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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

Infantilización y diversidad

Querer definir al individuo por su extrema dependencia del otro, sea éste el maestro de escuela o quizás el futuro proveedor del subsidio vital, llevará a una sociedad adocenada, ajena a su propio destino.
Juan F. Martín del CastilloViernes, 18 de noviembre de 2022
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La mediocridad ha hecho diana en el sector educativo | © LUMEZIA.com

La educación en España tiende de una manera paulatina hacia la infantilización del alumnado, hasta incluso, aunque parezca asombrosa la afirmación, la del que puebla las aulas universitarias. Leyes sin tino, reglamentos educativos preñados de paternalismo y decretos regulatorios extremadamente proteccionistas con el discente han contribuido a que esta dinámica se acelere en los últimos años. Y no vale argumentar, como algunos hacen con inusitada alegría, que la diversidad requiere de un tratamiento especial de los chicos, cuando la realidad se empecina en demostrar que lo que se entiende por diverso se convierte, generalmente, en sinónimo de infantil. Esta deriva, presente en las sucesivas etapas educativas, conduce al alumno a distanciarse inexorablemente de la ansiada madurez en todos los sentidos, y no únicamente en el pedagógico. Y por lo que toca al maestro, lo sitúa en una difícil posición, la del abnegado cuidador de un Jardín de Infancia que cada vez se hace más grande hasta llegar, como digo, al umbral de la universidad.

Esta infantilización tiene una sola raíz, pero no ocurre así con las ramificaciones. El arraigo se encuentra en las corrientes pedagógicas inhibidoras del desarrollo de la personalidad adulta como, asimismo, de los valores propios del dominio de la acción individual, comenzando por la sustracción de la voluntad y la consecuente responsabilidad. Por su parte, las ramificaciones se extienden desde lo educativo a lo social, porque el inmaduro, el eterno infante que algunos persiguen, busca que sean otros los que le saquen las castañas del fuego, válgame la expresión. Si no llega al aprobado, será el maestro el que le aúpe hasta el éxito escolar; si no logra valerse por sí solo en la vida, como en el reciente caso de la influencer que lloraba por las redes sociales porque literalmente “no quería trabajar”. Será Papá-Estado el que vendrá en su ayuda.

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La infantilización ya es más que descarada en Secundaria, apunta maneras en Bachillerato y golpea con insistencia en las aldabas universitarias

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Esta dinámica, como tantas otras cosas en la actualidad, apunta a un relato ideológico, a una construcción social que se desea ocultar para que nadie la someta al necesario juicio. El querer definir al individuo por su extrema dependencia del otro, sea éste el maestro de escuela o quizás el futuro proveedor del subsidio vital, llevará a una sociedad adocenada, ajena a su propio destino. En cierto modo, la infantilización educativa, como la moral, progresa en el desprecio hacia la persona y sus valores.

Sin embargo, lo que más indigna de esta apuesta es que se haga en favor de la diversidad. Hay algo de perverso en considerar al que necesita de atención como incapaz de valerse por sí mismo, tanto en el presente como en lo que está por venir. Este determinismo es inherente al pensamiento de la izquierda tradicional, el mismo que pretende anular el ansia de libertad del individuo, en concreto, la posibilidad de definirse como uno quiera, tanto como el afán de situarse en el mundo conforme a un criterio personal.

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Este determinismo es inherente al pensamiento de la izquierda tradicional

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La mediocridad ha hecho diana en el sector educativo –y la “ley Celaá” es manifiestamente palmaria en este sentido–, pero lo que requiere de una reflexión serena es lo que se pretende de la juventud de este país. La infantilización ya es más que descarada en Secundaria, apunta maneras en Bachillerato y golpea con insistencia en las aldabas universitarias. En menos de tres generaciones, se asistirá a una degradación de la educación en España jamás vista. Un empobrecimiento que no será únicamente individual, sino que alcanzará niveles civilizatorios. Al abrigo del delirio de las corrientes pedagógicas, el individuo desaparecerá para transformarse en un ser sin voluntad ni conocimientos. Un auténtico suicidio. Y como escribiera el siempre acertado Chesterton: “El que se suicida mata a todos los hombres: en la medida de sus fuerzas, aniquila el mundo”.

  • Juan Francisco Martín del Castillo es doctor en Historia y profesor de Filosofía

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