Lectura y pantallas, aliados en Primaria: un proyecto premiado demuestra que es posible
Niños de 2º de Primaria participan en el proyecto Cuéntame un Cuento premiado en el certamen Enseñamos a Leer de Castilla y León.
A los 7 años muchos niños ya han aprendido a deslizar el dedo sobre la pantalla de un móvil o una tableta, pero aún no han descubierto el placer de pasar la página de un libro.
Andrés Flórez, maestro del CEIP Gómez Manrique de Villamuriel de Cerrato (Palencia), se enfrentó a esa realidad al comenzar el curso con su clase de 22 alumnos de 2º de Primaria. Y se dispuso a cambiar esa tendencia, convencido de que la lectura no tiene por qué competir con la tecnología sino que puede aliarse con ella.
Su proyecto “Déjame que te cuente un cuento”, –recientemente premiado en el certamen ‘Enseñamos a Leer’ impulsado por la Fundación José Manuel Lara y la Universidad Internacional de Valencia (VIU), perteneciente a la red de educación superior de Planeta Formación y Universidades, con el apoyo de la Consejería de Educación de Castilla y León–, ha demostrado que los clics también pueden sembrar letras y se ha convertido en ejemplo de cómo la tecnología, si se usa con criterio pedagógico, puede despertar el deseo de leer en niños más familiarizados con TikTok que con El Principito.
El punto de partida fue una evaluación inicial, justo al arrancar el curso, que reveló carencias evidentes en comprensión y velocidad lectora. Pero más allá de los datos, Flórez detectó algo más preocupante que las cifras, la falta de conexión emocional con la lectura. Los cuentos les interesaban mucho menos que las pantallas, que, en cambio, los absorbían durante más horas de las deseadas y convenientes.
La solución no fue prohibir las pantallas, sino conquistarlas. Y lo hizo en varias fases, combinando literatura oral, inteligencia artificial, teatro, podcasting y vídeo. El primer paso fue la “desintoxicación” digital con la complicidad de las familias para que participaran como cuentacuentos en el aula. Abuelos, madres y tíos se turnaron para leer historias en voz alta. Entonces fue un revulsivo emocional. “Si un niño ve a sus referentes disfrutar con un cuento, es más fácil que quiera imitarlo”, asegura el maestro. Y funcionó.
Aprovechando la temática del circo como hilo conductor del curso, en Halloween los niños grabaron un podcast con un payaso como protagonista. En Navidad, representaron una obra de teatro original con personajes para cada uno de los alumnos, escrita por el propio docente.
Cada actividad iba afinando su expresión oral, su memoria, su comprensión. Y lo más importante, su entusiasmo. La lectura se volvió un juego. Porque, como señala Flórez “mientras que un video activa principalmente la vista y el oído, la lectura y la escritura involucran también a nuestro intelecto ya nuestro corazón, haciendo que el proceso de aprender sea mucho más profundo y enriquecedor”.
El segundo trimestre fue el gran salto tecnológico. Utilizando herramientas de inteligencia artificial como Cuenti.to, cada niño diseñó su propio cuento. Eligieron los personajes y sus cualidades, los escenarios, los describieron y dieron instrucciones precisas al sistema para que la historia tomara forma. La IA les ayudó a plasmar su imaginación en palabras, en historias propias que además, una vez terminadas, tenían que leer ante los jueces más exigentes, sus propios compañeros. «Lo sorprendente no fue solo el resultado final, sino la implicación que vi. Querían leer bien sus cuentos en voz alta. Querían que los demás escucharan sus ideas. Era su historia. Su creación. Fue un ejercicio de autoestima lectora y creatividad que les motivó mucho», recuerda el docente.
Pero aún quedaba el desafío final: escribir una historia colectiva, un cuento que fuera obra de toda la clase. El último trimestre nació el “cuento viajero”, en el que cada alumno continuaba la historia que había escrito su compañero. Cuando estuvo terminado, lo grabó en vídeo con técnica de croma, dramatizando los personajes en un plató improvisado que despertó vocaciones e ilusiones. Aprendieron a contar, a expresarse, a colaborar. También a valorar el trabajo de otros, porque como les repite Flórez “cada uno vale infinito”. El proyecto cerraba así el círculo, del libro leído en voz alta por un adulto al cuento creado, dramatizado y difundido por los propios niños.
Los resultados, más allá del aplauso institucional, fueron medibles. Casi el 60% del alumno lee más que antes del proyecto y el 82% dice comprender mejor lo que lee. Y lo más significativo, muchos mantendrán el hábito lector durante el verano, según sus propias palabras. Pero hay más, asegura el docente, porque los niños han aprendido a reflexionar sobre su propio proceso de aprendizaje, a darse consejos, a valorar sus progresos. Y eso es clave para desarrollar lectores críticos.
Las familias también lo valoraron positivamente. En una encuesta anónima destacaron la motivación que habían generado las actividades, especialmente la generación de cuentos con IA y los podcasts.
El enfoque inclusivo también fue parte esencial del diseño. Hubo adaptaciones para quienes no tenían ordenador en casa o necesitaban apoyos específicos. Incluso se ofrecieron pictogramas y repeticiones orales para facilitar el aprendizaje. Porque como señala Flórez, “a todos se nos da bien algo y a todos nos cuesta algo”.
La experiencia también ha servido para desmontar prejuicios. «La tecnología no tiene la culpa. El problema es el uso que hacemos de ella. Si enseñamos a los niños a usarla para crear en vez de consumir, puede convertirse en una herramienta maravillosa para el aprendizaje», sostiene. En su clase, una IA no reemplazó al libro, pero se ha demostrado que su uso pedagógico puede combatir la dependencia pasiva de las pantallas y canalizar su potencial hacia el aprendizaje.
Este proyecto no solo ha fortalecido el hábito lector en una clase de Primaria, también ha enseñado que leer no es una actividad anacrónica, sino un proceso vivo, dinámico y perfectamente compatible con las nuevas formas de comunicar y aprender. “Déjame que te cuente un cuento” ha sembrado una semilla que, con suerte, seguirá creciendo. Quizás no todos esos niños acaben escribiendo novelas, pero sí serán capaces de leer el mundo con ojos más abiertos y sobre todo de encarar el verano con creatividad, imaginación y todos los sentidos despiertos. Y es que, como afirma este maestro palentino, “la lectura es una forma maravillosa de potenciar nuestro crecimiento personal y profesional”.