los dos son madres, se igualan. Porque no puedes dar unas normas a tu hijo y otras al hijo de tu pareja. Delgado advierte que “se lo tiene que plantear muy bien una pareja para irse a convivir con hijos de cada uno. Porque va a ser un clan”.
Cuando viene un hijo en común, esto ya se convierte en una nueva familia. Todos los hijos tienen que ser iguales, porque si no se pueden sentir todos discriminados, unos por ser hijos de la pareja y otros por no serlo. Cuando una pareja decide tener un hijo, el rol anterior cambia. A pesar de que uno sea hijo y el otro no, el padre debe tratar a todos por igual por su bien.
En este sentido el psicólogo nos aclara la situación “Si tu vas a formar parte de un grupo que ya está establecido, tu rol es secundario, porque tú estás con esa pareja pero sus hijos son de otra persona, que indudablemente influye y determina. Pero en el momento que tú aportas tus hijos o el matrimonio tiene uno, dejas de tener un rol secundario y tu rol cambia.”
Por ejemplo: en nuestra casa decidimos que nuestro hijo común que tiene cinco años y el otro que tiene siete vayan a inglés. No pueden ir uno sí y otro no. El padre del otro niño tendrá que asumir que a partir de ese momento tiene que participar en esas decisiones por su hijo, porque si no el niño se verá desplazado. Si el padre biológico se opone a ese tipo de decisiones lo que verá es que su hijo al cabo de poco tiempo se irá quedando desplazado, porque no será tratado igual. Y lo más importn
ate es favorecer un clima adecuado y una convivencia lo más armónica posible con el objetivo de que los hijos sean felices.

CINCO CONSEJOS BÁSICOS
Natividad Núñez Barrios, pedagoga, terapeuta y maestra
Hay que pensar que el cambio de referencia es más profundo para los niños. Por ello, es aconsejable antender algunas pautas.

1) Respetar el duelo. Ser conscientes de los sentimientos de “pérdida y cambio” en los hijos. Necesitan tiempo para procesarlo. Los progenitores no deben hablar en contra de sus anteriores cónyuges delante de los niños. Su actitud debe ser conciliadora y fomentar en la medida en la que se pueda, la comunicación y contacto entre ellos.
Realizar un progresivo acercamiento a los hijos de la nueva pareja por parte del nuevo miembro, sólo en el caso de que la relación afectiva entre ambos se haya hecho estable. Debe alejarse en lo posible en el tiempo en que se produjo la separación de sus padres biológicos, teniendo paciencia con sus reservas y haciéndose poco a poco merecedor de su confianza.

2) Crear nuevos espacios. En la medida de lo posible, crear nuevos espacios, tiempos y criterios para convivir. Elegir un nuevo entorno para vivir, siempre que esto sea factible, o reestructurar el existente, para crear un nuevo escenario y nuevo marco de convivencia con nuevos hábitos y nuevos espacios adecuados en lo posible a cada miembro. Establecer criterios para convivir, anticipándose con ello a futuras situaciones: fijar roles, funciones, listado de normas y reglas familiares, especialmente con respecto a la crianza de los hijos del nuevo cónyuge.

3) A cada uno su tiempo. Cuidar mucho la relación de pareja y tener presente un tiempo dedicado a cada subestructura: un tiempo para ellos, un tiempo para compartirlo con los hijos propios y un tiempo compartido con todos. Sobre todo, si un hijo es pequeño, puede sentirse desplazado por el nuevo cónyuge o por los hermanastros mayores, por lo que requiere una atención especial.

4) Mantener una actitud respetuosa con todos. El nuevo cónyuge ha de mantener un respeto expreso al progenitor que no convive en el hogar. Jamás será su sustituto ni debe hablar mal de él.
A principio de la convivencia serán más adecuadas las muestras de afecto verbal a las de cercanía física, hasta que éstas se asuman y demanden con normalidad. El nuevo cónyuge debe saber mantener una actitud amistosa, mediante la que pueda ir ganándose, poco a poco, la confianza de los niños con el objetivo de crear un nuevo vínculo. Hasta que pueda asumir más responsabilidades, aconsejo ceñirse a controlar las conductas inadecuadas de los niños y mantener informada a su pareja.

5) Fomentar una dinámica familiar de equipo. Los adultos deben facilitar el paso a esta nueva etapa de familia reconstituida, adoptando un punto de vista normalizado y positivo y evitando los roces y conflictos. El reto mantenido será ir creando el sentido de pertenencia a una nueva familia, integrando y buscando puntos de unión entre cada uno de los miembros, a través de actividades comunes, viajes, compartiendo confidencias…Haciendo que la relación entre familia biológica y reconstituida sea lo más fluida posible.

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