A fuego lento: el arte de acompañar el juego
Todavía hoy recuerdo cómo fue la llegada de la cocinita al local de Amoverse. No sé si fue la emoción con la que la recibieron los niños y niñas, el murmullo colectivo lleno de ilusión, o ese gesto tan suyo de abrir los cajones como si descubrieran un tesoro. Solo sé que fue un momento pequeño y, al mismo tiempo, enorme. Pero lo verdaderamente especial no fue el juguete. Fue todo lo que ya había ocurrido antes. Porque mucho antes de que llegara la cocinita, en Amoverse ya jugábamos a los restaurantes. Con mesas y cubiertos invisibles, menús de papel, discusiones sobre los precios del pescado y una seriedad profunda en cada escena inventada.
La cocinita no hizo más que dar forma a un universo que ya existía: el de una infancia que crea, imagina y da sentido a lo que vive a través del juego. Ese regalo no fue un comienzo, sino el reconocimiento de un proceso que llevaba tiempo construyéndose, lleno de vínculos, escucha y presencia. Y entonces, volvió a pasar…
Entré al local sin mucha intención, más por estar que por participar, con la mente en los correos que aún tenía que responder. Pero entonces ella me llamó: —Siéntate aquí, ¿vale? Este es mi restaurante. Ella era la camarera, la cocinera, la jefa y también quien decidía dónde tenía que sentarme. Me sirvió un plato imaginario de espaguetis con croquetas y una servilleta doblada con cuidado. Me miró con seriedad: —Pero no te la lleves, ¿vale? Que es del restaurante.
Y allí me quedé, sentada en su mundo inventado, mientras el mío –ese lleno de adultos, urgencias y cosas importantes– se deshacía un poco. Jugar nos conectó: a ella con su mundo, a mí con lo esencial. Y, una vez más, me recordó la importancia de mi trabajo.
A veces basta una escena así para recordar que los niños y niñas hablan sin palabras. Lo hacen con cucharas invisibles, con normas inventadas, con cartas escritas a lápiz y con advertencias que esconden necesidad. Jugar no es un entretenimiento: es un lenguaje íntimo, un refugio, una manera de entender y transformar el mundo.
Pero no todos los niños y niñas llegan al juego con la misma facilidad. Algunos no saben por dónde empezar. Otros solo se atreven si nadie los mira. Hay quienes repiten escenas duras, como si su cuerpo intentara comprender lo que su mente aún no puede sostener. Y cuando eso sucede, no es el juego lo que falta: es el permiso para vivir su infancia. Necesitan, más que nunca, entornos seguros y adultos disponibles que sostengan ese espacio sin dirigirlo.
El acompañamiento de la persona adulta en el juego no significa controlar ni imponer, sino estar presentes desde el respeto, la escucha y la atención. Supone crear un entorno seguro —físico y emocional— donde niños y niñas puedan explorar, equivocarse, cooperar y sentirse reconocidos. Acompañar también es observar lo que el juego nos muestra: cómo están, qué necesitan, cómo se relacionan consigo mismos y con el mundo. Es validar su juego como forma de lenguaje, como canal de autoestima y como territorio de reparación.
Hay una parte del juego que no se ve, pero que siempre está. Como esa servilleta doblada en un restaurante imaginario. Como el gesto de quien ordena una casa que no existe. Como la voz de quien dice: “Tú ahora haces que lloras.” Detrás de cada escena hay algo invisible que habla de confianza, de vínculo, de libertad.
Desde la Fundación Amoverse defendemos el derecho al juego todos los días. Lo hacemos creando entornos seguros, dando tiempo, bajando el volumen del mundo adulto para que la infancia pueda subir el suyo. Y lo hacemos junto a la ONG Entreculturas, a través de nuestra campaña conjunta ‘Soy Cometa’, donde reivindicamos la importancia del juego en la infancia y la adolescencia. Todo ello, lo hacemos recordándonos, cada vez que lo olvidamos, que acompañar no es invadir. Que mirar no es controlar. Que jugar no es perder el tiempo. Apostamos por un acompañamiento adulto, presente, cálido y respetuoso del juego. Porque jugar es poner el cuerpo, la emoción y la mente en movimiento.
El 11 de junio celebramos el Día Internacional del Juego, una fecha en la que recordar que defender el derecho al juego es una necesidad vital, una forma de estar en el mundo: una en la que la infancia importa, no solo como futuro, sino como presente.
Y recuerda: si un niño o una niña te invita a sentarte en su restaurante, lo mejor que puedes hacer es aceptar. Sentarte bien. No llevarte la servilleta. Y agradecer el banquete invisible de su mundo.
Andrea González, coordinación del Área de Intervención de la Fundación Amoverse.