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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

Enseñanza reactiva

Quienes, desde instancias de poder, nos someten a continuos riesgos y amenazas están cultivando, taimadamente, nuestra última e innata irracionalidad.
Ángel Luis AritmendiViernes, 24 de junio de 2022
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La ignorancia –una forma del miedo– solo se combate con el conocimiento y la curiosidad | © svetazi

Hasta ahora nunca había sido tan fácil acceder a la información y el conocimiento. Por ende, quienes abogan en la escuela por la Educación emocional y las metodologías  lúdicas afirman que la transmisión de contenidos carece de relevancia: basta con teclear en el buscador de Google. Se cargan de razón al decir que los saberes caducan, que lo que hoy es necesario, dentro de una década será insustancial o quedará obsoleto y desvalorizado. Entre tanto, los currículos aminoran su enfoque intelectual y la escuela dirige su interés hacia paradigmas inexplorados. 

Separar y distinguir lo válido y lo engañoso, la verdad y la mentira, se torna complicado cuando no se cuenta con las herramientas intelectuales necesarias. En ocasiones, es un youtuber quien copa la atención mediática en lugar de la labor modesta y callada de un maestro. Si se gamifica o se juega al kahoot las funciones ejecutivas se diluyen y difícilmente diferenciaremos la teoría de la simple aplicación práctica. Para Jordi Llovet, “se puede dar por finiquitada una estructura pedagógica que se dedicaba a algo tan sencillo como lo siguiente: los que saben algo se lo enseñan a los que aún no lo saben” (Mis maestros. Galaxia Gutemberg. 2022)

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¿A qué van los niños a la escuela? ¿Cuál es la función principal de ésta? ¿En qué consiste la enseñanza?

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Sin embargo, los sistemas democráticos no pueden vivir sin cierta dosis de verdad. ¿Hasta cuándo aguantará una vuelta de tuerca más una escuela sustentada en la transmisión de conocimientos y valores ciudadanos?

Se afianza la justificación de que la posible utilidad de un hecho tenga preeminencia sobre su demostración o historia contrastada. Descartamos saber si algo es real o inventado, nos basta con resolver la cuestión en términos emotivos o estéticos. Así se imponen las creencias, el ambiente, el azar, las apariencias, las pasiones, los prejuicios o la pereza intelectual. Cuanto más cultura y más datos disponibles, más proclives parece que somos a la conjetura. No actuamos en razón de nuestros intereses colectivos. Al contrario, damos prueba constante de un chapucero desinterés que nos conduce en ocasiones a callejones sin salida.

Partimos de la base indudable de que quien controla la Educación puede controlar una sociedad. Y son los docentes los encargados de transmitir el conocimiento, de dar forma a la cultura en su raíz y conformar las representaciones del mundo que alberga una comunidad, de ahí las polémicas habituales tras la promulgación de las nuevas leyes educativas. Dice Revel que “la enseñanza jamás ha sido neutral, jamás ha consistido simplemente en poner a disposición de los jóvenes la información y dejar que la juzguen en libertad (…). Esta manera de utilizar la escuela para llevar allí las luchas ideológicas de los adultos constituye una felonía pedagógica bastante extendida”. (El conocimiento inútil. Página Indómita. 2022).

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Los currículos aminoran su enfoque intelectual y la escuela dirige su interés hacia paradigmas inexplorados

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La institución escolar no puede ceder su lugar a la predicación militante pues se correría el riesgo de desmembración social (Revel). Las desavenencias actuales entre las distintas visiones sobre la Educación alcanza un límite claro que la sociedad tolera a condición de que el corpus central de la enseñanza sea serio y profesional. Cuando se rebasan ciertos límites el malestar docente es síntoma claro de que conviene revisar algunas decisiones y enfrentarlas con responsabilidad. Son varios factores los que están influyendo, pero todos derivan en buena parte de lo que Guy Debord llamó La sociedad del espectáculo, libro publicado un año antes del estallido de Mayo del 68.

Es conocida la reflexión de Foster Wallace sobre el pez alienado que se interroga acerca de qué es el agua. ¿En qué consiste la enseñanza? Necesitamos valor para contestar a esta pregunta porque quizás las tensiones acumuladas nos impidan ver –a alumnos y profesores– más allá de una visión utilitaria y controladora. Quienes desde instancias de poder nos someten a continuos riesgos y amenazas están cultivando, taimadamente, nuestra última e innata irracionalidad, nuestra intolerante ceguera.

Conocimiento frente a ignorancia

Decía Camus que la alegría es un deber moral, sin ella no se puede ayudar. ¿Cunde la alegría y el contento en nuestras aulas o nos encontramos más bien en una situación de bloqueo en la que la actitud dominante es sobrevivir evitando cualquier compromiso que acarree molestias y dificultades añadidas?

Dejar hacer –y dejarse hacer– como si realmente nada ocurriera agudiza y enquista las situaciones. La ignorancia –una forma del miedo– sólo se combate con el conocimiento y la curiosidad. Nuestro Alonso Quijano, puesto ya casi un pie en el estribo, decidió inventarse una excusa para seguir aprendiendo. Contrastar ingenuamente el ideal de los libros de caballería con la realidad de la llanura manchega fue su forma de enfrentarse a la desidia y el cansancio. ¿Cómo podríamos defender hoy las posibilidades de consenso que no estén marcadas ya por el ruido y la furia de la algarabía mediática y las redes sociales?

En un mundo como el nuestro, diluido en miles de informaciones, en una red de noticias que nos escinden y desorientan, se percibe la urgente necesidad de recapitulación y síntesis conceptual: ¿A qué van los niños a la escuela? ¿Cuál es la función principal de ésta? ¿En qué consiste  la enseñanza?

  • Ángel Luis Aritmendi, escritor y profesor del CEIP “Jorge Guillén” de Getafe
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