
Fernando Díez Ruiz, Universidad de Deusto y Elena Quevedo, Universidad de Deusto
Sabemos que sin emoción no hay aprendizaje, pero ¿qué papel tienen las emociones en el liderazgo educativo?
Aunque el concepto de inteligencia emocional comenzó a investigarse en los años noventa con autores como Peter Salovey y Daniel Goleman, su aplicación en el ámbito educativo ha cobrado fuerza en la última década. Lo que antes parecía “blando” o accesorio, hoy se revela como la base para liderar comunidades escolares sanas, resilientes y comprometidas.
En un entorno escolar cada vez más complejo, el liderazgo pedagógico no puede limitarse a la gestión técnica. Necesita emoción, humanidad y conciencia. Pero ¿cómo podemos aplicar la inteligencia emocional al liderazgo educativo?
Gestionar las emociones para generar confianza
Un líder educativo no solo organiza horarios y toma decisiones: es el principal regulador del clima emocional del centro. Su forma de actuar ante el estrés, los conflictos o los cambios se convierte en modelo para todo el equipo.
Un director o una directora que, tras una inspección tensa, evita transmitir su malestar al claustro y ofrece un mensaje sereno y un plan claro está ejerciendo un liderazgo emocionalmente inteligente. Su equilibrio transmite seguridad y evita el contagio emocional negativo.
Del mismo modo, la coherencia emocional –sentir, decir y hacer en la misma línea– refuerza la legitimidad del liderazgo. Cuando el equipo percibe que su líder se muestra auténtico y sereno, aumenta la confianza.
El control emocional no es frialdad, es madurez. Una buena gestión emocional previene el desgaste profesional, tanto propio como del equipo.
Reconocer qué emociones ayudan… y cuáles bloquean
No existen emociones buenas o malas, pero sí hay emociones que, si no se gestionan adecuadamente, pueden obstaculizar el liderazgo.
¿Qué emociones fortalecen el rol del líder? La empatía, que nos permite comprender, conectar y responder con humanidad. El entusiasmo, para contagiar energía e impulsar la motivación del equipo. Y la gratitud, para fortalecer las relaciones y el reconocimiento mutuo.
Por el contrario, el miedo no gestionado bloquea la iniciativa y paraliza la toma de decisiones. También pueden suponer un obstáculo la ira no controlada, que deteriora el clima y la autoridad, y la frustración constante, que genera un liderazgo negativo y reactivo.
La clave no está en evitar sentir, sino en tomar conciencia de la emoción, entender su causa y canalizarla de forma adecuada. Todas las emociones son válidas: lo importante es cómo se regulan y expresan.
Herramientas prácticas para liderar con inteligencia emocional
La inteligencia emocional no es una habilidad mística. Se aprende, se entrena y se cultiva. Para ello se abordan tres fases que nos permiten conocer, regular y expresar las emociones de manera consciente y eficaz. Estas serían algunas herramientas que están al alcance de cualquier líder educativo:
Para un mejor autoconocimiento, podemos llevar un “diario emocional” en el que anotar emociones sentidas en situaciones clave permite identificar patrones. También podemos pedir una retroalimentación o feedback 360º: preguntar al equipo cómo perciben nuestro estilo de liderazgo y el impacto emocional que genera en otros. Por último, ejercer una supervisión reflexiva, hablando con un mentor o colega de confianza para analizar experiencias emocionales difíciles.
Para regular mejor nuestras emociones, algunas de las estrategias son: la pausa consciente (respirar tres veces antes de responder o contar hasta diez nos permite pensar con claridad); hacer ejercicios de respiración y relajación, útiles para reducir la activación fisiológica.
Finalmente, podemos recurrir a la “reformulación cognitiva”: cambiar el “esto es un ataque” por “quizá hay una necesidad detrás”.
En cuanto a la mejora de nuestra capacidad de expresar emociones, es importante trabajar la asertividad, y expresar lo que se siente sin agredir ni callar. Podemos organizar círculos de diálogo emocional con el claustro, encuentros donde se habla de emociones, sin jerarquías ni juicios. Para ello se requiere una escucha activa, respetar el turno de palabra, no interrumpir, no emitir juicios y garantizar la confidencialidad.
En definitiva, el líder emocionalmente inteligente no reprime, regula. Liderar una escuela no es solo dirigir una institución, es sostener emocionalmente una comunidad que enseña, aprende, se equivoca y crece. El liderazgo pedagógico necesita firmeza, pero también empatía. Necesita estrategia, pero también sensibilidad.
Porque en la escuela, como en la vida, no lidera mejor quien más órdenes da, sino quien mejor conecta.
Fernando Díez Ruiz, Professor, Faculty of Education and Sport, Universidad de Deusto y Elena Quevedo, Lecturer & Researcher. Faculty of Psychology and Education. Educational Innovation Unit (Responsible Teacher Training), Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.