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La cabeza de medusa y la ideología de género

Juan F. Martín del Castillo 26 de marzo de 2019
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Leo complacido la carta de los intelectuales alemanes a favor del sentido común y en contra de la perversión del lenguaje inclusivo. Poco a poco, parece que las cosas vuelven a su cauce después de un tiempo en el que la norma era justo la contraria.

Con la ideología de género, por momentos, se ha llegado a desquiciar la realidad. Como todo discurso politizado hasta las trancas, algo que se suele olvidar, intenta disuadir la disidencia, cualquier forma de pensamiento que lo ponga en duda.

Un ejemplo de que se puede y debe polemizar al respecto es la propia misiva de los cien firmantes, entre los cuales se encuentra lo más granado de la inteligencia germánica, incluidos algunos filósofos de renombre internacional, como el mismo Rüdiger Safranski. Sin embargo, tras este agrado personal, desafío su atención con un pequeño experimento para el que no se requiere ni laboratorio ni tubos de ensayo.

Sólo solicito una participación activa con el fin de arrojar un poco de luz acerca de qué es eso que se denomina “norma de género” o, si prefieren, “perspectiva de género” y el notable impacto causado en el seno de la sociedad y el desarrollo de las ideas. La hipótesis de partida es una singularidad, a la que daremos completa veracidad y ya veremos dónde nos lleva. El postulado, el eje sobre el que gira la próxima reflexión, es éste: la extensión de la ideología de género hacia el pasado, al menos dos siglos atrás, para luego exigir, con plena rotundidad, su presencia en cualquier ámbito.

No obstante, y para que este ejercicio no se convierta en el rosario de la aurora, lo aplicaremos directamente a la disciplina filosófica. En el período histórico concretado, la aventura del pensamiento marca un progreso impresionante, mágico en algunos autores y sus respectivas doctrinas. Por ejemplo, surgen las ideas de Schopenhauer, el vitalismo de Nietzsche y, aun antes que estos, las de Hegel y su Espíritu Absoluto. Sin embargo, los tres son conocidos, especialmente los dos primeros, por sus comentarios desafortunados –dejémoslo ahí– sobre la mujer.

En realidad, Schopenhauer y Nietzsche eran dos redomados misóginos, dejando patentes muestras de su rechazo por las féminas tanto en cartas y aforismos como en el resto de las obras que publicaron. Sin pretender ser exhaustivos, el nacido en Röcken llegó a escribir que “las mujeres son de tal condición que toda verdad les produce asco” (Humano, demasiado humano). Es más, se dice de don Arturo, enfrentado hasta con su señora madre, que, en alguna ocasión, le levantó la mano a su hermana Adele. La progenitora terminó por tratar al hijo de “usted” y sentía una enorme pena por la suerte que pudiera correr en la vida.

La ideología de género, que partió del deseo compartido de liberar a la mujer de su condición histórica, se está convirtiendo en el paradigma de la negación de la libertad. Una contradicción

Y este es el momento, la hora clave, el experimentum crucis de los clásicos: si aplicamos, como se ha propuesto en un inicio, la ideología de género a estos autores y, lo más importante, a sus libros, ¿qué debería hacerse? ¿Qué cabría esperar de la íntegra asunción de la norma que sanciona la sociedad patriarcal? Evidentemente, al igual que argumentan los defensores del lenguaje inclusivo y la postergación del machismo en todas sus manifestaciones, habría que prohibir a Schopenhauer y a Nietzsche. Y, además, sin la más mínima contemplación. Una iniciativa disparatada, desde luego, pero no hay otra si se asume el planteamiento de partida.

Muchos suspirarán aliviados por el hecho de que sólo se trate de un “experimento”, de que nadie en sus cabales pasará de este punto, y uno les recuerda y advierte de que, en determinadas universidades del mundo anglosajón, algunas agrupaciones estudiantiles han demandado del rectorado correspondiente la supresión de ciertos autores del currículo de las asignaturas por tildarlos de “machistas”, “esclavistas” o, inclusive, “colonialistas”. La lista de los señalados pone los pelos de punta: Platón, Aristóteles, Kant… La ideología de género, que partió del deseo compartido de liberar a la mujer de su condición histórica, se está convirtiendo en el paradigma de la negación de la libertad. Una contradicción que, forzosamente, nos lleva al absurdo de prohibir lo mejor de nuestra civilización, aquello que ha traído inteligencia y progreso al hombre.

No se puede afirmar que limitar el acceso a las obras de Schopenhauer, Nietzsche o el propio Estagirita es lo que conviene a la sociedad actual. Sostener semejante pretensión sería un error, pero no tan grande como el de llevarla adelante. Sin duda, algo de lo que estaríamos arrepintiéndonos durante siglos, los mismos que quiere retroceder el feminismo radical de nuestros días. Freud señaló con la simbología de la “cabeza de Medusa” la pulsión castradora de las féminas hacia la figura del varón. Lo explicó en un famoso artículo póstumo de 1940, pero del que todavía se vale el movimiento psicoanalítico.

Pues bien, el extremismo ideológico ha vuelto a él para borrar cualquier atisbo, pasado o presente, de lo que entiende por sexismo injustificado. En resumen, la perspectiva de género exacerba el enfrentamiento, en vez de perseguir la reconciliación y la concordia: “el género, como norma, distingue y clasifica a las personas por oposición: mujeres y hombres” (parte del texto que el Instituto Canario de Igualdad da a leer a los alumnos de Secundaria bajo el título de Sexualidad, cuerpos, identidades y orientaciones). Pero lo peor no es eso, sino el inexplicable deseo de quebrantar la historia y la propia libertad de los individuos en su ciego afán por una igualdad mal entendida.

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