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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

Retórica, Oratoria y Liderazgo

El verdadero reto que debería tener un líder no es aprender a hablar en público, sino aprender Retórica y Oratoria. Pero la Oratoria, como disciplina académica, y como manifestación práctica de la Retórica, no debe acabarse nunca en la estética y en la forma.
Silvia RincónJueves, 19 de enero de 2023
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Aristóteles dijo que la enseñanza de la Oratoria debía ser aplicada a cualquier acto comunicativo destinado a influir en los demás | © AlexOakenman

La “Oratoria moderna”, o sencillamente la Oratoria, es la expresión académica que se usa para hacer referencia a lo que otros llaman habilidades para “hablar en público”. Sin embargo, existe una gran diferencia entre dichas realidades. Mientras que la Oratoria es la manifestación práctica de una disciplina milenaria llamada Retórica, la expresión “hablar en público” suele hacer referencia a una serie de técnicas que deben ser implementadas por el orador para mejorar sus habilidades y destrezas a la hora de dirigirse en público a una audiencia.

Mientras que la Retórica recoge los fundamentos éticos, psicológicos, lingüísticos, sociológicos y filosóficos que debe tener en cuenta el orador antes de pasar a la práctica de la oratoria, los cursos para hablar en público se centran en las habilidades, métodos y procedimientos que debe seguir el orador para conquistar a su audiencia, convencerla, persuadirla y resultar creíble ante ella.

Sin duda que la convivencia entre una formación orientada a enseñar Retórica y Oratoria y una formación orientada a enseñar a hablar en público es posible y, en algunos casos, puede resultar hasta necesaria. Habrá muchísimas personas que crean que se trata de lo mismo y es muy posible que Google almacene muchísimas más búsquedas de “Cursos para hablar en público” que de “Cursos de Oratoria”.

Sabemos que las modas también afectan al uso de las palabras y que el lenguaje evoluciona. De ahí que hoy en día, hablar de Retórica y hablar de Oratoria fuera de los contextos académicos, resulte algo añejo. Incluso, me atrevería a decir que, si no hacemos nada por reclamar la autoridad de estos términos, serán palabras que, tarde o temprano, caigan en desudo.

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El lenguaje nos permite emitir palabras que en ocasiones menospreciamos y maltratamos

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Sin tener nada en contra de las formaciones que llevan por título “Cómo aprender a hablar en público”, sí que creemos necesario establecer la diferencia que existe entre este tipo de formaciones y la formación orientada a la enseñanza de la Retórica y de la Oratoria. Sobre todo, cuando hablamos de la formación que alguien que aspira a liderar cualquier aspecto de su realidad, incluido el liderarse a sí mismo, deberían tener en cuenta.

La relación que existe entre el Liderazgo, la Retórica y la Oratoria no es algo nuevo. Hace más de 2.500 años todo ciudadano que quisiera participar de una forma activa y destacada en la sociedad debía recibir una formación intensa, profunda y rigurosa sobre dichas disciplinas. Este era uno de los requisitos imprescindibles para poder convertirse en una persona virtuosa; prudente, justa, con fortaleza mental, con templanza, de buenas costumbres y buenos hábitos, con capacidad de influir en los demás e inspirar los cambios que fueran necesarios.

Hoy en día, si lo pensamos bien, a las personas que reúnen esas características las denominamos líderes. De ahí que pensemos que el correcto aprendizaje por parte del líder de una compleja disciplina como es la Retórica y la Oratoria no pueda ser sustituido por una formación orientada a saber hablar en público. Las primeras, Retórica y Oratoria, serán las que contribuyan, de forma decisiva, en la formación de un líder que quiera llegar a ser auténtico en su comunicación y quiera transmitir sus ideas con convicción. Serán la Retórica y la Oratoria las que le permitan, además, hablar desde el afecto, hablar de una forma bella y hablar ajustando sus palabras a la verdad.

Para empezar, el acto de hablar ya sea en público o en privado, ya sea en entornos formales, profesionales o cotidianos, debería ser un acto sagrado, en el sentido de merecer un respeto excepcional. Al menos, debería ser siempre un acto meditado. Más cuando sabemos, o deberíamos saber, que nuestras palabras tienen el poder de transformarnos y de transformar la vida de las personas a las que nos dirigimos. Si podemos hablar, es porque tenemos la facultad del lenguaje. Una facultad que el filósofo López Quintás define como un “privilegio inédito en el universo” que no debería ser reducido a la mera “facultad de expresarse y comunicarse”.

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La Oratoria comenzó vinculada a la elaboración y declamación de los grandes discursos

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El lenguaje nos permite emitir palabras que en ocasiones menospreciamos y maltratamos. Usamos las palabras con un fin para el que no fueron creadas. Hablamos con ambigüedad, hablamos con falta de claridad y con falta de rigor. Hablamos sobre lo que no sabemos, hablamos para criticar. En definitiva, hablamos y hablamos sin parar. Hablamos sin saber, como decía Montaigne en una de sus correspondencias, que las palabras son mitad de quien las pronuncia y la otra mitad de quienes las escuchan. Por su parte, Isócrates, el gran pensador ateniense, dedicó su vida entera a desarrollar un sistema educativo en el que el correcto dominio del habla y la formación Retórica, ética y estética de los ciudadanos, cumplían un papel fundamental. En su obra, Antidosis, nos dirá que: “El hablar como se debe, es el mayor signo del pensar bien, y la palabra verdadera y justa, es reflejo de un alma buena y fiable”.

Desde esta reflexión, observamos que, al haber desligado la formación comunicativa de nuestros líderes de sus fundamentos teóricos y al haber convertido la enseñanza de la Oratoria en un simple “enseñar a hablar en público”, estamos contribuyendo a la creación de escenarios en los que las personas que asumen cargos de responsabilidad se olvidan del poder que tienen sus palabras.

Es importante tener en cuenta que la Oratoria comenzó estando vinculada principalmente a la elaboración y declamación de los grandes discursos hablados. Sin embargo, ya Aristóteles dijo que la enseñanza de esta disciplina también debía ser aplicada a cualquier acto comunicativo destinado a influir en los demás. De esta forma, también existe Retórica y Oratoria cuando un líder mantiene una reunión cara a cara o mediante videoconferencia; también existe Retórica y Oratoria cuando el líder participa en una reunión o cuando se cruza en el pasillo con un nuevo colaborador. Todos estos son situaciones comunicativas que le competen a las disciplinas de la Retórica y de la Oratoria y ante los cuales la adquisición de la habilidad para hablar en público resulta insuficiente.

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Dos son las diferencias fundamentales que existen entre la Retórica y la Oratoria y la práctica de hablar en público

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Dos son las diferencias fundamentales que existen entre la Retórica y la Oratoria y la práctica de hablar en público. Por un lado, el arte de la Oratoria no puede ser enseñado, ni puede ser aprendido, sin que haya existido previamente un proceso de conocimiento personal. Dicho proceso requiere de un escenario en el que la persona que realmente está preocupada por lo que comunica haya sido capaz de responder a las siguientes preguntas: ¿Alguna vez me he parado a saber para qué me comunico y cómo me comunico? ¿Cuáles son mis fortalezas y cuáles son mis puntos de mejora como comunicador? ¿Para qué tomo la palabra en público? ¿Debería querer brillar o sería mejor hablar con la finalidad última de poder iluminar la vida de quien me escucha? ¿Podría ser capaz de quitarme del medio, de desprenderme de mi personaje para, de verdad, poder estar con las personas a las que me dirijo?

La otra gran diferencia que existen entre enseñar a alguien la habilidad para hablar en público o enseñarle Retórica y Oratoria está en que son estas últimas las que nos ayudan a entender porque la credibilidad de quien nos habla no reside en la forma en que mueve las manos, en la forma en cómo gesticula. Tampoco reside en su timbre de voz, ni reside en mirar a su audiencia “pareciendo que los mira”. La credibilidad de un orador no está en lo entretenido que pueda llegar a ser, ni está en la perfecta dicción con la que pronuncia sus palabras. Sin duda que todos estos aspectos contribuyen a que nuestros mensajes sean más memorables y que nuestra comunicación sea más efectiva. Sin duda que la forma y la estética son aspectos que debemos tener en cuenta cuando tomamos la palabra con la intención de influir y de inspirar a los otros.

Fue también Aristóteles el que nos decía que forma y fondo son indisolubles cuando tomamos la palabra. De ahí nuestro respeto y nuestro reconocimiento a todos estos aspectos que acabamos de nombrar. Pero la Oratoria, como disciplina académica y como manifestación práctica de la Retórica, no debe acabarse nunca en la estética y en la forma. Las personas que ejercen el liderazgo no pueden darles más peso a estos aspectos que al fondo de su mensaje y a la claridad en la que expone sus ideas.

Constantes polémicas

Llegamos ahora a un punto que ha despertado constantes polémicas a lo largo de la historia de la enseñanza de la Retórica y de la Oratoria. Es el punto de vista defendido por aquellos académicos, antiguos y modernos, que creen que el buen orador, antes de buscar ser un buen comunicador, incluso antes de buscar convertirse en un buen líder, debe ocuparse de ser una buena persona. Retórica, Oratoria, Ética y Estética. Cuatro aspectos que debemos proclamar como inseparables a la hora de comunicarnos. Más cuando sabemos que el binomio “ética y estética” estuvo siempre presente en los tratados de retórica de Aristóteles, en algunos de los diálogos de Platón o en las obras que Isócrates, Cicerón y Quintiliano dedicaron a la Oratoria.

A pesar de que no esté de moda relacionar la oratoria con la ética, no nos queda más remedio que hacerlo. Porque es precisamente en la actitud moral, en las costumbres éticas y en el carácter que las mismas hayan forjado en las personas, donde reside la verdadera credibilidad que un líder transmite cuando toma la palabra.

El carácter, la coherencia que exista entre lo que se piensa, se hace y finalmente se dice, forman el constructo ético desde el que las personas que ejercen el liderazgo se comunican, ya sea en público o ya sea en privado, ya sea de manera formal o informal, ya sea cuando se dirigen al presidente de la compañía o cuando se dirigen a la persona que cada mañana les recibe en el puesto de recepción. Un constructo ético que no se puede impostar ni se puede moldear sobre la marcha. Un constructo ético que impregna cada poro de la piel del líder que comunica y del cual, para bien o para mal, ni se puede escapar, ni se puede trucar para parecer algo que no se es.

Ni lo anterior significa caer en una enseñanza de una oratoria moralista, ni significa que debamos ser santos para poder tomar la palabra para dirigirnos a los otros. Lo anterior, significa, nada más y nada menos, que el orador transmite su mensaje a través de todas sus dimensiones humanas: la física, la emocional, la intelectual y la ética y, aún más importante que saber esto, es saber que las personas que nos escuchan tienen la capacidad de percibir si sentimos un interés real por ellos, son capaces de sentir si de verdad nos importan, son capaces de saber cuándo nos subimos a un escenario solo para brillar o cuándo nos subimos a un escenario porque su mensaje es digno de ser compartido y escuchado. Las personas saben si el orador ama la materia sobre la que habla; las personas saben si el orador se ha esforzado por ofrecer un discurso claro, bien estructurado, bello, verdadero y hasta entretenido.

Para terminar, recordamos las palabras que el catedrático de filología griega Antonio López Eire recogió en su extensa obra sobre Retórica y Oratoria. Para López Eire, la enseñanza y el aprendizaje de la buena Retórica y de la buena Oratoria podía llegar a convertirse en una filosofía de vida para quien la enseña y para quien la aprende, ya que ambas eran capaces de “proporcionar una formación moral, es decir, ético-política, a quienes las estudian, las asimilan y, por supuesto, las practican”. Por eso, no es lo mismo enseñar a hablar en público que enseñar Retórica y Oratoria.

  • Silvia Rincón es directora del Curso de Postgrado Oratoria para el Liderazgo de la UFV

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