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Pablo d'Ors: "Hoy, a la mínima reflexión que hagas, te tachan de intelectual"

Cuando habló Pablo, España calló: más de 200.000 acólitos enmudecieron con su 'Biografía del silencio'. De la meditación hizo un 'bestseller'. Ahora, en 'Biografía de la luz', sale del túnel para releer en clave mística el Evangelio. El escritor y sacerdote no por la fama olvida su homilía: "Pensad, porque pensar es bueno; lo malo es pensar siempre y mal".
Rubén VillalbaLunes, 23 de mayo de 2022
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ENTREVISTA COMPLETA

El silencio es hoy el palco de los sabios, el púlpito donde predican quienes tienen, verdaderamente, algo que decir. Callan porque saben: frente al ruido, es la única forma de hablar o, al menos, de que te escuchen. Los más de 200.000 ejemplares hasta hoy vendidos de Biografía del silencio (Siruela) lo sancionan y respaldan, a la chita callando, la homilía de un sacerdote que nos redime con penitencia única: meditar, o sea, vivir con uno mismo, porque, advierte, “casi todos nuestros problemas comienzan por meternos donde no nos llaman”.

Nieto del ensayista Eugeni d’Ors y consejero cultural del Papa, para Pablo d’Ors (Madrid, 1963) todo lo que no salga del alma no es. Ni siquiera la religión: “Si no conduce a la espiritualidad, como por desgracia tantas veces sucede, se queda, en el mejor de los casos, en cultura y, en el peor, en folclore o incluso en fuente de opresión”. Cuando Pablo habla, España enmudece. Él sabe; por eso callamos. Creamos o no.

¿Ser religioso le ayuda a uno a vivir mejor?
—La religión y el humor son, para mí, las dos claves para hacer más llevadera la existencia. La religión, bien vivida, ayuda a dar sentido a la vida.

¿Hemos perdido el sentido, o sea, la fe?
—Mantenerla es muy difícil en una sociedad, como la occidental, donde hoy tener fe es casi un acto contracultural. Atravesamos una crisis evidente de lo religioso y del concepto de Dios porque el modelo cultural predominante no lo sustenta. En consecuencia, la primera dificultad que encuentra la religión es ambiental y, por tanto, cultural y educativa: cada vez son menos los chavales que reciben formación religiosa en los colegios.

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Hoy ya no somos peregrinos, sino vagabundos: caminamos sin saber muy bien adónde

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¿Pero saben los jóvenes qué es la fe?
—La mayoría ya no es practicante. Me inclino a pensar, por tanto, que no tienen una idea ajustada o cabal de lo que es la fe. También en España, a mi modo de ver, existe una asociación negativa y perniciosa entre lo religioso y la ideología política, en concreto, la derecha o conservadora, lo que tampoco ayuda a que los jóvenes acojan la fe, que tendría que ser independiente de cualquier partidismo e ideología.

Ama al prójimo como a ti mismo. ¿Por ahí empieza la (buena) fe?
—En el actual contexto, subrayaría el “como a ti mismo”. El amor al prójimo ha dado como resultado un cristianismo en clave social, de protección a los más desfavorecidos, que no desapruebo, pero es un papel que ya cumplen otras instituciones. Aquello en lo que debe centrarse la Iglesia católica es en el crecimiento espiritual de sus feligreses, toda vez que el crecimiento espiritual llevará precisamente a ese compromiso social, es decir, debería ser una consecuencia, aunque no lo prioritario.

O sea, menos caridad y más espiritualidad.
—La óptica de lo culturalmente cristiano es la que hoy puede resultar más interesante en Europa y, particularmente, en España. Por eso, mi acercamiento a la figura de Jesús de Nazaret, que es el que propongo en mi último libro, Biografía de la luz (Galaxia Gutenberg), no es necesariamente confesional, sino cultural.

Es decir, usted presenta a un Jesús terrenal.
—Jesús ha sido visto tradicionalmente como profeta, aunque no creo que encaje del todo en esa categoría porque él, al contrario que otros, no trae un mensaje de arrepentimiento. Nuestra tradición católica, al estar centrada en la eucaristía, también nos ha hecho verle como un sacerdote y no tanto como un maestro. Y este matiz es importante porque hablar de sacerdote es hablar de alguien que nos va a salvar en el futuro, mientras que hablar de maestro es hablar de quien nos enseña en el presente.

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El ser humano necesita certezas, pero también incertidumbres: hay veces que buscamos la estabilidad y otras, el riesgo

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Entre tantos seguidores, ¿dónde están hoy los maestros?
—La cuestión no es la ausencia de maestros, sino la falta de discípulos. Que hoy no haya maestros revela que no queremos ser discípulos. Tenemos una falta de compromiso y enseguida nos engrandecemos. La humildad es quizá la virtud más necesaria en este momento. Pero sí; de alguna forma adolecemos de maestros, por eso a mí me gusta hablar de Jesús como guía, como maestro del autoconocimiento de Occidente. Más allá de que uno sea o no creyente, nadie en la historia de la humanidad ha dicho “yo” con tanta rotundidad como lo dijo Jesús.

Precisamente hoy decimos “yo” con demasiada frecuencia.
—Es cierto que nuestras comunicaciones son demasiado egoicas, centradas en nosotros mismos y en nuestra perspectiva. Tenemos derecho a protagonizar la película de nuestra mente, pero que la película no solo sea un primer plano de nuestra cara.

El selfi nos delata.
—Es uno de los fenómenos más reveladores: la necesidad de mostrar compulsivamente nuestra felicidad es precisamente lo que revela nuestra infelicidad. Si estuviéramos bien, no necesitaríamos mostrarla de esa forma tan compulsiva; nos limitaríamos a disfrutar.

¿Y a escuchar?
—Hoy el déficit fundamental es el de escucha: no escuchamos, por tanto, no entendemos al otro. Hay una palabrería y un ruido que lo impide. Pero primero hay que escucharse a uno mismo y luego a los demás, porque uno no puede dar lo que no tiene.

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La necesidad compulsiva de mostrar nuestra felicidad es lo que precisamente revela nuestra infelicidad

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¿Por eso triunfa el odio?
—No lo creo. Aunque haya odios, aunque haya guerras, en nuestros corazones sigue habiendo mucha más paz. La guerra, aunque no nos guste, no es una película de buenos y malos, pero preferimos pensar que es así porque se simplifican más las cosas. Si la sociedad trabaja en la línea de la consciencia y la interioridad, las guerras serán cada vez menos.

¿Y trabaja la Educación en esa línea o en la de la productividad?
—El ser humano tiene una dimensión social, por tanto, ha de ser educado para la inserción laboral. Sin embargo, no es lo único ni siquiera lo más decisivo. En un sentido amplio, creo que en España no hay una buena formación espiritual. Seguimos dando más importancia a lo urgente que a lo esencial. Los padres, por ejemplo, quieren que sus hijos sepan informática e inglés porque es urgente para encontrar trabajo, pero seguramente tienen mucho menos interés en que sepan cantar o dibujar. La Educación aún deja mucho que desear, aunque no todo es un desastre porque hay muchas personas entregadas a la causa educativa, pero desde luego se echa en falta más reflexión: no solo tener en cuenta lo científico-técnico, sino también el humanismo.

¿Humanismo es también preparar para la incertidumbre?
—Para mí, la mejor preparación es la esperanza: si el futuro es incierto, la mejor forma para afrontarlo es fortalecer el yo profundo. En cambio, aquí la cuestión es qué significa preparar para la incertidumbre, porque el ser humano necesita certezas, pero también incertidumbres. De hecho, nosotros mismos nos damos las dos permanentemente: hay veces que buscamos la estabilidad y otras, el riesgo; entonces emprendemos cambios y todo se desestabiliza. La clave está en saber dosificar ambas.

¿Y sabemos?
—El sentido de vida tarda en descubrirse, aunque muchos crean que lo saben. Sin embargo, una sociedad que contribuye a la competitividad y no a la colaboración no tiene un presupuesto adecuado para esto. Fomentamos, por ejemplo, el ideal de la independencia, pero no el de la interdependencia, cuando realmente todos dependemos de todos. Y no está mal que así sea porque es hacer justicia a la realidad.

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En España hay una asociación negativa entre religión y política, en concreto, la conservadora, cuando la fe debería ser independiente de cualquier partidismo

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En cambio, nos da vergüenza mostrar las vergüenzas.
—Hay un ocultamiento de la parte más sombría de la existencia, como la muerte o la enfermedad. Se ocultan, cuando forman parte de nuestra vida cotidiana. Mientras escapemos de ellas, nos van a dar mucha guerra. Si, por el contrario, aprendemos a mirarlas amorosamente, el camino será más constructivo.

¿De ahí viene la ansiedad y la depresión? ¿De huir hacia adelante?
—Sin duda, porque lo que da sentido a la vida es estar en un camino. Y el camino es un horizonte al que tender y un suelo en el que pisar. Si nos falta el suelo, sentimos que nos caemos y eso es la depresión. Si nos falta el horizonte, sentimos que la vida no tiene sentido y eso es la ansiedad. Es decir, necesitamos la realidad y el ideal. Y el ideal se ha desdibujado mucho, por eso hoy ya no somos peregrinos, sino vagabundos: caminamos sin saber muy bien adónde.

¿Pero no sufre más quien más se pregunta?
—Quien se pregunta vive más, o sea, sufre y goza más. Evidentemente está el contentamiento del ignorante, pero tener consciencia y hacerse preguntas ayuda a vivir con mayor intensidad. También, con mayor capacidad de sufrimiento, pero al mismo tiempo de amor y, por tanto, de vida.

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El pesimismo es uno de los cánceres que nos afligen: nos hemos enamorado de la sombra

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¿No está pensado el mundo para no pensar?
—En buena medida sí, porque hemos consolidado la cultura del entretenimiento y no del intratenimiento, es decir, de tenerse a uno mismo. Cada vez sabemos menos estar solos. Nos cuesta el mundo interior y, por tanto, pensar. Hoy, a la mínima reflexión que hagas, te tachan de intelectual, pero no se trata de ser intelectual, sino de pensar. Pensar es bueno. Lo que no es bueno es pensar siempre y pensar mal.

O sea, ser pesimista.
—El pesimismo es uno de los cánceres que nos afligen. Abres la prensa o enciendes la televisión y solo hay malas noticias y comentarios de periodistas más bien oscuros. Nos hemos enamorado de la sombra, es decir, insistimos en lo negativo y eso no nos hace bien. Sin embargo, nos queda la esperanza que, como cualquier otra virtud, se puede cultivar y, como yo, uno puede ser un pesimista esperanzado. No solo porque se viva mejor con la esperanza, sino porque la esperanza hace más justicia a la realidad, que tiene sombras pero también más caricias que bofetadas. Cuando uno vive por dentro, esto es lo que descubre.

Palabra de Ors.

"La Iglesia católica no puede pasar por alto la estampida de fieles"

El pasado 6 de mayo Pablo d’Ors pronunció la conferencia inaugural del I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Religión, organizado en CaixaForum Madrid por Siena Educación —editora de MAGISTERIO— con el objetivo de impulsar la asignatura de Religión y a su profesorado.

En su discurso, el escritor y sacerdote puso el acento en la figura de Jesús de Nazaret porque «su mensaje es el núcleo fundamental de las clases de Religión«. Partiendo de esta base, propuso a los más de mil docentes de España, Portugal y Latinoamérica que asistieron al encuentro «orientar nuestras clases de Religión de una manera diferente, con un nuevo mensaje”.

En este sentido, les interpeló para que buscaran «nuevos sabores» y pusieran la mirada en la cultura oriental porque, como aseguró, «estamos viviendo un tiempo donde las cosas están cambiando, en el mundo y en la Iglesia». Y como parte de este cambio, sostuvo, «estamos en un momento de resurgir contemplativo; hoy hay un interés por la interioridad que hace 50 o 70 años no existía». Así, defendió que «la clase de Religión tiene que ser una clase de peregrinaje hacia nuestro centro».

En línea con este mensaje de renovación, d’Ors invitó a los profesores a «deconstruir a Jesús» y a mirarle «con nuevos ojos», convencido de que «el Evangelio no llega hoy porque lo hemos domesticado». Ante dicho escenario, advirtió que “una institución tan cuestionada y cuestionable como la Iglesia católica tiene que reflexionar sobre la estampida de fieles”. Por eso, concluyó, “debemos buscar algo nuevo que oriente nuestras clases de Religión de forma diferente, atractiva y profunda”.

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