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Monseñor Alfonso Carrasco: "Corremos el riesgo de ideologización de la vida escolar en España"

Estos días está prevista la publicación del currículum de Religión católica siguiendo las directrices de la nueva ley educativa, la Lomloe. Sin embargo, los obispos no están satisfechos "ni por el escaso número de horas lectivas ni por su comprensión de la asignatura, no valorada como desearíamos", según el presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura, monseñor Alfonso Carrasco.
Diego FranceschMartes, 21 de junio de 2022
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Monseñor Alfonso Carrasco es presidente de la Comisión para Educación y Cultura de la CEE y obispo de Lugo. © CEE

Monseñor Alfonso Carrasco Rouco es presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura desde marzo de 2020, además de miembro de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). La Comisión para la Educación y Cultura colabora con los padres en la formación cristiana de sus hijos, además de sostener la tarea educativa de los profesores de Religión. En esta entrevista conversamos con él acerca de la reforma de la enseñanza de la Religión a partir de las directrices de la Lomloe y de otras cuestiones que afectan a la enseñanza en la actualidad: el papel de los padres, el peligro del adoctrinamiento, la ideologización de las leyes educativas, etc.

¿En la CEE están satisfechos con el resultado de la actual reforma educativa en relación a la asignatura de Religión?

–Desde la CEE habíamos hecho una propuesta diferente a la resolución adoptada por el Ministerio, en la que proponíamos la integración sistemática de la asignatura en un ámbito concreto del currículo. La fórmula aprobada en la Lomloe no nos satisface, ni por el escaso número de horas lectivas ni por su comprensión de la asignatura, no valorada como desearíamos.

¿Cómo queda finalmente el currículo de esta materia?

–El currículo queda renovado en sus formas pedagógicas e integrado en el horizonte educativo que determina la actual Ley. Sigue fundamentado en contenidos teológicos que buscan introducir al conocimiento y comprensión de la fe y de la historia cristiana, mostrando sistemáticamente su capacidad para iluminar los desafíos de naturaleza moral y religiosa a los que se enfrentan los alumnos.

¿Considera suficiente la oferta de horas lectivas que ofertarán las CCAA?

–La oferta de horas lectivas por las CCAA es variada y, a veces, aún no ha sido hecho pública oficialmente. Pero, en muchos casos, las horas lectivas se limitan al mínimo asegurado por el Ministerio; lo que nos parece insuficiente para el buen desarrollo de la asignatura. Tal opción tiene en algunas ocasiones razones ideológicas y en otras se presenta a partir de un presunto utilitarismo. Creemos que la asignatura tiene una relevancia educativa que debería ser mejor reconocida en la ordenación académica.

¿Cuál es la situación actual del profesorado de Religión en cuanto a sus condiciones laborales?

–Las condiciones laborales del profesorado de Religión varían según las CCAA. Están sin duda afectadas por la disminución del horario lectivo. En todo caso dependen del reconocimiento de la dignidad de la asignatura y de su plena integración en el proceso educativo. Por otra parte, es necesario salvaguardar también una buena comprensión de la relación (también jurídica) que tiene el profesorado de Religión con la Iglesia católica.

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La fórmula aprobada en la Lomloe no nos satisface, ni por el escaso número de horas lectivas ni por su comprensión de la asignatura, no valorada como desearíamos

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¿Qué opina de la progresiva disminución de alumnos y familias que escogen esta materia en España?

–Ello puede depender sin duda de la forma concreta en que la asignatura es integrada académicamente, así como de las dificultades prácticas que pueda implicar el modo en que es presentada en algunos centros. Todo ello influye en la elección de la asignatura por el alumnado. Pero, sin duda, un gran motivo de esta disminución es la falta de percepción de la importancia de la asignatura por las familias, en la misma medida en que participan menos de la vida de la Iglesia o incluso de la fe.

De todos modos, el número de alumnos que elige Religión es elevado, mucho más de lo que se deduciría de las estadísticas oficiales sobre las creencias y la práctica religiosa en España. Ello indica, a mi parecer, una percepción que permanece en muchos –en más de la mitad de la población– de la relevancia grande de esta dimensión de la educación en la escuela.

¿Existe debate en el seno de la CEE en torno a los contenidos, enfoques, metodologías, etc, que se deberían ofertar de Religión católica o hay consenso entre los obispos?

–En la CEE se debaten siempre con interés y vivacidad los grandes temas que afectan a la vida de la Iglesia y de nuestra sociedad. Por supuesto, la educación nos importa mucho y hemos dedicado tiempo a la nueva Ley. Se reflexionó, en particular, sobre el tratamiento de la clase de Religión y sobre la necesaria renovación del currículo, interviniendo los obispos con libertad y variedad de opiniones. Fruto de este debate son las notas que han ido siendo publicadas a este respecto. También la propuesta final sobre el currículo tiene a la base el consenso de los obispos; sabiendo, por supuesto, que no se trata nunca de una unanimidad absoluta, sino moral, que no excluye alguna opinión diferente. Por otra parte, somos también conscientes de que la aprobación del currículo no significa que no pueda ser renovado, como exigiría por ejemplo la aprobación de una nueva Ley.

¿Qué les diría a quienes piden sacar la Religión del currículo?

–Les diría que sería sacar del currículo toda una parte de la realidad y además la más personal, que afecta muy directa y decisivamente a la conciencia, la libertad y la capacidad de actuación de los alumnos. Y se quitaría del currículo también la posibilidad de conocer y comprender el propio mundo moral y religioso, no sólo personal, sino también social, que ha encontrado expresión en la historia y la cultura de nuestra sociedad. Se limitaría mucho, por tanto, la posibilidad del pensamiento crítico; y se dificultaría radicalmente el camino del diálogo, de la comprensión del diferente, de la convivencia pacífica en una sociedad plural. Muchos podrían considerar incluso que su identidad más propia y su cultura no es respetada en el espacio escolar, en que se pretende educarlo como persona y como miembro de la sociedad.

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El número de alumnos que elige Religión es elevado, mucho más de lo que se deduciría de las estadísticas oficiales sobre las creencias y la práctica religiosa en España

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¿Se está ideologizando en exceso la vida escolar en España? ¿Qué opina del adoctrinamiento en los centros?

–Ciertamente corremos el riesgo de la ideologización de la vida escolar en España, a través de una pluralidad de intervenciones legales –no sólo de la Ley de educación– que introducen en la enseñanza perspectivas ideológicas que el poder social y político del momento desea dominantes. Sin embargo, la neutralidad o laicidad del Estado no sólo obliga a no imponer una religión o una ideología con los medios del poder político, sino que debe llevar a defender positivamente la libertad: la de conciencia, la de enseñanza, la de las familias, etc., como expresión de la dignidad de la persona, que el Estado por definición ha de defender y promover. Es posible que la realización práctica de esta tarea sea difícil y un reto para cada generación, para los profesores y las escuelas; y por supuesto para cada Gobierno y cada Ley. Nosotros, con la presencia de la Iglesia en el sistema educativo –de la que la clase de Religión es un aspecto– tenemos también la responsabilidad de hacer presente esta libertad, este protagonismo de la sociedad, y así colaborar de modo importante con las autoridades políticas, para que pueda evitarse este riesgo de ideologización, presente sin duda en estos momentos que vivimos.

¿Qué papel corresponde a la familia y cuál a la escuela en la enseñanza de la Religión?

–A la familia corresponde la transmisión de los valores morales y religiosos, los más decisivos para la forma de estar en el mundo. Es una responsabilidad grande, porque esta transmisión es inevitable, va a suceder siempre, y debe ser asumida personalmente por padres y madres, sabiendo que el propio testimonio es insustituible. Por ello, le corresponde también a la familia –no al poder político– determinar los valores morales y religiosos en que quiere que sus hijos sean educados en la escuela.

A la escuela le corresponde la tarea de hacer posible el conocimiento y la comprensión razonable del mundo moral y religioso, así como su puesta en relación expresamente con los desafíos que se plantean en este horizonte a todos los alumnos. Este estudio es preciso para poder asumir de modo razonable y libre la propia tradición religiosa, creciendo en la comprensión de la verdad de la propia fe y en capacidad de diálogo con personas con planteamientos diferentes o alternativos, presentes en una sociedad plural.

¿Cómo transmitir la vida espiritual a las nuevas generaciones, más allá de la enseñanza de una confesión religiosa u otra?

–Respetando profundamente a niños y niñas, respetando su conciencia, su libertad profunda, enraizada en todo lo que ha recibido en su familia. Y respeto significa tomar en serio esta dimensión de la vida –“escuchar a los niños”, como indica el Papa Francisco en su propuesta de “Pacto educativo global”–, darle espacio en la escuela según su método educativo propio: introduciendo al conocimiento, a la comprensión, a la reflexión a la luz de la razón. Respeto significa educar en la capacidad de pensamiento, que necesita conocimientos, recursos, método; y así educar en el ejercicio de la libertad, que está determinado por la propia conciencia de la verdad. Como dijo nuestro Señor: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.

Pero no es posible la vida espiritual en abstracto, desligada de la identidad de la persona, de su recorrido histórico y sus aprendizajes en la escuela, desligada de esta dignidad propia de la conciencia, que busca la verdad de Dios. Así, en cambio, puede crecer la vida espiritual y también la capacidad de pensamiento crítico, de aportación de un propio testimonio personal; pero también de comprensión del camino de los demás, de diálogo con el diferente.

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Corresponde a la familia –no al poder político– determinar los valores morales y religiosos en que quiere que sus hijos sean educados en la escuela

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